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Una vez superada la prueba de fuego de tener que asistir a la clase de teatro y hacer pareja con Sara para las actividades, Alex se dirigió a almorzar sintiendo aún el dulce sabor que le había dejado la misión cumplida: había logrado actuar con normalidad, mostrándose cordial y procurando realizar las diferentes tareas con buena voluntad, pero siempre manteniendo una distancia suficientemente prudente, la cual le permitiera evitar cualquier intención de su profesora.

Entró al bufet y, al mirar a todos lados y no localizar a sus amigos, se sentó solo, en el borde de una larga mesa vacía, a esperarlos mientras comenzaba a almorzar en soledad. Pero su falta de compañía no duró demasiado. A poco de haber comenzado a comer, lo espabiló el ruido que hizo una bandeja al ser apoyada contra la mesa, al lado suyo. El largo banco chirrió fuerte al ser apartado para darle lugar a sentarse a Greta, que, a su estilo, se sentó y comenzó a hablarle, preguntándole, en primer lugar, por qué estaba solo. Alex contestó que no lo sabía, que había entrado creyendo que encontraría ahí a sus amigos, pero que no fue así, y que decidió esperarlos por un rato, mientras almorzaba.

Greta le dijo que ella estaba dos mesas más allá, con sus amigos; que lo vio al levantarse para ir a buscar agua y que no quiso invitarlo a sentarse con ellos porque sospechó que no aceptaría y que, por lo tanto, le pareció mejor idea acercarse ella a conversar con él. Mientras Greta hablaba, Alex miraba con atención cada movimiento que ella hacía; desde el vaivén de su mano mientras recorría el camino desde la mesa hasta su largo cabello, hasta el subir y bajar de su mentón mientras movía sus labios, que daban forma delgada a su boca que no paraba de hablar.

Si en ese momento ella detuviera su alocución y le pidiera a Alex que repitiera lo que acababa de decirle, él se quedaría mudo, porque, en ese preciso momento, se perdió en sus pensamientos, los cuales le repetían una y otra vez lo hermosa que ella era y lo bien que le hacía tenerla tan cerca y que, también, se diera cuenta de que ella sentía algo por él.

Pero no quiero aburrirte con tanta perolata, sólo quería acompañarte hasta que llegaran tus amigos, que ahí vienen llegando, dijo Greta mientras se apartaba de la mesa, preparándose para cederle el lugar a Julián y a Gabi. Entre titubeos que nunca había experimentado, él, que tenía tanta experiencia para desenvolverse al conversar con chicas, la invitó a seguir con la conversación cuando salieran de la escuela, que podría llevarla hasta su casa en su motocicleta si es que a ella le parecía bien. Greta negó con la cabeza, le dijo que había ido al colegio en auto y que, además, al salir del Santo Tomás, debía irse a toda prisa para llegar a su clase de inglés particular. Pero podés ir a esperarme ahí, total le dejo el auto a mi hermano, que entra cuando yo salgo, dijo Greta y guiñó un ojo aludiendo que estaba todo el asunto resuelto. Dale, paso por ahí, confirmó Alex en el mismo momento en que sus dos amigos los saludaban, mientras ella se iba.

Gabi se sentó frente a Alex, en el lugar que había dejado Greta. Apoyó los codos sobre la mesa, posó su mentón en sus puños y, con los ojos entrecerrados y las cejas fruncidas, miró fijamente a su amigo, buscando una confesión. Julián miró a uno y otro, preguntándose en qué andaban ellos dos, sin percatarse de lo que pudiera sospechar Gabi acerca de la chica que acababa de irse. Risueño, Alex les contó que no pasaba nada entre ellos, aún, pero que algo se removía en su interior cada vez que la veía, que le costaba explicarlo porque nunca lo había sentido antes. También, les contó que habían quedado en continuar su charla más tarde. La adoro, es una chica buenísima, dijo Gabi, dando su aprobación. Julián, que pocas veces daba opiniones sobre esos asuntos, le dijo que la cuidara, que ella era una chica alegre y buena y que serían una linda pareja si es que por ahí iba el asunto entre ellos. Alex asintió, sorprendido por las palabras de su amigo.


Algunas horas más tarde, en la vereda del instituto de enseñanza de inglés, Greta se disponía a darle las llaves del auto a su hermano, pero no vio a Alex y, con un gesto de desilusión, cerró su puño para aferrarse al llavero. Agachó la cabeza, mirándose la punta de sus zapatillas, resoplando. Fue en ese momento cuando sintió un bocinazo tímido que llegaba desde la esquina. Levantó su mirada y lo vio allí, a unos veinte metros, sonriendo, sentado sobre su motocicleta, que estaba sobre la vereda. Greta le tiró las llaves a su hermano para que las atrapara en el aire y salió hacia la esquina, haciendo un gesto con su mano como preguntándole por qué había parado tan lejos. Alex levantó sus hombros a la distancia, contestando, de esa manera, que qué tenía que ver, si no era lo mismo acaso.

Ambos subieron a la motocicleta, Alex al volante y Greta detrás, aferrada a él por la cintura y apoyándole su cara sobre la espalda, temiendo que saliera a gran velocidad. Pero, contrario a lo que ella había supuesto, Alex salió a celeridad de paseo, intentando entablar una conversación que, entre el sonido del escape y los cascos que llevaban puestos, se volvía muy entrecortada y difícil de mantener.

Como ambos querían conversar en un lugar en el que estuvieran tranquilos, ninguno de los dos propuso ir a la plaza o a la cafetería. Sorprendiendo a su pasajera, Alex la invitó a ir a la librería del centro, donde podrían aprovechar el sector de estudios que había en el lugar, en el que muchos se reunían para hacer tareas escolares, para poder conversar tranquilos. A Greta le pareció raro y novedoso al mismo tiempo, y aceptó con una sonrisa en su rostro, la misma que mantenía desde que lo había visto en esa esquina, apoyado sobre su motocicleta.

Al llegar al lugar y atravesar la puerta, mientras el chirrido de las bisagras los anunciaba más que los llamadores que colgaban de ella, buscaron con la vista un lugar que estuviera lo más alejado posible de donde pudieran interrumpirlos. Teresa los recibió con la amabilidad que tanto la caracterizaba y los invitó a que buscaran el lugar que prefirieran, que ya pocos chicos concurrían a la librería para hacer tareas grupales. Rumbearon su andar hacia la última de las tres mesas que estaban dispuestas para ese fin. Aunque ninguno de los dos lo hubiera insinuado, ambos intuyeron que ese día comenzaría algo entre ellos. Cada uno tenía claro lo que sentía por el otro y la atracción que los empujaba a estar juntos parecía salirse de ellos sin necesidad de que tuvieran que hablarlo.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora