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¡Di algo, Giovanni! ¡Abre la puta boca! Pero no, no puedo porque ya es demasiado tarde y el idiota italiano ya salió de la cocina, dejándome con todas las palabras atoradas en la garganta

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¡Di algo, Giovanni! ¡Abre la puta boca! Pero no, no puedo porque ya es demasiado tarde y el idiota italiano ya salió de la cocina, dejándome con todas las palabras atoradas en la garganta.

Salgo a zancadas de la cocina, dispuesto a gritarle una sartenada de insultos, pero me detengo al verlo con la cabeza recostada y los ojos cerrados, como si estuviera cansado, aunque es entendible después de pasar un rato con mis hermanos. Federico que no se queda tranquilo y Chiara que no para de hablar.

Tal vez por hoy deje pasar esto, porque cabello loco tiene un poco de razón al decir que soy yo el que siempre aparece en los lugares que está él. No quiero darle más en el gusto por hoy.

Me voy a mi habitación y me siento en el borde de la ventana para contemplar como las hojas de los árboles se mueven con la brisa helada que corre. Siento que este ha sido mi único momento de paz en el día. Durante la mañana, Martina estuvo pegada a mí como una babosa y en la tarde Clara se encargó de hablar como un loro, aunque las conversaciones con ella son soportables porque compartimos intereses.

Los minutos pasan y siento curiosidad de bajar a ver que hace el chico que está en el salón de mi casa ¿Habrá robado algo? O solo yo estoy actuando un poco paranoico para obligarme a mí mismo a bajar.

Claro que no.

Suelto un suspiro y me concentro nuevamente en mirar las hojas, pero ya no me dan la misma tranquilidad que hace unos segundos. Me levanto de mi lugar y me dispongo a bajar, sin embargo me detengo al ver el auto de papá estacionarse en la entrada. Llegaron. Miro el reloj de la pared y compruebo que ya es medianoche.

¿Qué debería hacer? ¿Bajar y actuar normal? ¿Quedarme aquí?

—Hola, hijo.

Al parecer opté por bajar sin siquiera notarlo.

—Hola, mamá —respondo. —¿Y papá?

—Está conversando algo con el chico que cuidó a tus hermanos ¿Ya lo conociste?

—Si —asiento.

—¿Algo que decir?

Podría decir algo para que no le dejen entrar nuevamente aquí. Quiso jugar conmigo, pues yo puedo ser un mejor jugador.

—Supongo que bien —me encojo de hombros —Cuando llegué estaba preparando la leche de Chira.

¿Qué?

¡Eh, cerebro! Te dije que seríamos malos con él. Hazme caso.

—Cariño —la voz de papá.

—Voy —mamá me toma la mano y me arrastra a donde se supone que está papá —¿Pasa algo?

—Oh, hola Giovanni.

—Hola, Andreotti.

A él le gusta llamar a la abuela por su apellido, así que yo hago lo mismo con él una que otra vez.

El Rey De Roma #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora