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Luego de cenar con su padre, Isa se sentó en el sillón del living sólo para verlo dormitar mientras intentaba ver televisión. A través del vidrio del ventanal entreabierto se colaba la luz de la luna llena y el canto de grillos desde lejos. Apagó el televisor cuando se dio cuenta que su padre, más que adormecer, había caído en un sueño profundo, hundido sobre el respaldar sobre el que estaba. Le pareció innecesario despertarlo, sabía que él siempre terminaba el día con la misma rutina de dormirse en el sofá, despertar a la hora, ir a su habitación, intentar seguir mirando televisión acostado en su cama y volver a dormirse al rato, con algún programa dibujando destellos coloridos sobre su cara.

Era domingo. Isa estaba ansiosa, al día siguiente comenzaría a cursar en una escuela nueva, con compañeros diferentes y eso le generaba esa mezcla de entusiasmo con desgano que produce toparse con una nueva realidad. Caminó sigilosamente rumbo a su habitación, intentando no despertar a su padre. Encendió el velador y tomó un libro. Lo sostuvo entre sus manos durante un largo tiempo, pero no se embarcó en comenzar a leer porque, con la vista fija en la tapa, no paraba de pensar en cómo serían sus nuevos compañeros. Había conocido la secundaria Santo Tomás cuando fue con su padre para inscribirse. Por lo tanto, también, había conocido al director y a algunos profesores que estaban, en ese momento, abocados a los alumnos que rendían materias adeudadas.

Pero, tal como estaba, parada en el medio de su habitación, con la vista puesta en un libro que no comenzaría a leer, al menos esa noche, se preguntaba quiénes serían sus compañeros, como la recibirían, con qué clase de personas entablaría amistad. Curiosa desde siempre, no quiso quedarse con la duda de saber con quiénes se toparía, así que tomó su tablet y comenzó a buscar en una red social, entrando en la página web de la escuela y en la de algún diario local, con la intención de encontrarse con el nombre de alguien que fuera a ser compañero de ella y, desde esa punta de hilo, desenredar la difícil madeja de intentar comprender con qué panorama se encontraría.

Faltaban, solamente, algunas horas para el comienzo de clases. Podría tan sólo haber esperado que pasaran. Pensó en probar con dormir, pero se conocía muy bien y sabía que intentarlo, únicamente, serviría para ponerla de mal humor, así que lo descartó. Se mantuvo navegando, recostada, de costado, sobre la cama, con un brazo sosteniéndole la cabeza, tratando de encontrar esa punta de hilo de la cual comenzar a tirar.

Luego de un rato, se dio cuenta de que la tarea detectivesca había sido en vano, que no tenía nada concreto entre sus manos, sólo algunos rostros, vistos al pasar, de chicos y chicas que parecían de su edad, pero que no le daban ninguna certeza de nada. De tanto navegar, de aquí para allá, entre una red social y otra, y algunas que otras páginas web, se topó con la cuenta de un chico que le llamó la atención. Más allá de que su foto de perfil revelara un rostro de rasgos atractivos, una sonrisa tímida y una mirada profunda, lo que cautivó a Isa fue la manera de expresarse que tenía en los pocos posteos con los que contaba. Las palabras que usaba, los asuntos a los que se refería o las publicaciones que compartía, describían las características de una personalidad sensible, amable, solidaria, de pensamientos profundos y convicciones claras.

Pero, por supuesto, eran todas suposiciones que se inventó para sí misma, al contar con tan poca información. Pero ese instante en el que se detuvo y su mirada quedó fija, apuntando a esa foto de perfil, sintió que, por fin, se había encontrado con una razón por la cual sentirse a gusto con el nuevo rumbo que había tomado su vida. Y, aunque no tenía, para nada, la certeza de que él sería compañero suyo, se sintió a gusto, tan sólo, de poder albergar la esperanza de que así fuera.

Con la satisfacción de saber que contaba con un motivo más contundente que la simple ansiedad escolar, dejó la tablet a los pies de la cama y volvió hacia el living. Cerró la cortina, cortando así la entrada de esa claridad de luna que embellecía el reflejo de los vidrios y alcanzaba a iluminar el retrato de su madre sobre la mesa ratona. Su padre ya estaba en su habitación, dormido, recibiendo los colores de algún programa de televisión sobre su frente y sus mejillas. Isa fue a la cocina para servirse agua en un vaso y, al ver el reloj del microondas, se dio cuenta de lo tarde que se había hecho.

Al regresar a su cuarto, mientras se preparaba para acostarse, pensó que ya era tiempo de dejar de lado las ideas de insomnio, que le repicaban los oídos, y se recostó sobre la cama. Mientras sucumbía en un sueño profundo, un nombre no paraba de darle vueltas en la mente: Julián Rivero.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora