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Olivia y Amelia jamás habían tenido secretos entre ellas, desde chicas se mantuvieron inseparables y siempre compartieron todo. Excepto de un tiempo a esta parte, cuando Olivia decidió que esperaría un tiempo antes de contarle a alguien que había comenzado a escribirse con su amigo numérico, esa decisión también incluía no contárselo a Amelia. Además, dudaba en decírselo porque desconfiaba de que fuera buena idea hablar sobre un posible enamoramiento con alguien a quien el mal de amores la había hundido en el estado en que se encontraba su amiga.

Pero el asunto que no había podido dejar pasar por alto, mientras volvían de la fiesta de la casa de su compañero, era la breve charla que había tenido con Julián en el momento en que habían quedado solos en el sofá. Así que, durante ese regreso, al amanecer, comenzó, primero, contándole el final, más que nada, para regañarle por haber interrumpido una de las pocas oportunidades que ella había tenido de conversar con Julián. Después, rebobinó para retomar desde el principio, aunque no se lo contó de la manera tal cual había sucedido, más que nada, porque, en las pocas palabras que habló con Julián, creyó comprobar lo que ella sospechaba desde hacía tiempo: que él estaba enamorado de Amelia.

Así fue como, mientras conducía el auto de sus padres, volviendo a su casa, con las luces del amanecer dibujando largas sombras de los árboles al costado de la calle, le dijo a su amiga que él se había acercado a ella preguntándole de una, sin rodeos: ¿Amelia está con alguien?, porque me parece la chica más interesante que pueda haber, y no verla por acá, en este momento, me da temor de que sea porque está con alguien. Te pido perdón si te parece que soy muy impulsivo, pero estoy muy enamorado de ella.

Así, prácticamente con una mentira piadosa, le dibujó una sonrisa a su amiga como hacía tiempo que no le veía. No lo había hecho por maldad, solamente se había jugado por una posibilidad que creía cierta, aunque, en realidad, Olivia tenía más la sospecha que la certeza de que Julián estuviera enamorado de su amiga. Lo había concluido por todas las veces que lo había descubierto mirándola en clase, con un brillo particular en la mirada, el mismo que tenía cuando le preguntó, horas atrás, si Amelia se sentía bien e idéntico resplandor al que se le encendió cuando estuvo a punto de consultarle algo y justo llegó Amelia y él se contuvo.


Amelia, que había escuchado con atención a su amiga, se sentía en un momento de plenitud como nunca había experimentado. Sonriente, calma, distinta. Así estaba cuando Olivia la dejó en su casa. Y se apreciaba tan plena que, antes de entrar, se quedó un rato sentada en la vereda, contemplando el amanecer, aunque las casas de la vereda de enfrente le cubrieran los rayos de sol, que aún eran débiles a esa hora. Quería gritar como nunca lo había hecho, pero se contuvo. Y, por más que el deseo de escribir lo que sentía en ese momento la estaba persuadiendo de subir a su habitación, quiso estar aún un rato más en la vereda, saboreando el placer de estar enamorada y ser correspondida.

Fue en ese momento en que, estando en la vereda, vio que un auto, con el poco y casi nulo tránsito que había a esa hora de la mañana, pasó a ritmo de paseo por la calle de su casa. Una pareja abrazada, con la sien de una chica que iba como acompañante pegada al hombro del chico que conducía el auto, le dieron una imagen de ternura romántica que le dio el broche de oro a esa escena en la que ella veía amor por todos lados. Pero fue en ese mismo momento, en el que parecía que más romanticismo no podía caber y que nada podía ser más perfecto, ese mismo instante en el que sintió, después de mucho tiempo, que todo estaba alineado, cuando esa gran realidad se desvaneció de repente, como si todo el tiempo se hubiera tratado de una pobre ilusión.

La chica que iba de acompañante en ese auto giró su cara y se despegó del hombro del conductor y, como si nada pudiera ser más casual, Amelia comprobó que se trataba de Isa y Julián; ella la saludó con una sonrisa en su rostro, aunque con esa nota de indiferencia que tiene el saludo de alguien con quien aún falta algo de confianza; él, con la mirada fija hacia el frente, no se percató ni siquiera del gesto de cortesía entre ambas. Amelia correspondió el saludo con un leve movimiento de cabeza.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora