Desde temprano en la mañana, Sara había pasado las horas bloqueando y desbloqueando su celular, como si esperaba un llamado importante. Aunque, en realidad, no esperaba nada, ni un llamado o mensaje, por más que le hubiera encantado que el teléfono sonara y la voz de Alex la saludara desde el otro lado del parlante. Pero no, lo que hacía mirando una y otra vez el aparato era porque estaba juntando coraje para llamarlo ella a él. Quería ser la que diera el paso inicial, esa misma tarde, para proponerle un encuentro.
Miró por la ventana y pudo comprobar que el día era tan hermoso como lo había anunciado el pronóstico. El sol del mediodía hacía que el asfalto encandilara sus ojos tristes, al otro lado del cristal. Estaba desolada, su necesidad de contactarse con él no se debía, para nada, a un deseo meramente carnal, con ansias de satisfacer algún apetito lujurioso o para darle rienda suelta a alguna fantasía. Y vaya que las tenía. Era joven, atractiva y siempre deseosa de disfrutar de su sexualidad, sin el pudor de creer que eso fuera un pecado o un tabú.
Pera, esta vez, era diferente. Quería hablar con Alex, saber cómo estaba. Tal vez, con un café de por medio. Había quedado inquieta desde la clase de teatro en la que él salió, prácticamente huyendo, de su lado.
Promediaba la tarde cuando, finalmente, luego de tanto pensarlo y de escribir y borrar varias veces, envió un escueto mensaje, simplemente, saludándolo. No le había parecido buena idea arrancar la conversación con un mensaje largo, colmado de preguntas que podrían ser contraproducentes para su tentativa de convocar un encuentro cara a cara. Una vez que el texto se marcó como recibido, dejó el celular sobre la mesa. Permaneció un tiempo observándolo, hasta que la pantalla se oscureció. Incluso así, siguió mirándola por algunos minutos, incapaz de hacer alguna otra cosa. Finalmente, tocó nuevamente la pantalla para ver si él había leído su mensaje. Alex todavía no lo había hecho y un escalofrío de desilusión, helado, le corrió por la espalda.
Entre tanto esperaba alguna respuesta, no hacía más que permanecer tumbada en el sillón. De a ratos, una voz dentro suyo la cuestionaba acerca de que qué hacía, qué pretendía lograr intentando luchar por esa relación. Podrían denunciarla, podría meterse en problemas de los que no se libraría más. ¿Acaso merecía la pena arriesgarse tanto por el amor de un joven con el que sólo había tenido algunos encuentros sexuales y poco más que algunas charlas compartidas en la intimidad de su departamento? Hizo una pausa cuando se preguntó eso, aunque fue, solamente, porque al recordar los momentos de pasión vividos con Alex sintió un calor repentino sonrojándole las mejillas y, casi instintivamente, una de sus manos recorrió su cuerpo en un movimiento que fue desde sus pechos hasta el botón de su pantalón, el cual desabrochó con destreza. Sus dedos se deslizaron, abriéndose camino entre su piel y su ropa interior, y ahí se detuvo. ¿Para qué más?, se cuestionó.
La despertó el sonido de la llegada de un mensaje. Se había dormido de tanto no querer hacer otra cosa más que esperar. Había soñado que estaba en otro lugar, un sitio en el que nunca había estado, que ni siquiera sabía si realmente existía, con alguien a quien, en esa rara quimera, no se le veía el rostro y que, mientras la abrazaba, le decía que todo iba a estar bien, que nada impediría que estuvieran juntos. Luego de eso tenían sexo en la cama de su casa y el cuerpo de ese amante sin rostro era el de Alex, con sus brazos tonificados y sus tatuajes. Hasta que la despertó esa notificación y comprobó que seguía sobre el sillón, en la misma soledad, y con el botón de su pantalón aún desabrochado.
El mensaje era de su madre, invitándola a almorzar al día siguiente. Se sintió rara, desilusionada, al comprobar que no era lo que ella esperaba. Pero lo que más decepción le causó fue cuando vio, al abrir esa aplicación de mensajería instantánea, que Alex había leído su mensaje media hora antes y que no le había contestado.
Para calmarse, se aferró a la idea de que estuviera pensando qué responder y que eso fuera lo que había hecho que se pasara el tiempo sin obtener réplica, ya que lo conocía y sabía que no era un chico de palabra fácil. Intentó sentirse serena y segura de sí misma. Si le tocaba seguir esperando, así sería. Y, con cierto aire impasible, levantó la cabeza con entereza y se dignó a esperar, luego de abrocharse el botón del pantalón, una respuesta que jamás iba a llegar.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...