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Aún no había amanecido y Julián ya estaba despierto. Sólo un destello anaranjado, apenas perceptible, asomaba a lo lejos, desde la ventana que había olvidado abierta. Miró la hora en su celular y se sorprendió al comprobar que había despertado media hora antes de que sonara la alarma. Bueno, tal vez sea mejor contar con algo de tiempo extra para decidir qué ropa usar en el primer día de clase, susurró mientras se sentaba en la cama.

Era una mañana de finales de verano, de esas en las que, de a poco, comienza a amenazar un leve frescor. Estaba ansioso, y sabía que eso se debía a la llegada del que sería un día especial para él. Y no era solamente porque volvería a la secundaria Santo Tomás luego del receso de verano, sino porque, finalmente, vería a Amelia en clase, iluminando el aula con su sonrisa, perfumando el aire con el vaivén de su largo cabello. Nada podía ser más perfecto y, a la vez, atemorizante, que volver a tener cerca a la persona a quien amaba en secreto.

También, estaba distraído y nervioso, se dio cuenta al acercarse al vestidor y ver el uniforme escolar colgado en una percha, y le dedicó una sonrisa irónica a su rostro en el espejo tras notar que había pensado de gusto en el vestuario. Ese traspié era un vestigio de las largas horas en vela que había pasado durante la madrugada, insomne y anhelante, y todo porque, cuando se tumbó en la cama, pasada la medianoche, le resultó imposible conciliar el sueño. Una y otra vez, había estado pensando en Amelia, y no sólo porque llevara varios días sin verla de cerca, sino porque estaba decidido a que, en cuanto tuviera la oportunidad, se lanzaría en el intento de hablar con ella. Aunque no fuera, en un primer momento, para declararle su amor, sino sólo para lograr, de a poco, que ella pudiera conocerlo mejor.

Por ese motivo, y porque era muy tímido para esas cuestiones, pasó un par de horas imaginándola caminar hacia él con una sonrisa en los labios y preguntándole con entusiasmo que qué tal, que cómo estaba, y fantaseando con que, en ese momento, él comenzaría a hablarle locuazmente, soltando algún que otro chiste, resultándole simpático y divertido en esa primera impresión. Pero, al rato, volvía a poner los pies sobre la tierra y se daba cuenta de que eso no sucedería de ese modo, al menos hasta que él reuniera el coraje necesario. Así que, abatido por su miedo, tomaba el celular, la buscaba en las redes sociales y, ahí sí, como quien espía a alguien desde atrás de un árbol, podía suspirar por la enorme sonrisa que Amelia Miranda tenía en cada una de las fotos sin que el miedo al fracaso lo invadiera. Así había estado hasta entrada la madrugada y, por si fuera poco, había despertado antes de lo planeado.

De la misma manera que encontró resuelto el tema de la vestimenta, al ver el uniforme listo, notó que tampoco debía preocuparse por el desayuno. Lo comprobó al salir de su cuarto y bajar las escaleras rumbo a la cocina, cuando comenzó a sentir el aroma de las tostadas que preparaba su padre y que, además, le daban a esa mañana de finales de verano el tono matutino suficiente como para reafirmar que ya habían terminado las vacaciones. Igualmente, la parte del desayuno no le resultó novedosa o impredecible. Cada mañana, su padre se levantaba a la misma hora y preparaba el mismo menú: café y tostadas. Lo hacía casi como un ritual para energizarse antes de comenzar su día laboral.

Mientras se acercaba a la cocina, podía oír la voz de su mamá, bajando por las escaleras que él había recorrido apenas unos segundos atrás, mientras llamaba a su hermana para que no demorara más y se levantara antes de que se hiciera tarde. Julián no lo había notado antes, cuando pasó por al lado de ella al salir de su cuarto. Sin duda ese es el efecto que causa el aroma de las tostadas combinado con el del café recién hecho, pensó. Aunque, también, el hecho de no haberse percatado de la presencia de su madre podría haberse debido a que él aún dormitaba mientras caminaba por ese pasillo.

Permaneció en silencio mientras desayunaba, aunque su padre no paraba de iniciar conversaciones. Primero por el clima. Luego siguió por los deportes. Más tarde intentó evocando sus años en la secundaria. Para cuando Julián lo notó, ya estaban los cuatro integrantes de la familia sentados alrededor de la mesa de la cocina, cada uno en su asunto. Su padre hablando, su madre organizando papeles, su hermana aún intentando despertar y él en silencio. Si bien, la relación que tenían entre ellos era excelente, en ese momento, cada uno estaba sumergido en su propio plan.

Julián moría de ganas de mirar, una vez más, mientras jugaba con la cuchara, el rostro de Amelia en alguna red social, pero se contuvo por miedo a que alguien, principalmente su hermana, que para esas cosas tenía un sexto sentido, lo descubriera en el acto. Y no fue porque le diera por pensar que lo pudieran llegar a considerar un acosador o algo por el estilo, sino que, nada más contrario a eso, lo que no quería era verse en el aprieto de tener que confesar sus sentimientos por su compañera de escuela frente a los demás integrantes de su familia. Lo que él sentía era un enamoramiento del más puro, de ese que te hace ver el mundo de colores agradables, y quería que fuera a Amelia a quien se lo confesara por primera vez. Sin escalas previas.



- PARTICIPANDO EN #PGP2022 -

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora