Las calles de la ciudad eran sólo un pasaje vacío por donde corrían las hojas secas que arrastraba el viento. Desde cualquier ventana, se veían imágenes estáticas que reflejaban un silencio interminable que se cortaba de a ratos por algún automóvil que pasaba a una marcha cansina producto de la incertidumbre. La gente estaba aterrada, espantada por las cifras que repetían constantemente los canales de televisión, amparada por las paredes de su casa, expectante de novedades. Algunos perros, indóciles, se paseaban por las veredas, con el hocico pegado al suelo, buscando un rastro cualquiera.
Las nuevas medidas restrictivas que habían entrado en vigencia la noche anterior habían sumergido a la sociedad en un mar de dudas y temor en el que nadie se atrevía a intentar algo diferente, víctimas de una sensación de vulnerabilidad que les impedía pensar las cosas con calma. Sólo personal esencial recorría las calles y, entre ellos, las fuerzas de seguridad patrullando, procurando que nadie intentase desafiar las normas establecidas.
Entre tantos cambios, todos los centros educativos habían cerrado sus puertas. Así que Julián, recostado sobre el sillón del living de su casa, leía un libro que le había recomendado Isa la noche anterior, mientras estaban con Gabi en el mismo sillón donde él se encontraba en ese momento. Todo lo vivido el día anterior parecía un recuerdo lejano. Su caminata a la par de Isa al salir de la escuela. El final de esa relación. Y, luego, el resto del día terminado a pura risa con Gabi, mientras esperaban esos anuncios que cambiaron todo y que, una vez en marcha, harían que la normalidad con la que se manejaban hasta ese momento hubiera sido un derroche de confianza y de descuido de la salud.
Pero como Julián se había propuesto a sí mismo no tentarse por el seguimiento de las estadísticas y el sensacionalismo de las noticias más estremecedoras, desde temprano había comenzado la lectura de una novela que lo había atrapado desde la primera página.
Matilda que, más que nada, estaba preocupada por conocer cómo se implementaría el sistema de educación virtual o a distancia, mantenía el televisor encendido a un volumen que era inevitable eludir, pero que Julián había aprendido a ignorar en poco tiempo esa misma mañana, un poco más temprano, cuando comenzó con la lectura del libro. Sin intenciones de molestarlo, pero sí de no ser ella quien se expusiera a una posibilidad de contagio por salir de su casa, la hermana menor de Julián le insistió a la mamá de ambos para que fuera él quien debiera ir al supermercado a hacer las compras.
De todos modos, ella se ofreció a acompañarlo y esperarlo en el auto, pero propuso que era mejor que fuera él quien ingresara a comprar la mercadería porque era el más cuidadoso de los dos y, además, sería más prolijo con el cumplimiento de las recomendaciones de distanciamiento social dictadas por los especialistas en salud. Con todos esos argumentos que expuso su hermana ante los integrantes de la familia, a Julián no le quedó otra opción que aceptar y, como agregado, proponer que, a partir de ese momento, fuera él quien se ocupara de salir a hacer las compras, semanalmente, para toda la familia, a fin de evitar el contacto con otras personas.
Su padre, que ya tenía todo programado para adaptarse al teletrabajo, y su madre, que había suspendido las clases de inglés particular, le insistieron para que no fuera así, que no era necesario, que ellos no estaban tan atemorizados y que cualquiera de ellos dos podría ir a hacer las compras al supermercado cuando fuera necesario. Pero Julián, insistió sin dar opciones a una opinión diferente. Con todo eso, manifestó que estaba de acuerdo con la propuesta de su hermana. La única diferencia que encontró fue que una parte de la iniciativa de ella incluía acompañarlo y esperarlo en el automóvil para rociarlo con alcohol, concentrado al setenta porciento, al salir del supermercado; eso sería imposible de lograr porque, a pesar de que, de algún modo, Julián había parecido ignorar el sonido fuerte del televisor, había escuchado que no podría ir más de una persona adentro de un automóvil, así que debería ir solo a hacer las compras.
Media hora más tarde, y con una docena de recomendaciones en la cabeza, Julián puso el vehículo familiar en marcha y salió a las calles a recorrer el camino hasta el supermercado. Tal como el paisaje que se dibujaba a través de las ventanas, en ese momento, él formaba parte de ese retrato en el que la sensación de estar solo en la ciudad era inevitable. La marcha de su auto, cansina y dubitativa, sonorizaba levemente el vacío que solamente poblaba el ladrido de algún perro de a ratos.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...