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Sentada en la cama, con la espalda sobre el respaldar acolchonado, Amelia intentó escribir sobre los renglones de una hoja en blanco. Se sentía radiante, con un ánimo diferente al de los últimos meses. Lo que había sucedido esa mañana en la clase de teatro la colmó de esperanzas, le permitió soñar despierta con una historia de amor verdadera y, sin saber por qué capricho extraño, sentía la necesidad de expresarlo en versos, como si fuera un poeta disfrutando de una plaza en otoño.

En primer lugar, para complacer ese entusiasmo por manifestar con palabras los hechos que la habían dejado en un estado de plenitud, comenzó encendiendo su computadora. La observó durante el momento que corría el proceso de encendido, casi sin pestañear. Pero, en el mismo instante en que quiso comenzar a tipear sus sentimientos, sintió que la tibieza del teclado y el sonido de la computadora encendida no coincidían con su estado de ánimo. Se dijo a sí misma que estaba más para una taza de café, una hoja y un lápiz. Ni siquiera una lapicera, sólo un lápiz, de los que tienen una goma rosa en el otro extremo.

Al rato, ya sentada o recostada como estaba, recorrió la habitación con la vista y encontró frente al espejo su figura, la imagen de un joven proyecto de escritora, con un bloc en blanco y un lápiz en la mano, la taza de café sobre la mesa de luz, algunos libros cerca, en la pequeña biblioteca que tenía sobre la pared donde se apoyaba el respaldar de la cama, y verse en esa situación y con esas ansias adolescentes por sumergirse en el mundo literario, le dibujaron una sonrisa en el rostro y pensó que, al fin, esa imagen coincidía con el estado en el que se encontraba en ese momento.

También, consideró la idea de compartir esa imagen en alguna red social, con el hashtag "escribiendo", pero le pareció innecesario y, además, no estaba en sus planes mostrarle a nadie las hojas que aún permanecían en blanco, y supuso que publicar una foto solamente serviría para que alguna de sus amigas le insistiera con querer leer lo que había escrito.

Cuando apoyó el lápiz, casi a punto de escribir la primera palabra, la detuvo una repentina sensación de hambre. Desde lo más profundo de su interior oía una voz, su propia voz, diciéndole que no esperara más, que fuera ya mismo a la cocina y preparara algo rápido para comer, tal vez un sándwich con el pan lactal de salvado y el jamón cocido y el queso que había visto que su madre guardaba cuando había llegado con las bolsas del supermercado. Así que se puso de pie, casi de un salto, poseída por una extraña vitalidad que hacía tiempo que no tenía, y salió rumbo a la cocina a cumplir con su antojo, dejando atrás ese escenario de literato que había montado en su habitación.

Sus padres, que miraban una película en la sala de estar, la vieron bajar las escaleras y lanzarse rumbo a la cocina. Luis y Teresa habían presenciado muchas veces ese tipo de escenas por parte de su hija. Sabían que, luego del violento asalto a la heladera, seguía la evasiva, la larga estadía en el baño, el enojo y, como culminación, el encierro en su habitación. Así que su padre pausó repentinamente el televisor, dejando por la mitad una escena importante, pero cuando se dispuso a levantarse para acercarse a hablar con Amelia, ella le ganó de mano y se sentó junto a ellos en el sofá, llevando en una de sus manos un sándwich en un plato y un vaso con agua en la otra.

Con un tono de voz alegre que causó sorpresa en sus padres, les preguntó qué estaban mirando. Jojo Rabbit, repitió Amelia luego de la respuesta de sus padres. Qué linda película, los acompaño mientras termino de comer. Ellos se miraron y, como toda pareja que lleva muchos años junta, simplemente con esa mirada se expresaron uno al otro toda la felicidad que sentían en ese momento.

Permaneció junto a ellos durante lo que quedaba de película. Luego volvió a su habitación, tomó el bloc y el lápiz y los guardó en la mochila. Esa noche Amelia había manifestado toda la felicidad que sentía en su interior sin escribir una sola palabra. Después apagó la luz y se durmió mirando las estrellas a través de la ventana.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora