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Julián escuchaba atento lo que le decía la mamá de Gabi en la cocina de la casa. Su manera de asentir, mientras ella le hablaba, se asemejaba más a la de un perro esperando la comida que a la de un interlocutor que presta atención. Lo único que le interesaba en ese momento era una porción de la torta que posaba sobre la mesa como un adorno, no la receta nueva que la mujer había intentado luego de verla en una red social, tal como ella le contaba. Pero tenía hambre y no se le ocurría qué más hacer que esperar por esa porción, mientras su amigo se duchaba, antes de que los dos salieran para la cafetería. Julián para tomar algo y Gabi para trabajar.

Desde el living de la casa, se podía oír el televisor que, la mayoría de las veces estaba a un volumen fuerte, sintonizado en un canal de música, como si fuera una radio que alguien hubiera dejado encendida. Entre canciones, las publicidades invadían el ambiente con sonidos fuertes y un resplandor colorido que iluminaba las paredes. Y, acostumbrado a la música enérgica, complementaba la decoración del living el pequeño perro de la familia, que siempre estaba enroscado en el sofá, como un almohadón.

Adornos en los muebles, souvenirs de viajes que otros habían hecho. Fotos por todos lados, un portarretrato por cada integrante de la familia. Cada objeto hacía de ese ambiente un lugar acogedor, de familia cariñosa, de esas que no sienten pudor al manifestar los sentimientos delante de quien sea. Lo mismo sucedía en la habitación de Gabi, cada objeto, cada foto, cada adorno, todo estaba cargado de esa calidez con la que siempre había enfrentado al mundo, como si todo lo que él era fuera parte de un combo que había venido junto con todas las cosas que ornamentaban su cuarto.


Cuando apareció Gabi, Julián ya había terminado la porción de torta y estaba mirando videoclips en el televisor, sentado en el sofá, con el perro sobre sus piernas. Vamos que se me hace tarde, dijo Gabi entre risas. Sabía que el retraso era su culpa. Siempre se demoraba. En su afán de seguir cautivando a su compañero de trabajo, no escatimaba tiempo a los detalles que lo harían verse mejor, aunque eso le hiciera recibir llamados de atención de parte de sus superiores en más de una ocasión por sus reiteradas llegadas tarde.

Salieron por la vereda sobre la que daba la sombra a esa hora en la que estaba terminando de caer el sol, caminando a ritmo acelerado de manera inconsciente. Las primeras cuadras casi en silencio, sólo un par de comentarios breves. Todavía, vagaba por la memoria de los dos la charla que, junto con Alex, habían tenido en el vestuario esa misma mañana. Hasta que, luego de un tiempo, Gabi comenzó una pregunta que, por fuerte que pareciera, sabiendo lo reservado que era su amigo para esas cuestiones, era necesaria para aclarar las dudas que tanto lo inquietaban.

¿Hay alguien más aparte de Isa?, dijo Gabi, entremezclando el tono de su oración entre pregunta y afirmación. En ese momento, Julián comprendió que, por más que se esforzara por ser un enamorado en secreto, solitario, su amigo era capaz de darse cuenta de todo con sólo mirarlo a los ojos. Con la gran capacidad de intuición que tenía Gabi para esas cuestiones, era más que obvio que no había sido posible ocultar nada de lo tanto que sentía por Amelia, así que le pareció que ya era momento de soltarlo todo.

Además de que Gabi podría llegar a ser la persona ideal para conversar acerca de ese tipo de asuntos, ya que entendería bien cuando él le hablara de que sus sentimientos eran de amor y no de un capricho de adolescente y, también, sabría bien lo que es amar desde las sombras. Su amigo era una persona que siempre había entendido de amores imposibles y que, tan fiel como era, haría lo que estuviera a su alcance para servir de ayuda, aunque más no fuera, prestando un oído para escuchar el desahogo de un corazón enamorado.

Con las palabras en la boca, por responder la pregunta, en eso estaba Julián, comenzando a balbucear una confesión para contestar la pregunta de su amigo, cuando Isa apareció por detrás de los dos, contenta de haberlos encontrado por la calle. Les preguntó que hacían y, al instante, recordó que a esa hora Gabi tenía que estar entrando en su trabajo.

Siguieron caminando, los tres juntos, en un silencio incómodo. Se había interrumpido la charla justo cuando acababa de comenzar, en el momento en el que, después de tanto tiempo, Julián parecía estar dispuesto a abrirse y contar lo que sentía. Hasta que, pocas cuadras después, Isa les dijo que doblaría en la calle siguiente porque se dirigía al supermercado para ayudar a su papá con las compras una vez que él terminara su turno de trabajo. Abrazó a un Julián, prácticamente, inexpresivo y le dio un beso en la boca sin decir más y dobló al llegar a la esquina, mientras ellos cruzaban la calle aún en silencio.

Los dos querían mucho a Isa, que se había instalado en sus vidas para siempre, pero, en ese momento, sintieron una sensación inequívoca de alivio al verla alejándose de ellos. Entonces, Julián retomó la palabra, aunque, esta vez, prefirió guardarse para más adelante todo lo que iba a exponer ante su amigo. Como ya estaban llegando a su destino, le preguntó a Gabi qué le parecía si se encontraban cuando terminara su horario laboral y, así, podrían conversar sin apuros acerca de un tema que era muy importante como para comenzar a hablarlo en ese momento, más aún, sabiendo que los llevaría a un intercambio de opiniones que no se resolvería de un momento para otro. A Gabi le pareció una propuesta estupenda. Incluso, se ofreció a llevar algún café para compartir mientras conversaran tranquilos, sin la prisa que les invadía en ese momento.

Se despidieron amistosamente, como lo hacían la mayoría de las veces, aunque sabían que seguirían cruzándose durante algún tiempo más, ya que, mientras Gabi estuviera trabajando, Julián, al menos por un rato, estaría como cliente en ese mismo lugar, tomando algo y mirando hacia la calle a través del enorme ventanal que daba a una de las avenidas más céntricas de la ciudad.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora