17. Déjame Cocinar Para Ti

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Descansaron en la sala luego de haber desempacado, disfrutando del hermoso lugar que los rodeaba. Yibo aún no podía creer que Wen Pei había elegido ese lugar para él. Siempre le decía "Wang Yibo, Wang Yibo. Cuando veas la cabaña que elegí te vas a ir de espaldas". Pero él simplemente lo ignoraba, después de todo uno de los propósitos de haber adquirido esa propiedad era invertir su dinero fuera de China.

Que buena decisión.

—¿Qué quieres hacer? —inquirió Yibo, sentado en un sillón frente a él.

—¡Hay tantas cosas que quiero hacer! Tenemos que ir a hacer senderismo, a esquiar, también a hacer snowboarding —se emocionó tanto que no vio la mueca de fastidio que hizo el otro cuando mencionó el senderismo.

Yibo odiaba hacer eso.

—¿Qué quieres hacer en este momento?

El estómago de ambos rugió.

—Cenemos.

—Son las siete de la mañana —rio Yibo.

—Pero en casa es hora de la cena y me muero de hambre.

—¿Pedimos algo?

—No creo que se pueda.

—Claro que sí, el pueblo está a unos minutos bajando la montaña.

—Mejor cocinemos.

Yibo hizo puchero.

—Eso va a ser tardado, muero de hambre. Además, no sé cocinar.

Xiao Zhan lo miró, impactado.

—¿Es en serio?

Yibo asintió.

—Vaya, algún defecto debía tener el gran Wang Yibo.

—¡Cállate! —riendo, le dio un golpe en el brazo que Xiao Zhan correspondió al instante.

—Vamos a la cocina, no hemos visto qué hay —lo tomó de la mano una vez más, ya se estaba haciendo costumbre, y lo arrastró a la cocina.

Abrió el refrigerador y la alacena, dándose cuenta de que estaban repletos de comida hasta el tope.

—Wen Pei me dijo que mandaría alistar todo para nuestra llegada, jamás imaginé que haría esto —se asombró al ver tanta comida. Definitivamente tenía a un buen manager, quien se encargaba incluso de asuntos personales como ese.

—No es necesario que pidamos por teléfono, preparemos algo —se emocionó.

Yibo alzó ambas manos.

—Yo-no-sé-co-ci-nar.

—¡Pero yo sí! Insisto, déjame preparar algo. Estoy seguro de que no te arrepentirás.

Yibo puso ambas manos sobre las caderas, mirándolo seriamente.

—Se supone que vienes a descansar, no a cocinar —replicó.

—Pero si me encanta cocinar.

—¿En serio? —se asombró.

—¿No lo sabías? —preguntó con una linda sonrisa.

—No —la verdad era que casi no lo conocía. Eso le cayó como balde de agua helada—. Pero debes descansar.

—Y lo estoy haciendo —suspiró y sonrió—. Créeme que sí.

—Bien, entonces dime: ¿En qué te ayudo?

—Dijiste que no sabes cocinar.

—Puedo intentar.

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