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Mi madre pasa sus manos por mi uniforme, como si yo fuera un niño pequeño, lo que me hace sentir un tanto avergonzado, ya que tengo 18 años y está claro que me estoy convirtiendo en un hombre

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Mi madre pasa sus manos por mi uniforme, como si yo fuera un niño pequeño, lo que me hace sentir un tanto avergonzado, ya que tengo 18 años y está claro que me estoy convirtiendo en un hombre.

—Basta, mamá —me quejo.

Después de un año en el que mi madre me obligara a mí y a mis hermanos a hablar en español, me siento bastante familiarizado con el idioma, aunque mi acento sigue notándose con facilidad.

—¿Cómo te sientes?

—Extraño —le confieso.

Para poder adaptarnos con mayor facilidad al cambio, cuando llegamos a este lugar, sólo mi madre se dedicó a trabajar, porque tenía el idioma practicado de antes, mientras que con mis hermanos nos tomamos un sabático para poder aprender, así que todos estamos cursando un nivel que ya deberíamos haber aprobado.

—De seguro lo puedes manejar bien.

—Eso espero.

—Hora de irse —me guiña un ojo —¡Alfredo, Alessandro! —le grita a los gemelos de 9 años —¡Matteo! —le grita a mi hermano de 16 —Hora de irnos.

Como solo hay un auto, es ella la encargada de llevarnos al colegio antes de ir a su trabajo. Con Matteo deberíamos haber ingresado ayer, pero como mamá aún no encuentra a alguien que cuide a los gemelos cuando nosotros no estemos, nos dejó quedarnos.

—Adiós, mis niños —nos dices a Matteo y a mí.

—Ciao —decimos a una voz, ganándonos una mala mirada de mamá, a lo que los gemelos se ríen.

Esperamos a que mamá abandone el lugar y rápidamente comenzamos a ser el centro de atención de las miradas curiosas que rondan el lugar.

—Qué incómodo —le digo a mi hermano por lo bajo.

—¿Bromeas? —dice él —Las chicas me están mirando.

—¿Sólo eso te importa? —volteo los ojos.

—Deja disfrutar mi momento de fama.

Caminamos en dirección a donde los letreros indican que está la oficina del director y él nos presenta a los profesores con quienes tendremos clases durante esta hora, para que puedan guiarnos a nuestro salón.

—Nos vemos más tarde —le digo a Matteo.

—Nos vemos más tarde —repite él.

Una vez más las miradas se van  a mí cuando estoy dentro del salón, pero intento ignorar el nerviosismo, ya que es de esperarse que me miren como el bichito raro durante la primera semana. Al parecer ser el nuevo te da ese maldito privilegio. Nótese el sarcasmo. 

—Buenos días —saluda el nombre a mi lado, pero ni siquiera eso hace que las miradas se aparten de mí —Antes de dar inicio a la primera clase de filosofía de este semestre, les presento al señor Moretti, quien nos acompañará durante el año escolar.

El Rey De Roma #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora