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Desde el momento en que Alex concluyó que lo mejor para ambos sería dejar la relación que tenía con Sara, su profesora de teatro, una sensación de alivio lo abrazó, permitiendo que pudiera borrarse de su rostro la mirada resignada y taciturna que lo había desdibujado el último tiempo.

Esa tarde en que su celular sonó y pudo comprobar que se trataba de un mensaje de Sara y, al darse cuenta de eso, instintivamente, dar vuelta el móvil para que nadie lo fuera a ver, aunque estaba sólo en su cuarto mientras se preparaba para salir hacia un partido de fútbol, entendió que, si tenía ese tipo de reacciones, era porque, dentro suyo, aunque se lo negara a así mismo, era consciente del error que habían cometido al apostar a esa relación.

Mirando la notificación en la pantalla de bloqueo, no se animó a abrir la conversación, al menos, hasta tener claro qué contestar. Más allá de todo, la relación que los había unido excedía los límites de la atracción sexual. Se entendían, se respetaban, se apreciaban y se valoraban. Por cada uno de esos motivos, era muy difícil tomar una decisión tan de raíz como la que se había cruzado en ese instante por su mente, que era ignorar su mensaje, no contestarle jamás y dejar que el tiempo arrastrase al olvido cada vestigio de romance.

Pero, por doloroso que fuera, sería lo mejor para los dos y, aunque, más tarde, por un descuido entró en la conversación y el mensaje se marcó como leído, igualmente, se mantuvo firme en su decisión de no contestarlo y, con mucho dolor, pudo lograrlo, sabiendo que estaba haciendo lo correcto y actuando con madurez al hacer las cosas de ese modo.


Luego de tres días, con las aguas de aquella tormenta anímica más clamadas, su semblante era otro y, temprano en la mañana, con un sol apenas tibio, mientras se alistaba para pasar a buscar a Julián e ir juntos a la escuela, pudo comprobar que el espejo le devolvía la imagen de su cara con una sonrisa auténtica, aún sanando, pero que valía muchísimo para él. Se sintió fresco, rejuvenecido. Tomó su mochila y fue hasta el comedor, donde lo esperaba su padre con el desayuno y las últimas noticias que, desde el televisor, eran la costumbre matutina de ambos.

Mientras estaban los dos sentados frente a la mesa, los titulares que repasaba el canal de noticias, antes de ir a la pausa comercial, no mencionaban otro tema que no fuera acerca del virus que se estaba esparciendo alrededor del mundo y de lo inminente que sería alguna decisión restrictiva, como ya estaba sucediendo en otros países. Esto se viene en serio, dijo Gustavo Pizarro mientras su hijo se paraba, ansioso por salir en su motocicleta. Veremos qué pasa, le contestó a su papa, con la cabeza en otros asuntos. De fondo, la cortina musical, que mezclaba suspenso con acción, le confería un tono dramático a la escena de padre e hijo, por más simple que ésta hubiera sido. Alex lavó su taza a toda prisa. Luego, siguió con sus dientes, en el baño.

Antes de salir, mantuvo su motocicleta encendida un par de minutos, en los que aprovechó para ver si tenía todo lo necesario adentro de la mochila. Entre los pocos objetos que guardaba ahí, estaba la ficha con los horarios, la que le sirvió para corroborar las asignaturas que tendría durante la jornada, incluso para recordar que era día del taller extracurricular. Aun sabiendo que ese día tendría clase de teatro, no se atemorizó, estaba contento de salir a la calle, disfrutar de la mañana en su motocicleta hasta llegar a la casa de su amigo y, luego, emprender juntos el trayecto restante hasta la secundaria Santo Tomás.

Así sucedió todo y, una vez dentro del salón de clase, y luego de que Greta, que estaba conversando con Isa, lo saludara con una sonrisa cuando pasó por al lado de ella, se sentó en su lugar mientras Julián y Gabi terminaban de acomodarse y se disponían a conversar durante los escasos minutos que tendrían hasta que llegara el profesor.

Alex no tardó nada en notar que el tema del que hablaba el resto de sus compañeros en cada uno de los grupos, de dos, tres o cuatro compañeros, en cada parte del salón de clase, era el mismo con el que lo había recibido el canal de noticias un rato antes. Todos compartían datos, cifras, referencias y opiniones personales, algunos más empapados en el tema que otros, y, más que nada, algunos con más temor que otros.

Pero, por suerte para él, que no quería perder el buen ánimo que lo hacía sentir fresco, sus dos amigos más íntimos habían priorizado otro asunto y lo incluyeron a él en la conversación, diciéndole que el en el primer recreo le contarían todos los detalles del asunto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora