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Las malditas pesadillas me siguen atormentando a medida que los días han pasado

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Las malditas pesadillas me siguen atormentando a medida que los días han pasado. Incluso vivo la pesadilla a través de alucinaciones, lo veo aparecerse en mi camino una y otra vez.

—¡Ya déjame! —le grito y me dejo caer en el suelo frío de los vestidores.

Ni siquiera soy capaz de terminar de vestirme, porque siento mi cuerpo desfallecer, mientras escucho sus susurros.

Al sentir sus pasos acercarse, tomo mi zapatilla y se la lanzo, con la esperanza de que su espectro fantasmal me deje de atormentar por un minuto.

—¿Qué mierda, Moretti?

Es Giovanni. Solo es Giovanni Andreotti.

Agacho la cabeza, porque ni siquiera me siento capaz de decirle que se largue y eso solo vuelve la situación un poco más incómoda, ya que al parecer él lo toma como una invitación a compartir lugar junto a mí.

—¿Estás bien? —niego con la cabeza y probablemente eso sea un grave error, porque lo hará preguntar más cosas.

Sin embargo, soy capaz de hablar con él sin sentir la necesidad de querer golpearlo o gritarle. Incluso me hace sonreír y para mí parece algo irreal estar disfrutando de la compañía de Andreotti.

Disfrutar del roce de sus dedos, disfrutar de su sonrisa divertida, de su rizo alocado, de sus lindas pecas. Disfrutar de cómo sus ojos azules contemplan el lunar bajo mi labio inferior. Disfrutar de como lo siento cada vez más cerca y como quiero que la cercanía siga siendo cada vez más reducida, pero...

—Yo... yo tengo que ir al trabajo —me separo de él —Permiso.

Tomo mis cosas y sin importarme que esté a medio vestir, salgo disparado del lugar, algo que fue un completo error.

Me pongo mis zapatillas afuera del vestidor, dejando de lado las calcetas y corro hasta las gradas para terminar de vestirme, porque no me quiero arriesgar a que él salga y me encuentre ahí.

Bueno, si esto se vuelve incómodo solo tengo que esperar 2 semanas para que sean las vacaciones de invierno y de seguro ambos despejaremos la mente y volveremos a ser los dos chicos que quieren golpearse a muerte cuando se ven. Pero ¿A quién engaño? Ahora lo que menos quiero es golpearlo.

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Mi celular quebrado vibra sobre el mostrador y la pantalla se ilumina mostrando el nombre de Lenna. Niego divertido y me giro para mirar la ventanilla de la puerta que separa la heladería de la cafetería, donde ella mueve su mano en forma de saludo. Abre la puerta y llega en un trote frente a mí.

—¿Qué pasa, Lenna? —le pregunto.

—Le hice una pequeña broma a Aldo, así que mejor decidí escapar —se ríe.

—¿Eso no sería aún más obvio?

—¡Ups! —cubre su boca —No lo había pensado de esa manera.

El Rey De Roma #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora