Esa noche de verano la cafetería estaba bastante concurrida. Lo notó al mirar por el ventanal, de afuera hacia adentro, mientras caminaba por la vereda, rumbo a la puerta de entrada. De todos modos, ingresó al local, con un libro en la mano y su andar de perro solitario, despreocupado pero atento al comportamiento de los demás. Formó a lo último de la fila que había frente a la caja y, mientras esperaba su turno, golpeteando al costado de sus piernas con los dedos como si fuera un baterista ensayando en el aire, paseaba su mirada por el local, mientras, incómodo y arrepentido de esa salida, se reprochaba no haber apostado solamente a la búsqueda virtual del amor.
Una vez que llegó su turno de ordenar, las palabras se bloquearon dentro de su boca, dándole cuenta de que no contaba con esa locuacidad con la cual se describía a sí mismo en sus solitarias quimeras. A duras penas, logró hacerse de su orden, la cual esperó de pie a un costado.
Cuando finalmente tuvo en sus manos el café largo, le puso azúcar mascabo y se dirigió a una mesa chica que justo se estaba desocupando, cerca de la fila frente a la caja, que no paraba de renovar sus integrantes, sin perder la cantidad. Posó el libro sobre la mesa, de manera que se viera lo que estaba leyendo actualmente; creyó certera la elección del libro El silencio más allá, como una manera de mostrarse ante los demás como alguien culto, sofisticado, y, al mismo tiempo, con la curiosidad de disfrutar de los nuevos talentos de la literatura moderna.
Una vez sentado, con su café largo y su libro a un costado, retomó el paseo de su mirada por los rincones del lugar, ansioso por encontrarse con esa chica con la cual encender la llama del romance al unísono. Pero no encontró, al menos en todo el alcance que tenía desde donde estaba, alguien que le provocara la sensación que estaba buscando. Suspiró fuerte, liberando toda la decepción junto con el aire que había en sus pulmones y procuró terminar el café para poder marcharse, aunque, por el tamaño que tenía su orden, sabía que eso le llevaría bastante tiempo.
Dio un sorbo largo y, al levantar la cabeza, vio de reojo, por el ventanal que daba a la calle, que había una chica muy atractiva caminando hacia la entrada. Levantó las cejas como si le indicara a alguien, sin mirar, que le prestara atención a quien estaba por entrar. Se quedó inmóvil, mientras ella, con un gesto de tristeza, el de cualquiera que aún convive con las sensaciones de algo grave que acaba de sucederle, se acomodaba en la fila que había comenzado a achicarse en ese momento. Quedó cautivado por la belleza de esa joven, quien, aunque estaba sumida en sus propias cavilaciones, irradiaba un aire de frescura imposible de ocultar. Al menos, eso es lo que sintió él al quedarse mirándola, luego de notar que ella se había percatado de su presencia.
La fila avanzaba con un poco más de velocidad que un momento antes. Él, mientras ya no se le ocurría que más hacer para evitar quitar sus ojos de encima de ella, se vio tentado por sentir el roce suave de esa piel fresca. Comenzó a impacientarse, a decirse a sí mismo que algo debía hacer para poder contactarse con ella. Agachó la mirada buscando alguna idea. Vio sobre la mesa el libro y el vaso grande de café con su nombre escrito con tinta negra, de trazo grueso, y se encendió una pequeña lámpara en su interior. Esperaría que ella ordenara y dijera su nombre para que la persona que la estuviera atendiendo lo escribiera en el vaso. Una vez que supiera cómo se llamaba, podría marcharse y, luego, intentar contactarla a través de la red social por la cual había apostado para encontrar el amor.
Lo único que le faltaba a su repentino plan era ver de qué manera podría sentir la suavidad de esa piel que lo había cautivado a la distancia. Pero lo resolvió rápido. Al oírla decir su nombre para que lo escribieran en el vaso mediano de su orden, se puso de pie, hizo una breve pausa frente a la mesa donde estaba, tomó su libro, dejó el café con poco menos de la mitad del contenido y salió rumbo a la puerta principal. Al pasar por al lado de donde ella estaba, con una de sus manos, intentando que pareciese accidental, rosó la izquierda de ella y siguió su camino hacia la salida. Una vez afuera, se detuvo e intentó recuperar el aire que le faltaba luego de ese acto de arrojo.
Se dijo a sí mismo que ya estaba, que ya había conseguido el nombre de aquella chica que había despertado en él la sensación que había ido a buscar, que se fuera a casa a seguir con su parte del plan. Pero, preso de su entusiasmo por hacer algunas cosas a la vieja usanza, otra voz dentro suyo le insistía para que esperara, que la había oído pedir el café para llevar, que saldría pronto y podría interceptarla para hablar en persona, sin el riesgo de no encontrarla a través de la virtualidad, porque quién le aseguraba que ella tenía una cuenta en esa red social o en alguna otra. En ese debate interno estaba, cuando sintió el sonido de la puerta al abrirse y comprobó que era ella la que salía del lugar, con su café mediano en la mano.
Antes de que se alejara y fuera tarde para actuar, se acercó por detrás de ella y, sin haber pensado qué decir, improvisó con lo primero que le vino a la mente. Un tanto acelerado por la impaciencia, le preguntó a qué se debía la cara de preocupación en una chica tan linda. Ella miró de reojo, sin mucha gracia, y le respondió que no creía que fuera de su incumbencia.
Continúo caminando detrás de ella, mientras que sus pensamientos lo empujaban a actuar rápido, antes de que su acoso le causara miedo a esa chica que tanto le había gustado. Parece que empezamos con el pie izquierdo, retrucó con tono seguro, pero al notar que la joven no volteó a responder y ni siquiera hizo un gesto, se detuvo y se quedó inmóvil en medio de la vereda, viendo cómo ella se alejaba, diciéndose a sí mismo que ya había sido suficiente, que probaría con la otra parte de su plan, que la vieja usanza había quedado obsoleta.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...