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Una funda color rosa pastel, no de silicona, sino de un plástico blando con textura rugosa en la parte trasera y una delgada, pero muy delgada, capa de tela acolchonada en la parte interior; con los bordes de la misma de un tono más oscuro de color rosa y con apariencia más resistentes que el resto de la superficie, dejando un hueco libre en la parte de la teclas para subir y bajar el volumen del dispositivo, pero no en la de encendido y apagado, y orificios, también, en la parte inferior, donde estaba el conector del cargador y el micrófono y parlante para altavoz.

La parte trasera, además de ser color rosa pastel y tener una textura rugosa, tenía dibujados dos corazones color dorado, que le daban un aspecto adolescente y, a la vez, chiquilín; además, tenía un orificio casi en el centro, que dejaba ver el logo de la marca del equipo; y el borde que contorneaba el recuadro por donde asomaban las tres cámaras de foto y el flash era del mismo material y el mismo color rosa que el borde de la funda.

En la parte superior derecha, la funda tenía un pequeño orificio del cual colgaban dos finas cintas de hilo tipo cola de rata, con nudos en sus extremos, de unos dos centímetros de largo, del mismo color dorado que los dos corazones de la parte trasera.

El modelo de celular era el anterior al último disponible en el mercado, en la versión Plus, con una pantalla de tamaño extragrande que abarcaba toda la superficie frontal, dejando solamente un pequeño margen en la parte superior, donde asomaban la cámara frontal y un par de sensores que no se veían a simple vista, pero que ahí estaban. Y sobre la pantalla, un grueso vidrio templado que la resguardaba de rayones y la protegía de golpes y caídas como si fuera el peón de una partida de ajedrez, atacando desde la vanguardia, sabiendo que sería el primero en caer.

Completaban los detalles del teléfono celular los bordes suaves y delicados que, al igual que la parte trasera, eran de color oro rosa, en combinación con la gama de colores de la funda que lo vestía, y en los cuales, con una respuesta agradable al tacto, se exhibían los botones de las distintas funciones que desde ahí se comandaban y, del mismo color, pero en intensidad mate, las líneas de antena.

Al encender la pantalla, lo primero que aparecía era la solicitud de número de pin para poder desbloquear el equipo. Nunca se le había configurado el modo de desbloqueo asomando el rostro. El código de seis dígitos era la única manera de acceder al menú del dispositivo. Detrás de esa solicitud, decoraba la bienvenida un fondo de pantalla que era el que se carga de manera predefinida con la versión del software, que aún no había sido actualizada. Una vez tipiada la fecha de nacimiento, día, mes y año, aparecía la pantalla principal, con una ensaladera de colores que hacían los íconos de las diferentes aplicaciones instaladas, abarcando todo el lugar de la pantalla, un total de veinticuatro que, por los pequeños círculos blancos que indicaban la cantidad de pantallas habilitadas, no eran las únicas aplicaciones instaladas.

Íconos color verde, rosa, azul, celeste, amarillo, negro, según la red social de la que se tratara, todos ellos con un círculo rojo en uno de sus bordes superiores, con un número blanco que indicaba la cantidad de notificaciones que estaban requiriendo atención, más los íconos de las aplicaciones nativas del software y las de reproducción de música, de videos, edición de fotos y algunas otras más, en color gris, verde, rojo, naranja, blanco, negro; todo ese menjunje multicolor, delante de la misma imagen de fondo que decoraba a la pantalla de bloqueo, componían la personalización que, en varios meses de uso, día tras día, le había ido dando forma al universo en el que Olivia se había sumergido para encontrar, aun sin proponérselo, el ida y vuelta que sentía que no tenía en el mundo real.

Su celular era un lugar sin sitio fijo en el que había encontrado a su amigo de nombre numérico, quien la había hecho sentir animada, escuchada y comprendida, respondiéndole siempre con las palabras justas para que estuviera cómoda y se sintiera en un ambiente de confianza, en el que podía expresarse sin pudor y con la garantía de tener alguien con quien contar en el momento en que necesitara compartir sus miedos y dudas. Olivia creía que el destino la había llevado hasta ese universo de ficción para que pudiera encontrar ahí, por primera vez, a alguien con quien se sintiera correspondida.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora