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Cuando comenzó a asomar el sol por el tapial que había junto a la piscina, reflejando sus rayos en la ventana que estaba detrás del sillón donde Julián había pasado la mayor parte de la noche sentado, la mayoría de los invitados a la fiesta empezaron a ayudar a ordenar el caos que, durante el transcurso de las horas, se había ido generando por toda la casa. Al poco tiempo, ya habían dejado todo, al menos, ordenado. Sin vasos en el suelo, en la escalera o en cualquier otro lado y sin botellas sobre el césped o arriba de la heladera. Antes de que comenzaran a marcharse todos, la casa lucía un aspecto mejor del que podría haberle quedado.


Tal como lo habían acordado, Gabi tomó las llaves del auto de Julián, quien accedió, como siempre, sin poner resistencia, más allá de que no había tomado mucho. Es que, Julián, con un poco de culpa tal vez, quería emprender el regreso a casa sentado en el asiento de atrás, al lado de Isa, a quien sentía que le había fallado porque, a pesar de que la charla con Olivia había quedado inconclusa, el simple hecho de haber tenido la intención de hablar sobre Amelia con alguien más era considerado por él como una falta muy grave.

Si bien ella nunca se enteraría y, seguramente, de enterarse, no le daría mayor importancia que la que tenía: ninguna, para él, que era un joven de palabras, de pensamientos, eso que había sucedido era como haberla engañado. Y, aunque se consolaba diciéndose a sí mismo que el comienzo con Isa había sido muy repentino y que su amor por Amelia no podría haber desaparecido, así como así, de un día para el otro, de todos modos, ese intento desesperado de condescendencia hacia él mismo no podía, ni siquiera, ocultar la culpa que sentía en ese momento.

Mientras en auto marchaba, a ritmo de paseo, para hacer el recorrido rumbo a sus casas, las calles del pueblo parecían una foto de almanaque. El sol, mientras amanecía, le daba un tono anaranjado al asfalto, resaltando su mal estado. El poco tránsito que había a esa hora de la mañana le daba un aura de quietud al recorrido, que solamente se cortaba por algún perro que cruzaba la calle, obligando a Gabi a tocar el pedal de freno, como si hubieran estado esperando que pasara algún auto para pasar de una vereda a la otra.

Los cuatro, adormecidos, poco conversaban entre ellos. Alex, como todo copiloto, se embarcó en la tarea de pasar de una emisora de radio a la otra, en busca de alguna canción que les gustara a todos. Isa, casi sin pestañar, miraba a Julián, quien fingía no darse cuenta. Ella, con los ojos embelesados, y, a pesar de estar en silencio, parecía gritar lo mucho que estaba enamorada de él.

Llegaron primero a la casa de Alex, quien se bajó sin decir muchas palabras y golpeó dos veces el techo del auto en señal de que ya podían retomar la marcha. Siguieron un par de cuadras más hasta que Gabi, con intenciones de dejar a Isa y Julián a solas, puesto que ella le había confesado que le gustaba su amigo, les dijo que el próximo destino sería su propia casa, así ya se iba a descansar porque debía trabajar en la cafetería a partir del mediodía. Como ninguno de los dos que iban en el asiento de atrás se negó, siguió en ese rumbo establecido mientras le daba play a la música de su celular y apagaba la radio del coche.

Cuando llegaron a la casa de Gabi, su padre, que ya se había levantado para ir a trabajar, salió a la vereda para saludarlos de lejos y, de paso, aprovechó para mirar con ojos controladores a los dos que estaban en el auto. Julián lo saludó mientras se pasaba al asiento de conductor por entre medio de los dos asientos delanteros. Isa, también lo saludó mientras se bajaba y volvía a subir, pero con menos entusiasmo que Julián, ya que ella aún no había sido presentada con el padre de Gabi.

Ya acomodados en sus lugares, salieron rumbo a la casa de Isa. Gabi los miraba desde su vereda mientras sonreía. Estos dos..., le dijo a su padre en un suspiro y entró a la casa.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora