Mientras Julián marchaba en el vehículo de la familia, rumbo al supermercado, no dejaba de pensar, incluso se lo decía en voz alta a sí mismo, en lo vacía que estaban las calles, en la imagen posbélica que le daba al escenario la carencia del movimiento cotidiano. Parecía como si, de un momento a otro, se hubiera instaurado un golpe de estado, tal como se lo habían contado sus abuelos cuando hablaban de una realidad que ellos habían vivido de jóvenes, pero que, varios años después, parecía algo tan lejano como irrepetible.
El miedo, la sensación de estar cometiendo una falta, el hecho de ir meditando una excusa para tenerla en la punta de la lengua en caso de que lo parara alguna autoridad, todo parecía concordar con lo que alguna vez le habían contado. La única diferencia podrían ser el alcohol en gel y el barbijo, pero en ese momento no lo pensó.
Tomó las calles del centro, aprovechando el casi inexistente tráfico y sabiendo, que, de ese modo, sería el camino más conveniente para llegar al lugar donde haría las compras. Poco menos de cincuenta metros lo distanciaban de la plaza principal de la ciudad, la que tenía en frente de uno de sus lados la cafetería y, del otro lado, la librería a la que había ido casi todos los sábados por la mañana durante el último verano y en la cual había tenido ese acercamiento tan personal con Amelia, del que aún saboreaba los recuerdos latentes.
Mientras avanzaba, no tardó en divisar la silueta de una chica, sentada en uno de los bancos de la plaza, ya que era la única figura humana a la vista en el radio de visión que tenía en ese momento. La observó mientras se acercaba a la esquina, a una marcha casi de punto muerto, intentando descifrar qué le pasaría a esa mujer para que tuviera que estar ahí dadas las circunstancias de que las normativas vigentes prohibían hacer ese tipo de salidas.
Notó su pelo largo, suelto, sus brazos delgados envolviendo sus piernas que, dobladas y con los pies apoyados sobre el asiento del banco, hacían que sus rodillas le sirvieran de almohada a su rostro, cubierto de melena, que apuntaba hacia el lado opuesto por el que se acercaba Julián. Cuando pasaba justo frente a ella, la chica giró la cabeza, quizás curiosa al oír uno de los pocos automóviles que andaban por las calles de la ciudad, y al apartar el pelo de su cara y dejar que se viera su rostro, Julián confirmó lo que sospechó pocos segundos antes: Esa chica era Amelia.
La velocidad y la intensidad con la que se encendieron las luces traseras del automóvil, esparciendo un gran destello rojo a la nada, daban cuenta de la sorpresa y el nerviosismo que había invadido a Julián en ese momento. Detuvo la marcha, estacionando como si fuera un aprendiz, se miró en el espejo del medio del parabrisas cerciorándose de que era él mismo en ese momento y bajó, cruzando la calle sin mirarla, pero dirigiéndose a ella en línea recta. Lo primero que notó fueron sus lágrimas y le dolieron tanto que, lejos de caer preso de sus miedo e inseguridades, le despertaron un coraje tal que se atrevió a sentarse a su lado, aún sin emitir palabra alguna, rodearla con uno de sus brazos y traerla hacia su pecho, mientras ella soltaba un fuerte sollozo que a él le destrozó el corazón.
Estuvieron así un par de minutos y cuando, finalmente, Amelia parecía más calmada, Julián dijo, como afirmación, no como pregunta, que Olivia seguía sin aparecer. Amelia se secó las lágrimas con los puños de su campera y comenzó a hablar. Estoy desesperada, no sé qué más hacer. Su mamá está deshecha, intentando buscar por su cuenta algún indicio que le permita saber qué le pasó a su hija. Hizo la denuncia, pero con todo este asunto de la pandemia, le dicen que no tienen tiempo ni recursos para realizar un rastrillaje exhaustivo, así que tienen solamente a dos efectivos dando vueltas en un patrullero, buscándola con una foto de ella en la mano, como si fueran a cruzársela caminando por la calle.
Julián la escucho atento, haciendo gestos de indignación al enterarse de esa falta de atención por parte de la única fuerza de seguridad de la ciudad. Pensó proponerle llevarla hasta su casa al notar que la librería de Teresa Rauch estaba cerrada y que, por lo tanto, no era como él creyó en un primer momento, que estaba ahí porque había cruzado desde el local, pero le pareció mejor proponerle un plan diferente, aunque a ella pudiera parecerle un tanto salido de alguna de las ficciones que él leía habitualmente.
Julián le preguntó a Amelia acerca de los lugares en los que opinaba que podría haber estado de visita Olivia antes de desaparecer y le propuso recorrerlos para ver si, en alguno de ellos, encontraban cualquier pequeño detalle que les permitiera poder llegar a ella. Teniendo en cuenta que, a modo de diario de adolescente millennial, en las últimas publicaciones realizadas por Olivia en sus redes sociales, podrían saber en qué horario pasó por varios de esos sitios y, además, observando detenidamente los detalles detrás de ella, podrían buscar pistas que les permitieran localizarla.
En un primer momento, Amelia le dedicó una mirada como quien mira a alguien que está diciendo una estupidez, pero, inmediatamente, cambió el gesto de su cara y mencionó uno de los lugares que más frecuentaba ella y por el que había pasado la noche luego de la cual había desaparecido: la cafetería.
Como si se hubiera sentado sobre una roseta, Julián se levantó de un salto y giró sobre sus talones, apuntado la mirada en dirección al lugar que acababa de mencionar Amelia. Ella también miró en esa dirección. Sin decirse una palabra más, los dos salieron caminando, uno a la par del otro, con el brillo que les da a los ojos el miedo y la expectativa ante una experiencia que jamás habían atravesado.
Mientras cruzaban la plaza caminando con la sensación de estar solos en la ciudad, Julián miraba de reojo a Amelia y no dejaba de pensar en lo enamorado que estaba de ella y en la promesa que se había hecho a sí mismo, en la que juró confesarle todos sus sentimientos en cuanto tuviera la oportunidad de estar a solas con ella. Pero esta vez no, se dijo. No puedo siquiera pensarlo mientras estemos atravesando esta situación de aislamiento, en la que no se puede andar por las calles y, como coronación, estemos intentando encontrar una pista que nos lleve hasta su mejor amiga, desaparecida sin motivo alguno, pensó Julián con la mirada apuntando hacia el frente de la cafetería, mientras seguían caminando, y luego dijo en voz alta, aunque se hablara a sí mismo: Debo hacer una pausa en el intento.
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Bueno, sinceramente espero que hayas disfrutado de esta historia. Agradezco de corazón cada uno de los comentarios, los cuales me llenan de plenitud.
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Te invito a leer "Una pausa más cercana", en la cual podrás conocer más acerca de cada uno de los personajes.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...