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Minutos antes de que sonara el timbre para indicar que debían ingresar al colegio, ya estaban en la vereda de la secundaria Santo Tomás. Y, al instante en que se quitó el casco, Julián sintió el abrazo de esa atmósfera característica que tiene el primer día de clase, en el que la mayoría de los alumnos y profesores lucen sonrientes y predispuestos a la cordialidad, logrando que el verano pase a ser un recuerdo distante en un abrir y cerrar de ojos.

Él se sentía igual que la mayoría. Pero el motivo que a Julián le dibujaba una enorme sonrisa en el rostro no era, precisamente, el entusiasmo por volver a las aulas. Lo que a él lo tenía radiante de felicidad era la inminente e inevitable posibilidad de cruzarse con Amelia Miranda, de encandilarse con el brillo de sus ojos claros y ver su pelo castaño balancearse sobre sus hombros al compás de sus pasos ligeros, la posibilidad de poder saludarla tal como lo había ensayado mil veces durante las últimas horas, sin carraspear y sin que se note su timidez y su falta de experiencia para acercarse a una chica que le gustaba.

Mientras Julián esperaba que Alex terminara de fumar un cigarrillo, lo sorprendió, dándole un fuerte abrazo por la espalda, su amigo Gabi, quien siempre era tan demostrativo para dar afecto, ya que poseía esa personalidad de chico efusivo y desinhibido que a todos les resultaba divertida. Enseguida, Gabi le quitó el cigarrillo a Alex y le dijo que eso lo iba a matar. Rodeó a sus dos amigos por el cuello, uno con cada brazo, y juntos cruzaron la puerta de entrada de la secundaria, mientras el timbre sonaba.


Una vez sentados en la sala de conferencias, esperando a que todos los alumnos ingresen y se ubiquen en un asiento, Julián comenzó a recorrer el enorme salón con la vista. Mirando a un lado y a otro, fue reconociendo las caras de sus compañeros y las de los chicos y chicas de los demás cursos, que, de a poco, iban copando los lugares vacíos. Obviamente, Gabi enseguida se dio cuenta qué era lo que buscaban los ojos de su amigo, pero como sabía lo reservado que Julián era para los asuntos amorosos, sólo se arriesgó a decir, haciéndose el distraído, ¡Miren, pero si esas son Olivia y Amelia! ¡Están divinas! Julián, en un intento por parecer despreocupado, le contesto con un gesto que trató de que fuera de indiferencia, pero nunca habían sido buenos sus dotes actorales. Lo cierto es que ya tenía el lugar hacia dónde voltear disimuladamente y, si su timidez no gobernara tanto sus actos, le hubiera agradecido fervientemente a su amigo por regalarle la ubicación de esa maravillosa vista.

Poco le importaron a Julián las palabras de bienvenida del director. Pasó la mayor parte del tiempo pensando cómo saludaría a Amelia al toparse con ella. Sabía que eso podría ocurrir en cualquier momento. Ya fuera antes de entrar a clase o adentro del salón, las posibilidades eran muchas. Y, lamentándolo profundamente, notó que todas las palabras que había pensado durante el último tiempo se le habían borrado por completo. Tan sólo con ver de lejos a la chica que tanto amaba, su mente quedó atrapada en una laguna que lo dejó al borde de la desesperación.

De repente, comenzó a sentir que se había saboteado a sí mismo y que todos los planes, que en su mente habían parecido fáciles, se habían vuelto una idea absurda y disparatada. Una inquietante sensación de inseguridad le comenzó a introducir ideas que hasta el momento no había tenido. Una voz en su interior le preguntaba quién demonios se creía que era para fantasear con que una chica tan linda y decidida se pudiera fijar en él, que era sumamente tímido y serio, que el único deporte que hacía era salir a trotar un par de veces por semana y que leía literatura norteamericana en sus ratos libres.

Los aplausos de todos los alumnos al director, en cuanto terminó su discurso, trajeron a Julián de regreso al lugar en el que estaba. Intentó darse ánimo a sí mismo, diciéndose que no debía dejar que el temor lo gobernara, y se paró de un salto para salir rumbo a la primera hora de clase, junto a sus amigos. Recorriendo el pasillo del establecimiento, fue sintiéndose un poco más calmado y, sin dejar de alentarse, pensó en que debía disfrutar de ese primer día en vez de sentirse prisionero de su miedo.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora