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Cuando Sara comenzó una suplencia como profesora de teatro, jamás hubiera imaginado que sería ese primer día cuando se daría cuenta de que Alex, el chico que había conocido en la última fiesta de disfraces y con el que se había vuelto a ver la noche siguiente, pretendiendo comenzar una relación informal, sería su alumno.

En las distintas relaciones que tuvo antes de esa, todas informales, nunca se interesó por preguntarles a sus parejas de ocasión a qué se dedicaban, cuáles eran sus gustos o si eran realmente solteros. Prefería dejarlo todo librado a la imaginación. Se decía a sí misma que quería enamorarse de alguien por como la tratara a ella cuando estaban juntos. Creía que conocer más detalles sobre la vida de esa persona la haría tolerante a algo que no le gustara por el simple hecho de creerlo una opción potable o, al contrario, le haría tener poca tolerancia a cualquier mínimo detalle si lo consideraba una mala opción. Así lo había hecho siempre y nunca había sentido que le diera malos resultados, tal vez, porque nunca se había enamorado.

Pero esta vez había sido diferente, desde la primera noche había sentido una conexión diferente con Alex. No sólo le gustaba su cuerpo, también le atraía su aspecto rebelde y sensible al mismo tiempo, su manera de ocuparse de que ella se sintiera bien en todo momento. Después de la primera noche, tuvo intenciones de preguntarle su apellido, a qué se dedicaba y algunos datos más, difiriendo de su costumbre habitual. Pero, tal como las veces anteriores, logró seguir fiel a su método de no indagar en aspectos ajenos a lo que sucedía dentro de su departamento, más allá de lo diferente que le pudiera resultar esta nueva relación que estaba comenzando.

Imaginó que era un estudiante universitario de primero o segundo año, quizá literatura o historia. Se dio cuenta que era más chico que ella, pero no mucho más que tres o cuatro años, pensó. Él sí se atrevió a preguntarle más sobre ella, pero ella se abstuvo de responder lo más que pudo, liberando nada más que su apellido.

Sara se había sentido cómoda con él. Desde el primer momento había fantaseado que Alex era alguien con quien podría llegar a avanzar hacia una relación más formal. Había pensado en eso al observarlo, desde su balcón, marcharse en su motocicleta. En esa escena, él levantó la vista y ella le sonrío a modo de despedida y luego volvió adentro a continuar con la preparación de la clase que tendría que dar el lunes siguiente, cuando comenzara la suplencia que había tomado en la secundaria Santo Tomás.


Ese lunes Sara comenzó la mañana sintiéndose plena, a gusto completo con su presente. No podía sacar de su mente a Alex, sentía que se estaba enamorando, y comenzaría, además, con una oportunidad laboral que la llenaba de expectativas porque, más allá de que daba clase en dos de las tres escuelas primarias de la ciudad, ser profesora de teatro en una secundaria, con adolescentes, era algo que la motivaba aún más. En el Santo Tomás se encontraría con chicos que habían elegido ir a esa clase, lo cual generaría un ambiente más oportuno para poder representar alguna de las obras que le fascinaban y que creía que serían correctas para hacer que sus nuevos alumnos pudieran lucirse sobre un escenario.

Esa mañana, Sara llegó a la secundaria algunos minutos antes del horario en el que debía presentarse. Luego de recorrer el pasillo principal, mirando a todos lados, con una sonrisa en su rostro, entró a la sala de profesores, donde la esperaba el director, quien le presentó a sus colegas y, juntos, salieron rumbo al salón de clase una vez que el timbre sonó y todos los alumnos abandonaron el patio y los pasillos. Al llegar al aula, en cuanto cruzó la puerta de entrada, vio a Alex parado junto a otros chicos. Enseguida se dio cuenta de que era un joven estudiante de secundaria y que lo ocurrido ese fin de semana podría arrastrarla hacia graves consecuencias.

Se sintió devastada en ese breve instante en el que, como si la hubiera tomado por sorpresa un balde de agua helada, comprendió que la sola idea de una relación con ese chico era un error y que aquello que se habían propuesto continuar no debía seguir adelante. Pero tuvo la habilidad, tal vez por sus dotes teatrales, de bloquear toda la frustración que sintió de golpe, en ese minúsculo momento, y comenzar su clase ajena a los sentimientos que la invadían por dentro.

Una vez terminada la jornada laboral, ya en su departamento, lo primero que hizo fue borrar a Alex de los contactos de su teléfono. Luego entró al baño y, bajo la ducha, permaneció poco más de una hora llorando y preguntándose por qué el destino había sido tan cruel con ella. Así, como pudo, reprimió los sentimientos que habían hecho que viera a Alex como la oportunidad de un romance pleno y duradero y, luego, se tiró en la cama para intentar dormir, aunque aún quedaran un par de horas de sol sobre los techos.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora