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La infancia de Alex estuvo marcada por momentos difíciles. De muy pequeño, la mañana lo recibía con la escena de sus padres discutiendo en la cocina. Durante el almuerzo, no faltó un día en el que tuviera que levantarse de su silla frente a la mesa y salir corriendo hasta su habitación, cansado de oír los mismos comentarios tensos de siempre.

Por las tardes, al llegar de la casa de su amigo Julián, lo recibía la pregunta de su madre, con un tono embarrado de rabia, acerca de si sabía donde estaba su padre. Y, al llegar la noche, culminaba su jornada con el peor momento del día: sus padres, pasaban a su cuarto a desearle buenas noches, uno a la vez, y luego, cuando debían creerlo dormido, se trenzaban en una discusión que Alex oía hasta quedarse dormido, con la cabeza bajo la almohada.

Para él, uno de los momentos más felices, sin dudas, fue cuando, un sábado por la mañana, sus padres, con tono melodramático, se sentaron uno a cada lado y le dijeron, con voz quebrada, que se separarían. Está bien, dijo Alex, con toda la inocencia, como cualquier niño. Luego, preguntó qué tenía que hacer él, y eso les dibujó una sonrisa a sus padres, que aún tenían los ojos brillosos.

Su mamá fue la que tomó la palabra para, dudando y, un poco, excusándose, decirle que ella se iría a otra casa, a vivir con un amigo, mientras le daba tiempo a su papá, quien se quedaría con él en la casa, para reflexionar acerca de si la seguiría amando cuando ella regresara. Después de pasarse las palmas de su mano por la cara, su padre le dijo que no se preocupara, que los dos estarían bien y que, desde luego, podría ver a su mamá cuantas veces quisiera. Alex preguntó, mirando a su mamá, si el lugar al que iba era lindo y si quedaba lejos. Ella lo abrazó y no dijo más nada. Al lado de la puerta de salida, ya tenía las valijas listas.

Poco tiempo tardó Alex en darse cuenta de que el supuesto amigo de su madre era, en realidad, su nueva pareja. Y que la repentina decisión por marcharse se debía a que el tamaño de su vientre era, cada vez, más difícil de ocultar. Siete meses luego de ese sábado por la mañana, nació la primera de sus dos hermanas. Desde ese momento, la realidad de Alex fue tomando una dimensión más afable. Era tan grande la sensación de alivio que le generaba el no tener que escuchar a sus padres peleando todo el tiempo que, lejos de sentirse abandonado, se sentía contento por la manera en que se habían dado las cosas. Y, sumando a eso, el hecho de que, quizá por culpa o remordimiento, sus padres no escatimaban en darle regalos, había comenzado a saborear el dulce sabor de la felicidad. Mejor dicho, el sabor de la culpa de sus padres convertida en objetos materiales para él.

Pero esa implícita complicidad o competencia entre sus padres por darle los gustos a su hijo fue degradándose con el tiempo. Gustavo Pizarro, absorbido por la rutina laboral, la cual había incrementado tomando más horas en el colegio, para sostener el nuevo formato de economía hogareña que se había creado en la casa, fue perdiendo ese modo de tratar a su hijo, como quien dice, entre algodones.

Y, por otro lado, Sonia Arias, abducida por la nueva familia que había formado, también, fue poniéndose más impaciente y retomando, poco a poco, el trato duro con el que siempre se había dirigido a su hijo. Lo cual, no quería decir que ambos no amaran a su hijo. Todo lo contrario, lo amaban tanto que, quizás, sin darse cuenta, habían caído presos de la facilidad que da el materialismo, que hace que algunos padres, absorbidos por otras preocupaciones, piensen que el cariño sale del bolsillo y no del corazón, y, ansiosos por darle lo mejor a su hijo, intentan conformarlo con un afecto que creían encontrar en objetos materiales, sin notar que la mejor parte, para su hijo, era el abrazo que venía junto con el regalo.

Y así, lamentablemente, al poco tiempo, esa llama material se va apagando, soplada por el frío viento de otras obligaciones monetarias, y, ciegos, en esa nueva normalidad, van obviando el paso del tiempo, dejando los abrazos para otro momento que, al final, nunca llega.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora