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El clima durante la hora del almuerzo fue tenso. Ninguno de sus amigos se animaba a preguntarle a Alex sobre el arrebato que había sufrido durante la clase de teatro, pero podía notarse que todos pensaban en eso mientras comían en silencio. En un intento por cortar ese ambiente de aire espeso, Julián comenzó a contarle a Isa acerca de la vez en que los tres intentaron acampar sin percatarse que el pronóstico del clima anunciaba lluvia. Gabi, que enseguida notó el intento de su amigo por cortar con la tensión, comenzó a reír y a aportar más datos al monólogo. Alex, que comenzó mirándolos de reojo, al poco tiempo se sumó a la conversación. Y así, gracias a la iniciativa de Julián, la incomodidad que podían haber sentido en un primer momento, fue quedando en el olvido.

Nuevamente, Isa sintió que se enamoraba aún más de Julián y que se colmaba de admiración hacia él al presenciar esa manera de abordar los momentos embarazosos, estando atento a los cambios de humor y sabiendo desviar de forma correcta el foco de atención, logrando que todos se sintieran cómodos, de un momento a otro, casi sin darse cuenta. Pero para ella, no todo lo ocurrido en la hora de teatro le había resultado ajeno. En esa clase, además de la extraña reacción de Alex, Isa había notado la manera en que Julián y Amelia se habían mirado, luego de haber estado tomados de la mano, encandilándose con el brillo que tenían en los ojos, mientras se contemplaban el uno al otro, prácticamente, sin pestañear.

Los vio seguir así luego del arrebato de Alex, cuando él salió del salón y, también, cuando la profesora dio por terminada la clase, como si no se hubieran percatado del paso del tiempo. Así que ella, también, aunque no lo había exteriorizado, permaneció ahogada por la angustia durante el almuerzo, hasta que Julián intervino, y entonces sintió más enamoramiento aún y supo que quería avanzar con él y que, para eso, debía encontrar la manera de que Julián no se enamorara de Amelia, por inevitable que pareciera. Y, mientras los demás rememoraban los momentos de aquel día de campamento, Isa pensó que la mejor manera de conseguirlo sería si ella lograba conquistarlo primero.

Al levantarse de la mesa en la que estaban almorzando, Isa le preguntó a Julián si le gustaría salir al centro con ella luego de la última clase. A él no le pareció mala idea, ya que no tenía ningún otro plan en mente más que ir a su casa a continuar con la lectura del último libro que había comprado en la librería de la madre de Amelia, así que aceptó sin dudarlo.

El resto de la jornada de clase transcurrió casi sin ningún sobresalto. Con Alex, prácticamente, más calmo, Gabi en sus asuntos, Isa esperando que las horas corrieran lo más rápido posible en el reloj y Julián sin hacer otra cosa más que pensar en Amelia mientras recordaba sus manos unidas a las de ella. Todos meditabundos, sumergidos en un diálogo inaudible con su propia voz interior, buscando respuestas a preguntas que nadie les había hecho, pero con la comodidad de saber que, a su lado, tenían a alguien con quien contar para lo que fuera.


Más tarde, ya fuera del Santo Tomás, entradas las últimas horas de sol, Isa y Julián tomaban un café que habían comprado al paso, sentados en un banco de la plaza, mientras compartían un muffin. Hablaban de temas banales, por momentos riendo y algunas veces serios, y todo daba cuenta de la buena química que había entre ambos.

En un momento determinado, Julián detuvo sus palabras para contemplar la sonrisa de Isa, mientras ella movía la cabeza para correr el mechón de cabello que se había posado sobre su cara, empujado por el viento. En ese instante, que duró poco más de un segundo, Julián se percató de la belleza de Isa, de cuán afortunado sería quien la conquistara. Comprendió que no sólo era la agradable y buena persona que había descubierto detrás de esa capa de rebeldía con la que acorazaba su verdadera personalidad, sino que, además, poseía una belleza que le había llamado la atención.

La noche estaba cada vez más cerca cuando decidieron salir rumbo a sus casas. Julián se ofreció a acompañar a Isa, quien aceptó sin dudarlo. Salieron caminando, siguiendo con su charla incansable. Al llegar a la casa de ella, se miraron, se sonrieron y, repentinamente, Isa lo besó en la boca, tomando su cara con ambas manos. Julián se quedó inmóvil y, como si no supiera cómo actuar, lo único que se le ocurrió decir fue: Nos vemos mañana.


A Julián no le salían palabras de la boca, aún, cuando llegó a su casa. Se sentó en el sillón, junto a su hermana, que estaba mirando un capítulo de una serie que él no sabía ni cuál era, pero se quedó ahí, fingiendo entender de qué iba, solamente para intentar no pensar en lo mal que podría haberle parecido a Isa su poca reacción al beso que ella le había dado luego de la tarde perfecta que habían pasado juntos.

Tenso y mudo, permaneció poco más de quince minutos sentado junto a Matilda, quien no aguantó la duda y, tras apretar el botón de pausa en el control remoto del televisor, se detuvo a mirarlo un par de segundos y, seguidamente, le preguntó qué le sucedía, si había pasado algo grave. Julián confiaba plenamente en su hermana, quien, más allá de ser menor que él, tenía un dialecto que aparentaba mayor madurez y sabiduría a la hora de tocar temas relacionados con los sentimientos. Pero esta vez, al igual que en otras tantas ocasiones, decidió pelear en su interior la batalla contra las dudas, así que la evadió diciendo que solamente estaba cansando luego de un largo día.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora