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Mientras su papá llevaba el carro del supermercado, Isa elegía verduras en la sección correspondiente, sabiendo que, de a poco y como era costumbre, él comenzaría a alejarse de donde estaban para acercarse a la sección de vinos. Le gustaba mirar las botellas, por más que rara vez comprara alguna. Era algo que le parecía entretenido, más allá de que, algunas veces, quedara indignado por el precio alto de muchas de ellas, que hasta tenían un broche de alarma, como si fueran una prenda en una tienda de ropa. Lo hacía hasta que ella lo alcanzaba nuevamente y, ya juntos otra vez, seguían recorriendo los pasillos del supermercado en busca de lo que faltaba de la larga lista de compras que habían preparado la noche anterior, después de la cena.

Cuando Isa estaba en la sección de carnicería, mientras su papá se encontraba eligiendo productos de limpieza, vio que, un poco más adelante, en la fila que se había formado, estaba Greta, su compañera en el Santo Tomás y, además, su pareja en la clase de teatro. Isa le chistó un par de veces hasta que ella, al igual que algunas personas más, de las que estaban en la misma fila, se dio vuelta y, con la simpatía que tanto la caracterizaba, se acercó hasta ella para saludarla.

Tan alegre, inquieta y charlatana como siempre había sido, desinhibida y de incluir a todos, dándoles confianza, Greta le cayó en gracia desde el primer día en que Isa la vio acercarse a ella, apenas había iniciado el recreo luego del taller de teatro. Enseguida habían intercambiado sus números de celular y, entre tantas cosas, Greta le había ofrecido que contara con ella para cualquier cosa que necesitara. A Isa, que, en ese momento, aún la incomodaban las cosquillas de ser la chica nueva, esa actitud solidaria la conmovió tanto que se sintió muy contenta de que el azar del sorteo de la actividad teatral la hubiera hecho toparse con ella. Por eso, al verla esa tarde en el supermercado, no dudó en chistarle para atraer su atención y poder saludarla.


Una vez que las dos se libraron de la sección del supermercado que las había tenido haciendo fila un largo rato, se pusieron a conversar paradas donde estaban, mientras el padre de Isa había retomado su visita a los estantes de botellas caras. Greta le preguntó a Isa cómo se estaba adaptando al nuevo colegio, si los compañeros le parecían buenos, si extrañaba algo de su vieja escuela, y que tal el pueblo y la nueva casa y cuánto tiempo antes de que comenzaran las clases había pasado desde que se instalaron y cómo fue que llegaron a este lugar.

En unos pocos segundos, Greta hizo tantas preguntas que provocó una carcajada en Isa, quien la invitó a dar una vuelta luego de que terminara de ayudarle a su padre con las compras, así podrían conversar y pasar un rato juntas.

Poco más de veinte minutos después, las dos estaban saliendo, en la pequeña motocicleta de Greta, rumbo al centro de la ciudad, a buscar un lugar cómodo para hablar. Primero, debieron dejar en la casa de la dueña del ciclomotor, de una pasada, las comparas que ella había realizado. Luego, sí, siguieron con el paseo planeado espontáneamente.

Así fue como, con sus manos agarrando fuerte los laterales del asiento y con un casco color gris que le había prestado Greta al pasar por su casa, Isa sonrió de felicidad al sentir sobre su rostro la suave brisa que la acariciaba, entrecerrando los ojos mientras disfrutaba de la sensación de libertad que le generaba el andar continuo sobre el asfalto rugoso. Greta aceleraba despacio, saboreando el paseo y, también, intentado que su compañera no se asustara, ya que le había comentado, antes de subirse, que no tenía mucha experiencia paseando en moto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora