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Cada vez faltaba menos para el momento de entrar al aula. Aun así, los minutos parecían durar una eternidad para Julián. Y como si mirar una y otra vez la pantalla de su celular sirviera de algo, lo bloqueaba y lo desbloqueaba, imaginando que en cada ocasión en la que la pantalla le mostraba su imagen de fondo se desvanecería un minuto. Pero, asimismo, quería hacer solamente eso con su celular, usarlo como un simple reloj al cual echar un vistazo intermitentemente. Tenía miedo de que, si se dejaba llevar por la tentación de mirar, nuevamente, fotos de Amelia en alguna de las redes sociales, y sin querer presionaba en algún lugar que delatar que estaba viendo fotos de ella que ya llevaban varias semanas publicadas, se generara una incomodidad que hiciera que cruzársela en el aula no fuera tal como él lo había estado imaginando, una y otra vez, durante la noche anterior.


Media hora antes de las ocho de la mañana, Julián escuchó una motocicleta acelerar dos veces al estacionarse sobre la vereda de su casa. Miró por la ventana, como si hubiera necesitado corroborar que se trataba de Alex, su amigo desde que tenía uso de razón. Tomó la mochila, que era la misma que había usado durante el curso pasado, y salió al encuentro de su amigo, quien lo estaba pasando a buscar pese a que el día anterior él le había dicho que no era necesario, que no tendría problemas en ir caminando hasta la escuela.

Pero como Alex había intuido que Julián le había dicho eso porque no se había atrevido a decirle la verdad, que a sus padres no les hacía mucha gracia cada vez que lo veían aparecer en su motocicleta de cilindrada tan grande, ignoró lo que Julián le dijo y pasó, de todos modos, a buscarlo para ir juntos a la escuela. Igualmente, más allá del tema de la moto en particular, Julián tenía bien en claro que sus padres adoraban a Alex porque aún veían en él al simpático hijo de Gustavo Pizarro, que desde el preescolar se volvió inseparable de su hijo.

Luego del deseo de buen comienzo de clase de sus padres, los dos amigos salieron rumbo a su destino esa mañana en la que el sol se avecinaba desde el Este con la impaciencia que tiene los últimos días de verano. Durante el camino, la brisa de la mañana y el ruido del motor de la motocicleta convergían en una escena que parecía de película, pero que para ellos suponía algo habitual. Si bien no podían conversar demasiado, menos aún con los cascos al estilo segunda guerra mundial, algún gesto a un lado o a otro permitía que se entendieran casi sin pronunciar palabras.

Las calles de la ciudad, a esa hora de la mañana, se colmaban de un insólito caudal de tránsito, más aún ese día, en el que comenzaban las clases y que, seguramente muchos padres, principalmente de chicos de primaria, llevaban a sus hijos a la escuela. Además de eso, estaban los de siempre, los que iban, como todas las mañanas, rumbo a su trabajo, con cara de sueño, con apuro, o como fuera.

Luego de las vacaciones de verano, Julián volvía a encontrarse, nuevamente, con esa escena de la vida cotidiana que para muchos pasaba inadvertida, pero que él, tal vez por su manera de ser tan reflexiva y por ver las cosas siempre de una forma casi que podría decirse poética, disfrutaba como quien no tiene más que hacer que detenerse a saborear del presente, como si el futuro fuera a ser el resultado de todo lo que disfrutara ese momento.

Así pasaban las cuadras, y la brisa en su cara era un baño de realidad, pero también un anuncio de lo que vendría, del momento que tanto había estado esperando desde la noche anterior y que, tanto como la luna, lo había acompañado durante toda la noche. Se dijo a sí mismo que, durante lo que quedaba de trayecto, iba a intentar no pensar en Amelia, por más que cada vez que cerraba los ojos ahí la tenía, frente a él, con su sonrisa y todo, como si el viento que rosaba su cara fuera el que le movía el pelo a ella, a un lado y a otro, en sus pensamientos. Tan enamorado estoy, dijo para sí, a modo de afirmación, no de pregunta. ¿Qué?, contestó Alex. Julián abrió los ojos, pero no dijo nada, sin saber si su amigo veía su rostro por el retrovisor de la moto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora