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Una de las últimas mañanas del receso de verano, Amelia estaba aburrida en su casa, recostada sobre el sillón. Es que su mamá le había dicho que no era necesario que ese día la acompañara a la librería, que se quedara en casa y, además, le había dado una lista de compras para que hiciera el favor de ir al supermercado en cuanto pudiera. Y como Amelia se había adaptado a la rutina de levantarse temprano, hizo eso en vez de intentar seguir durmiendo.

De todos modos, como sabía que una de las maneras más fáciles de evitar que su mamá intentara que ella desayunara era fingir estar durmiendo, se levantó recién cuando escuchó que el auto se ponía en marcha, ya para salir. En ese momento, se despegó de la cama y bajó las escaleras para dirigirse hasta la sala de estar, luego de pasar por el baño de la casa.

Encendió el televisor, que había quedado en un canal de noticias, que era lo que siempre miraba Teresa Rauch en las mañanas mientras se alistaba. Como Amelia lo había prendido porque sí, porque en realidad no deseaba mirar nada en particular, solamente quería ambientar un poco la casa con el sonido de voces hablando desde algún lugar, lo dejó en ese canal mientras se distraía con las redes sociales en su celular.

Aunque no le prestara atención a lo que decían, sabía que el tema que los periodistas estaban tratando, acerca de la propagación del nuevo virus, tenía en vilo a todos durante los últimos días, ya que el miércoles anterior habían declarado Pandemia a la situación en la que se encontraba el mundo, afectado por una ola de contagios masivos que se iba diseminando por todos lados, desde el este.

Sin ánimo de hacer mucho más que permanecer así, Amelia pasó un par de horas distrayéndose con su celular, ignorando la gravedad del tema que se hablaba en el canal de noticias que no dejaba de repetir, una y otra vez, los mismos titulares. Hasta que, mediando la mañana, se dio cuenta que sería mejor salir cuanto antes a cumplir con el encargue que le había dejado su mamá, para poder evitar el calor agobiante que ya se podía percibir del otro lado de la ventaba que estaba abierta de par en par. Así que se peinó con desgano y, una vez lista, salió en su bicicleta rumbo al supermercado, con la lista en uno de sus bolsillos, junto al celular.

Intentó tomar las calles que estaban más pobladas de árboles. A esa hora podía apreciarse la gran diferencia entre estar al sol o a la sombra. Pedaleando con poco ánimo, iba pegada al cordón de la vereda, esquivando los autos estacionados con un brusco zigzag. No eran muchas las cuadras que tenía que recorrer para llegar al supermercado, pero, por el desgano que le provocaba estar en ayunas, sumado al calor, para Amelia significaban todo un desafío, el cual, de todos modos, debía cumplir sin que se notara su desánimo, para que su madre no volviera a la carga con la preocupación por su alimentación. Le había costado, pero, por el momento, había logrado que sus padres la creyeran en plena recuperación, así que intentaba evitar cualquier descuido que pudiera volver a encender sus alarmas.

Cuando llegó al lugar, dejó su bicicleta a la sombra, tomó la bolsa de mandados que llevaba en el canasto, delante del manubrio, y entró para sentir, de repente, el gran cambio de temperatura que había entre el calor húmedo de la calle y el frío de aire acondicionado que había ahí adentro. Tomó un canasto para ir vertiendo la mercadería que figuraba en la lista, mientras recorría los pasillos que había entre las góndolas repletas.

Había mucha gente en el lugar y varios parecían estar proveyéndose como para pasar un largo tiempo sin volver al supermercado. Hasta ella lo notó, que no era de observar lo que hacían los demás, pero, esa vez, le llamó la atención la gran cantidad de gente que llevaba el chango lleno de rollos de cocina y de papel higiénico, de lavandina y de desinfectante.

La fila en el sector de la verdulería no era tan larga. Aprovechó que era así para ir por tomates, zanahorias, manzanas y limones, como figuraba en la lista. Una vez que tuvo eso, siguió rumbo a los artículos de limpieza para, por último, pasar por donde se encontraban los lácteos. Mientras miraba la fecha de vencimiento de los yogures, fue a tomar un postre de chocolate para observar lo mismo y, al extender su mano para agarrarlo, justo coincidió con la chica que estaba a su lado, quien iba a tomar el mismo. Se disculpó y la chica sonrió y le dijo que mejor la perdonara a ella.

Ambas siguieron con su elección de lácteos, cada una por su lado. Amelia volvió a mirarla, pero no la reconoció. Era una chica de aspecto rebelde, parecía de su misma edad, con una voz suave que le resultó agradable. Vestía una remera negra, con una pollera de jean y zapatillas con puntera de goma. Llevaba un bolso a un costado de su cadera, con la tira que cruzaba como una banda sobre su pecho.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora