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La noche siguiente al día en que Olivia entró en razón acerca de los problemas de alimentación de su amiga, mientras se probaban ropa, el gris oscuro del cielo le hizo un guiño para quedarse en su casa, aprovechando, además, que su mamá había salido a cenar con amigos. Miró por la ventana de su habitación y comprobó que pronto comenzaría a llover.

Los atardeceres cargados de nubes y el rezongar del cielo a lo lejos habían sido la fachada de muchos días ese verano, generándole un resoplo de disgusto cada vez que veía que se aproximaba una tormenta. Pero, en esa ocasión, le resultó sumamente gratificante encontrarse con ese clima, que tantas veces le había parecido adverso. Así, tendría la excusa perfecta para quedarse a solas, en la tranquilidad de su casa, para dispersar un poco su mente, que no paraba de cavilar acerca de las sensaciones que le habían quedado de la noche anterior, invitándola a desahogar todo ese temor llorando en soledad.

En primer lugar, creyó buena idea distraerse leyendo, actividad que se había propuesto para ese verano, aunque todavía no sabía qué libro elegir. Busco entre los pocos ejemplares que tenía en su casa y, después de leer algunas contratapas y hojear al azar algún que otro libro, desistió de esa tarea. Continuando con la búsqueda de algún pasatiempo que la distrajera, mientras los relámpagos iluminaban las cortinas blancas, intentó encontrar alguna película que le interesara.

Pasó un tiempo navegando entre trailers y reseñas, sin poder decidir qué mirar, hasta que el ruido estrepitoso de un trueno le hizo caer en la cuenta de que sería mejor desenchufar los aparatos eléctricos de la casa. Así que, comenzando por la cocina, primero la heladera y luego el microondas, siguiendo por los televisores de la casa, fue desconectándolos a todos, hasta que llegó a su celular, que había dejado cargando un rato antes.

Con la casa en penumbras, se tumbó en el sofá, con su teléfono móvil en las manos. Desbloqueó la pantalla y, luego de mirar algunas fotos que tenía en la galería, haciéndolo por aburrimiento más que por cualquier otro motivo, presionó sobre el icono de una red social. Hasta ese momento Olivia no había sido una chica que le diera mucha importancia al mundo virtual, colmado de supuestos amigos, que muchas veces no la reconocían por la calle. Vio una imagen que le pareció cómica y lanzó una carcajada. Comprobó que tenía muchas solicitudes de seguimiento y las aceptó una a una, devolviéndoles el favor.

Mientras el brillo de la pantalla le iluminaba la cara, convirtiéndola en el único resplandor en toda la casa, ya entrada la noche, además de algún que otro relámpago de vez en cuando, se fue sumergiendo en ese universo de caras repetidas, de famosos que se creían seres urbanos y de seres urbanos que se creían famosos.

Comenzó a tocar dos veces seguidas la pantalla sobre fotos que le agradaban, comentando alguna que otra. Publicó una foto de un rayo, tomada a través de la ventana, con el hashtag miedo. Recibió comentarios agradables. Sonrío al aire, como si su mueca fuera dedicada a alguien en particular. Comenzó a seguir a más y más gente, y fue sumando nuevos seguidores.

En poco tiempo, estaba sumergida en ese mundo tanto como los demás. Le resultaba placentero, sentía que estaba acompañada y, por sobre todas las cosas, durante todo ese rato, su cabeza no había dado vueltas alrededor de pensamientos que le causaran angustia. Había podido dejar de lado el gusto amargo que había sentido en su boca durante todo el día, apoyada en la certeza de que estaba acompañada, más allá de que siguiera tan sola como antes.


Cuando su mamá regresó de la cena a la que había ido, la encontró en penumbras, deslizando su dedo por el celular, sin reparar en que la tormenta se había disipado un par de horas antes. Se saludaron con un beso y comenzaron a conectar de nuevo todos los artefactos eléctricos, devolviéndole a la casa los puntos rojos de luces led que quedaban alerta, en un lugar y otro, esperando que alguien los encendiera. Bostezó, se levantó del que había sido su sitio casi por tres horas. Salió rumbo al baño y de ahí a su habitación, a tumbarse en la cama para seguir paseando por ese universo de gustos distintos y de caras desconocidas que había entre cada historia.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora