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Una de tantas noches de verano, de esas en la que apenas corre una leve brisa, el asfalto de las calles aún parece irradiar el calor agobiante que le dejó la tarde, ladridos de perros se escuchan a lo lejos, en todas las direcciones, y las estrellas en el cielo parecen tantas, más que infinitas, Olivia se sentó a disfrutar de un libro que le había prestado la madre de su amiga. En una reposera en medio del patio, mientras se acercaba la medianoche, comenzó a leer el libro por el que tanto interés había demostrado los últimos días.

Pocas hojas había avanzado cuando, ansiosa por comenzar una conversación con su amigo virtual, ese que tanto la había cautivado a través de la pantalla y que le había devuelto la sonrisa al rostro algunas noches atrás, ya que se sentía inmersa en la historia, tanto como para entablar un diálogo acerca de sus impresiones sobre los personajes y la trama de la obra. Sin más rodeos, tomó su celular y le escribió un mensaje directo a través de la red social que utilizaba para conversar con el misterioso chico numérico.

Intentado generar cierta intriga, envió: Aquí estamos, yo y mi silencio más allá. Acompañó, a modo de comprobante, una foto de sus manos sosteniendo el libro. Luego de eso, se quedó un rato mirando la pantalla del teléfono, esperando, hasta que su interlocutor leyera el mensaje y figurara el anuncio "Escribiendo" y, así, dar por comenzada la charla.

Pasó cerca de un minuto hasta que eso sucedió y, con lo eternos que se hacen los segundos en la era de los mensajes instantáneos, Olivia ya se sentía un tanto desilusionada. Como si no fuera suficiente con la demora, por respuesta, solamente recibió un signo de interrogación que la obligó a explayar un poco más su comentario, aunque consideraba que la foto había sido bastante elocuente. La primera vez que te vi, que, también, fue la única, tenías ese libro. Lo vi arriba de la mesa de la cafetería, escribió Olivia intentando ser lo más clara posible. Pero, para su sorpresa, la respuesta que recibió fue que él jamás había visto ese libro y que, tampoco, era muy amante de la literatura.

Olivia hizo una pausa y se quedó mirando las estrellas en el cielo, suspirando. Estaba confundida y desorientada. No entendía por qué él le decía algo así, siendo que ella había visto con sus propios ojos el libro sobre la mesa de la cafetería y, también, había observado cómo él salía del lugar con ese ejemplar en sus manos. Estuvo un rato largo pensando qué escribir, no se le ocurría nada que no fuera un reproche y no quería que su conversación se convirtiera en una tonta discusión. Mientras rascaba su mejilla con el dedo índice de la mano que no sostenía el celular, movía su cabeza arriba y abajo en un gesto dubitativo, sin saber cómo seguir.

En eso estaba cuando se acercó su mamá, que, si bien lo había hecho con intenciones de decirle que ya era hora de ir a dormir, se sentó sobre el césped, al lado suyo, aprovechando que era una noche ideal para eso, de esas que a cada instante dan ganas de disfrutar un rato más de la naturaleza nocturna. Olivia la miró de reojo mientras continuaba con el lento movimiento ascendente y descendente de su cabeza.

Tuvo la intención de contarle acerca del motivo que la tenía en vilo, pero recordó que, durante las largas horas que había estado enviándose mensajes con su nuevo amigo, los días anteriores, en un momento, él le había sugerido mantener su amistad en secreto. Así que se contuvo y prefirió hablar con ella acerca de un par de compras que quería hacer al día siguiente en una tienda, lo cual era el motivo que la alentaba a no quedarse hasta altas horas de la madrugada pegada a la pantalla del celular, para que le resultara más fácil levantarse de la cama cuando sonara la alarma.

Esa noche no le escribió más nada a su amigo numérico. Tampoco él le envió otro mensaje. Olivia, por momentos había barajado la posibilidad de que él le dijera que eso era una broma, que claro que conocía el libro y que, tal como ella lo había escrito, era la obra que él llevaba consigo aquella vez que se vieron y en la que ella fue tan antipática. Pero nada de eso sucedió y, pasada poco más de una hora disfrutando de la noche de verano junto a su mamá, Olivia fue a su habitación a acostarse, masticando la rabia del desconcierto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora