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Mediaba la segunda semana de clase. Amelia llegó temprano a la escuela esa mañana. El verano aún se resignaba a marcharse. El sol radiante, ya a esa hora, dibujaba la sombra de Amelia contra las paredes de ladrillo a la vista del frente del Santo Tomás. Se percibía en el ambiente una rara tranquilidad, como si todos temieran acercarse a los demás. Las últimas noticias de la expansión del virus alrededor del mundo estaban cambiando el entusiasmo de la gente, permitiendo que el miedo flotara tácitamente por todos lados.

Le gustó que el sol le diera en la cara, aunque resaltara sus ojos cargados de sueño, así que decidió esperar a Olivia sentada en un banco en la vereda. Le envió un mensaje con la intención de saber con cuánto tiempo contaría hasta que ella llegara. Al menos para saber si podría repasar el capítulo de un libro que debía tener leído para la primera clase, que sólo lo había hecho una vez la noche anterior.

Pasaron algunos minutos y, como Olivia no había contestado todavía, siguió con la lectura que se había propuesto, la cual había comenzado un minuto antes. Sola, con los rayos de sol dándole de lleno en su cara, leía despreocupada. Aún quedaba algo de tiempo hasta que sonara el timbre que la apuraría a entrar. En eso estaba mientras no paraban de llegar alumnos, todos con cara de preocupación, aparte de la de sueño. Detrás de dos chicas que conversaban sin parar, llegó Isa, que no tardó en darse cuenta de que Amelia estaba ahí. Primero, la miró de reojo, mientras caminaba por la acera, antes de tomar el camino de unos veinte metros hasta la puerta de entrada.

Al pasar frente a ella, Isa se detuvo y permaneció mirándola en silencio hasta que Amelia interrumpió su lectura y levantó la cabeza para devolverle la mirada, recorriéndola desde la punta de los zapatos hasta el mentón, para comprobar que no se trataba de Olivia, quien le hubiera dicho algo además de pararse como una estatua frente a ella.

Isa no dijo nada, sólo la miró. Su gesto, de a ratos, parecía expresar que la odiaba, hasta que una sonrisa irónica insinuaba que Amelia no provocaba nada más que pena. Ninguna de las dos mencionó palabra alguna. Isa indescifrable, desde el gesto hasta sus motivos. Amelia anonadada, muda, sin saber cómo reaccionar. Permanecieron así hasta que, desde la pared, junto a la puerta de entrada, el timbre les anunció que ya era tiempo de cortar con ese cruce de miradas mudas y entrar a clase. Cuando Isa dio media vuelta y salió, Amelia intentó decir algo, pero sus palabras se perdieron en el aire, tapadas por el rugido de la motocicleta de Alex, que llegaba con Julián de acompañante.

Amelia miró una vez más su celular. Olivia aún no había visto su mensaje. Le pareció imposible creer que se hubiera dormido. Intentó llamarla. De hecho, lo hizo, pero el celular llamó y llamó y nadie le respondió. Dudó de sus intenciones de enviarle un mensaje a la mamá de su amiga. Si, por algún motivo, Olivia había decidido no ir a clase, eso la delataría. Se le ocurrió que, quizás, no le contestó el mensaje ni atendió la llamada por no convertirla en cómplice de su acto. Mientras pensaba en eso y guardaba su celular en el bolsillo de la mochila, Alex y Julián pasaban por donde ella estaba. Julián se detuvo y le preguntó cómo le iba, luego de decirle buen día.

Julián, un poco más suelto para hablarle, luego del par de veces que habían estado compartiendo tiempo juntos, se mostró dispuesto a esperarla. Es que estoy dudando en entrar a clase, dijo Amelia. Él le preguntó si se debía a que no había leído el capítulo que le habían dado de tarea, que, si le parecía, se lo podría resumir en el trayecto hasta el salón. No, no es eso, es que estoy preocupada por Olivia, ella jamás ignoraría su celular, ni dormida, dijo con un tono que dejaba asomar su temor. Julián opinó, tal vez, en un intento por calmarla, que Olivia podría haberse quedado dormida, la noche anterior, mientras miraba alguna red social, y la batería del celular se le podría haber quedado sin carga. No, si así fuera, me lo diría el contestador al intentar llamarla, respondió Amelia, cada vez más preocupada. Luego agregó, esperemos un rato más y vemos qué sucede.

Alex ya había entrado al colegio, procurando filtrarse desapercibido al pasar por donde estaban. Cuando los dos, Julián y Amelia, cruzaron la puerta de madera de doble hoja por la cual debían ingresar al colegio, se encontraron con Isa, que esperaba cruzada de brazos, apoyada contra la pared. No parecía enojada, pero sí alerta. No dijo nada, nuevamente, y salió rumbo al salón de clase, un par de pasos más adelante, antes de que ellos la alcanzaran, como si nos los hubiera visto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora