Una tarde de verano, casi anocheciendo, cuando ya el sol se perdía en el ocaso, Gabi se preparaba para salir rumbo a la cafetería del centro. Mientras se peinaba frente al espejo, la música a todo volumen lo envolvía con sus canciones favoritas, las que él solamente tarareaba porque nunca lograba recordar la letra de alguna.
Alegre y enérgico, se paseaba por su habitación, intentando ordenar un poco la ensalada de remeras y pantalones que había dejado sobre su cama mientras había estado eligiendo qué ropa usaría en esa ocasión. Esta vez, pasaría por el local a ordenar un café y, mientras tanto, esperaría que finalizara el turno del chico que le gustaba y que, según su propia persuasión, debía sentir lo mismo por él.
Cuando salió de su habitación, rumbo a la puerta de salida, su padre se interpuso en su camino. Con cara seria y un tono de voz que dejaba entrever que estaba molesto, comenzó a hablar sobre la poca tolerancia que tendría el próximo año con sus salidas nocturnas y sus notas bajas; le dijo, además, que su actitud de nulo interés hacia los estudios sólo serviría para atentar contra su futuro y que, al ver lo poco que se dignaba a valorar el esfuerzo que sus padres hacían por él, ya no le darían más dinero para que gastara en salidas y que, aún peor, le restringirían los días de permiso para salir, justificándose con que habían apostado a su sentido de la responsabilidad y que eso no había funcionado, así que, serían sus padres los que le regularían los días y horarios en los que podría salir al centro y que, por ejemplo, hoy no sería uno de esos días.
Esa última frase desató el enojo de Gabi, quien perdió el brillo que siempre acompañaba su semblante y, fiel a su estilo, salió histriónico rumbo a su habitación y se encerró dando un portazo. Una vez adentro, se apoyó sobre la puerta un par de segundos, permaneciendo en silencio hasta oír que su padre se alejaba. Sigilosamente, cruzó la habitación en puntas de pie, dirigiéndose hacia la ventana, la abrió con mucho cuidado para no hacer ruido, pero con la habilidad de quien ya tiene experiencia en el asunto, y saltó hacia afuera con destreza felina. Ya no quedaban rastros de sol al oeste.
Llegó a la cafetería tal como lo había planeado, a pesar del percance inesperado con su padre. Al tomar el barral de la puerta de entrada, para empujarla hacia adentro, vio que había un cartel hecho con computadora donde un escueto y desprolijo texto decía que la cafetería necesitaba un empleado y que los interesados debían consultar en la caja. Al instante, Gabi pensó que, si conseguía ese puesto, tendría la excusa perfecta para pasar tiempo cerca del chico que le gustaba, si era que el encuentro de ese día resultaba exitoso, pero además le vendría bien contar con su propio dinero y, así, no depender tanto de sus padres, quienes no tenían una posición económica muy holgada y, si bien jamás le dirían que buscara un trabajo para aportar a la economía familiar, estarían de acuerdo en que trabajara para solventar sus gustos personales.
Al aproximarse a la caja, cegado por el entusiasmo de la posibilidad laboral, se encontró con un doble premio. Quien estaba a cargo de la atención a los postulantes al trabajo era el chico que lo había motivado a acercarse esa noche al lugar. Si fuera otra persona en el lugar de Gabi, se habría quedado sin palabras, aturdido por el entusiasmo de la situación.
Pero a él esos momentos le provocaban el efecto contrario que a la mayoría de las personas. Al instante se le dibujó una sonrisa enorme en la cara y comenzó a hablar sin parar, provocando la risa de su interlocutor, quien no tuvo mucha intervención en la conversación, ya que eran pocos los espacios de silencio que dejaba Gabi.
El chico le preguntó el nombre y le dijo algo así como "qué bueno, ahora ya sé tu nombre", y lo anotó en una planilla para luego tenderle la hoja y pedirle que completara el resto de sus datos, y siguió atendiendo a los cuatro o cinco clientes que ya habían formado una fila frente a la caja registradora. Una de las personas que estaba formando en ese lugar era Olivia, aunque Gabi casi ni se percató de ella porque estaba ensimismado en ese momento de algarabía que le había provocado la breve conversación con el chico que tanto le gustaba, sino la hubiera saludado y preguntado qué tal su verano.
Cuando estaba terminando de completar la planilla con sus datos personales, Gabi recibió un mensaje de Julián, quien le preguntaba qué estaba haciendo, si podía dormir, porque él no lo lograba. ¿Mal de amores?, se limitó a responder con esa pregunta y eso fue suficiente para que Julián no diera más señales. Desde ya que Gabi sabía que haberle contestado de ese modo era motivo suficiente para que su amigo no respondiera más y que, por esa misma razón, al día siguiente, cuando se encontraran, Julián le diría que se había quedado dormido, excusándose de su abandono a la conversación. Gabi no lo hizo con intenciones de quitárselo de encima por maldad, solamente fue porque esa noche de estrellas radiantes Gabi estaba tan sumido en su momento de felicidad que no quiso distraerse ni siquiera mensajeándose con su amigo, por mucho que lo quería.
Cuando se acercó nuevamente al mostrador para dejar la planilla con sus datos y se topó, una vez más, con esa sonrisa perfecta, esa mirada profunda y esa voz suave, Gabi concluyó, en una fracción de segundos, que sería mejor idea, siendo que estaba verdaderamente enamorado de ese chico, apostar a conseguir el trabajo, ser su compañero y, de a poco, ir viendo si él estaba en su misma sintonía.
De ese modo, sería más probable que se cumplieran todas las fantasías que brotaban de su imaginación, en las que los dos disfrutaban de noches estrelladas como esa, caminando de la mano, paseando por las calles de la ciudad en bicicleta, contándose anécdotas de cuando eran niños, sentados sobre el césped de algún patio o cenando con amigos. ¿Me das la planilla?, dijo el chico, manteniendo la sonrisa en su rostro mientras regresaba a Gabi de lo más profundo de sus fantasías con el delicado timbre de su voz. Sí, perdón, dijo él y movió su boca para dibujar una mueca que intentó ser una sonrisa.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...