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Una mañana de verano, de esas en las que el sol apenas se ve detrás de las nubes, Julián salió a cumplir con un par de encargues que le había hecho su madre. Su hermana, Matilda, que disfrutaba de pasar tiempo acompañándolo, se sumó sin consultarle si necesitaba ayuda; simplemente, se subió al auto familiar, se abrochó el cinturón, y le preguntó a dónde irían. Sin más opciones, Julián aceptó su compañía. A fin de cuentas, alguna tarea podría darle para que se entretuviera y, de paso, tendría a alguien con quien conversar durante el recorrido.

El primer encargue consistía en ir a la farmacia. Al llegar al lugar, Julián aprovechó que su hermana lo había acompañado para pedirle que fuera ella quien se bajara del auto a cumplir con el recado. Mientras ella estaba embarcada en la tarea asignada, él se quedó mirando su celular, sin mucho más para hacer, estacionado a la sombra movediza de un árbol. Pasado un tiempo, oyó que la puerta de la farmacia se abría y levantó la vista para comprobar si se trataba de Matilda y, de ser así, poner el auto en marcha. Pero no era ella y, para su sorpresa, quien salió del local era Amelia, quien, sin mucho apuro, salió caminando.

Julián se quedó inmóvil, viendo por el espejo retrovisor cómo ella comenzaba a alejarse. A los pocos segundos de ese breve suceso, su hermana salió de la farmacia con prisa y llamó a Amelia con un fuerte grito, al mismo tiempo que iba hacia ella. Al alcanzarla le dio un paquete, el cual, evidentemente, se había olvidado al salir del lugar. Y, ahí, paradas en la vereda como estaban, se quedaron conversando durante un par de minutos, mientras Julián observaba por el espejo rectangular de su auto, sin llegar a oír lo que decían. Luego, Matilda volvió hasta el comercio y entró para, finalmente, salir con su encargue rumbo al auto donde su hermano la esperaba simulando no haberse percatado de lo sucedido anteriormente.

La curiosidad que invadió a Julián fue de dimensiones inconmensurables. Sentía la imperiosa necesidad de saber qué era lo que habían hablado. Sentía envidia del momento que había podido vivir su hermana. Sentía la culpa que le generaba el hecho de haber sido él quien le ofreció a Matilda que se bajara a cumplir con el encargue. Pero, por sobre todas las cosas, sentía que esa oportunidad de tener tan cerca a Amelia sería irrepetible, y eso le generaba cierta confusión porque, en el fondo, sabía que él nunca hubiera tenido el valor de conversar de ese modo, tan natural, con ella.

Intentó que Matilda le dijera algo de lo que habían hablado. Pero, con la gracia con la que su hermana siempre se expresaba, le dijo que eran cosas de ellas, que no debía importarle. Julián sólo sonrió y puso en marcha el auto.

Durante el resto de la mañana, mientras cumplían con los demás encargues y el sol se iba asomando con más violencia, Julián no hizo otra cosa más que pensar en aquel momento distinto que había ocurrido afuera de la farmacia. Por su mente se paseaban las mil variables que podría haber tenido esa situación. Y, en ese universo de fantasías, no cabía la idea de preguntarse por qué ese hecho, a fin de cuentas, tan normal, podía despertar en él tantos sentimientos al mismo tiempo.

Así continuaron, él ensimismado y su hermana cumpliendo recados, hasta que, en determinado momento, Matilda, resoplando frustración de tanto verlo abstraído, decidió comenzar a conversar sobre lo que creía que pasaba con su hermano.

Basta de mirarme así, pensé que tu mente era un poco más abierta, comenzó diciendo Matilda. Julián sólo levantó las cejas, dando a entender que no sabía de qué hablaba su hermana. Fue entonces cuando Matilda comenzó a hablar sin parar, con los ojos llorosos, una porción de sol sobre su mejilla derecha y sin pausa, dijo: Sí, soy homosexual, y lamento si no te resulta agradable, pero yo no seré de las que sacrifican su propia felicidad, quedándome adentro del armario sólo para contentar a mis seres queridos; quiero ser feliz a mi manera y sería importante para mí que vos, que sos una de las personas en las que más confío y una de las que más amo, tengas la consideración de apoyarme. Y con respecto a Amelia, si lo que estás pensando es que ella es mi pareja, tengo que decirte que estás más que equivocado. Ella está muy enamorada de un chico, que si bien no quiere decirme de quién se trata, me dice que él no parece fijarse en ella, lo cual me da mucha pena porque Amelia es una excelente persona, con quien nos hicimos muy cercanas el año pasado en los recreos de las clases de inglés. Posee una paciencia encantadora, y al oírla hablar me transmite tal sensación de paz, que me hace sentir segura y comprendida. Sus consejos me han ayudado mucho a entenderme y a entender a los demás, tuve suerte de que el destino me cruzara con alguien así.

Julián detuvo el auto en un movimiento apresurado, casi violento, sin percatarse si quedaban bajo alguna sombra o no. Enseguida, giró su cuerpo sin decir una palabra y abrazó a Matilda, la arrimó a su pecho y, besándole el pelo, le dijo cuánto lamentaba que haya tenido que cargar con la angustia de creer que él no la comprendería. Los dos hermanos comenzaron a llorar y reír al mismo tiempo, y se prometieron que siempre contarían el uno con el otro, sin importar cuán grave creyeran que era el asunto que los conmoviera.

En ese instante tan íntimo, Julián tuvo la intención de confesarle a Matilda sus sentimientos por Amelia, y decirle que haberla visto a la salida de la farmacia era lo que lo había dejado tan pensativo. Pero no tuvo coraje para hacerlo porque su hermana había acabado de decirle que Amelia estaba enamorada de alguien, y eso sirvió para que él se viera cada vez más lejos de alguna posibilidad con ella.

Luego de algunos minutos en silencio, salieron para completar las pocas cuadras que faltaban hasta llegar a su casa. El sol estaba tan resplandeciente a esa hora que no quedaban perros caminando por las calles y las nubes, que cada vez eran más, se aproximaban desde el oeste en ese mediodía de verano.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora