Una noche de verano, Olivia volvía a su casa luego de haber pasado casi toda la tarde con Amelia. Su marcha no era la misma de siempre. Esa vez, su andar era cansino, apesadumbrado luego de la intensa carga emocional que había vivido durante todas las horas que había estado acompañando a su amiga, quien, envuelta en un mar de excusas, había evitado sincerarse acerca de los problemas de alimentación que estaba sufriendo y, al igual que lo había hecho una vez en la habitación de Olivia, había desviado el curso de la conversación hacia el amor que sentía por Julián Rivero, el chico tímido de la clase, que, de tanto en tanto, pasaba por la librería de su madre y, con su voz, su sonrisa y su manera de hablar, le había despertado un interés que, rápidamente, se había convertido en enamoramiento.
Mientras caminaba, Olivia se reprochaba por haberle mentido a la madre de su amiga, fingiendo que desconocía los problemas de Amelia, y vagando entre recriminaciones, aún no podía dejar de culparse por aquella vez que la había visto marearse y caer al piso mientras se probaban ropa y que la única reacción que había tenido, además de intentar hablar con ella acerca de ese asunto evidente, había sido jurarse a sí misma que, aunque Amelia dijera no necesitarlo, ayudaría a su amiga, por más que solamente fuera estando alerta a las señales que pudieran anunciar que su enfermedad estuviera empeorando. En eso estaba su pensamiento, entre culpa y tristeza, cuando pasó frente la cafetería del centro y decidió entrar para pedir un café mediano para llevar.
Siempre atenta a todo, aunque estaba ensimismada en ese extraño revuelo de pensamientos y reproches, notó que en una de las mesas se encontraba un chico sentado sin más compañía que la de un libro. Mientras esperaba su orden, el extraño se levantó del lugar en el que estaba, tomó su libro y salió por la puerta principal, pasando por donde ella estaba parada y rozando su mano con la de él.
Al tomar su pedido y salir nuevamente a la calle para seguir el camino a su casa, Olivia pudo oír una voz que le preguntaba a qué se debía la cara de preocupación en una chica tan linda. Ella miró sin mucha gracia y notó que el que hablaba era el chico solitario que había visto, un rato antes, en la cafetería. No creo que sea de tu incumbencia, respondió Olivia, sin mirarlo a los ojos. Él continúo caminando detrás de ella. Parece que empezamos con el pie izquierdo, retrucó con tono seguro. Pero al notar que la joven no volteó a responder y ni siquiera hizo un gesto, el muchacho se detuvo y se quedó inmóvil en medio de la vereda, viendo cómo ella se alejaba.
Al llegar a su casa, Olivia vio que su mamá estaba sentada en uno de los escalones de la entrada leyendo un libro que ella le había recomendado. La saludó y se sentó a su lado. Primero se entretuvo un largo rato viéndola leer y luego mordiéndose los labios y buscando formas en las estrellas, sin animarse a contarle lo que había sucedido en casa de Amelia, quizá para no preocuparla o, simplemente, por el pudor que le provocaba hablar de un tema tan delicado y profundo. Por más que supiera, sobradamente, que podía contar con su madre para lo que fuera, esa noche, en la que aún le pesaba el cuerpo luego de tantas emociones cargadas sobre sus hombros, decidió que no acudiría a su consejo y que, tal vez, al día siguiente, si su ánimo recuperaba un poco de fuerza, conversaría con ella acerca de lo sucedido.
Poco tiempo después de haberse sentado en ese escalón junto a su madre fue cuando sonó una notificación en su celular. Era el aviso de un nuevo seguidor en una red social. Al ver la foto de perfil, notó que se trataba del chico que había visto en la cafetería, a quien ella había, prácticamente, ignorado cuando él quiso acercársele. Pero en el mundo paralelo de la virtualidad, ese universo en el que los jóvenes se atreven a más cosas que en el mundo real, Olivia era una chica más abierta al público en general, dispuesta a sumar cada vez más y más seguidores que la hicieran sentir acompañada en los momentos en los que se sentía sola y vacía. Así que, retrucando la acción de él, también comenzó a seguir a ese nuevo chico de quien no sabía ni siquiera cómo se llamaba, ya que su nombre de usuario era una seguidilla de números sin sentido.
No habían pasado más de dos minutos cuando el nuevo seguidor le escribió un mensaje privado. Primero, comenzó agradeciéndole por la amabilidad de seguirlo y, en segundo lugar, bromeando acerca de no recordarla tan simpática como para responder. Ella sonrió a la pantalla de su celular, está vez, sintiéndose halagada por las palabras del chico y, así, lanzando su primer gesto de felicidad en lo que iba de esa amarga jornada de verano.
Llegada la madrugada, ya en su habitación, notó que llevaba varias horas enviándose mensajes con ese desconocido que aún se negaba a decirle su nombre. Pero, más allá de que él se rehusara a develar su verdadera identidad, la charla virtual había resultado agradable, haciéndola sentir como si cada una de las oraciones que ella escribía tuvieran importancia, como si formaran parte de lo que ella era en realidad. Hasta lograba que se sintiera llena de felicidad y que su mundo real, el que había sido ennegrecido por el malestar de su amiga, recobrara los colores que había perdido.
Olivia recordó el nombre del libro que él tenía en sus manos cuando estaba en la cafetería y se propuso ir al día siguiente a la librería de Teresa a pedirle un ejemplar de éste. Le pareció que esa sería una buena idea para tener un tema de conversación la próxima vez que tuvieran un encuentro virtual. A fin de cuentas, sería muy raro que no tengan disponible una copia de El silencio más allá, de Antony G., pensó.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...