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Luego del almuerzo familiar de domingo, en el que los cuatro integrantes de la familia aprovechaban a pasar tiempo juntos, ya que durante la semana se volvía una tarea imposible, Julián y Hernán, su padre, salieron en el auto, a buscar helado para toda la familia. El sol, a esa hora, pasado el mediodía, encandilaba a lo alto y el calor se tornaba agobiante todavía en esa época del año, en la que el verano comenzaba a despedirse.

Entre el momento en que Hernán Rivero puso el auto en marcha y cuando ya habían recorrido un par de cuadras, había sido muy poco lo que habían hablado. Julián, que no lo había percibido, movió su mano izquierda en dirección al equipo de audio del auto para cambiar de emisora, ya que, con el volumen bajo, notó que estaba sonando la previa de un partido de fútbol de alguno de los equipos locales y le pareció poco interesante. Pero no alcanzó a distinguir la canción que sonaba en el nuevo dial, que ya su padre había bajado el volumen desde el control en el volante del auto. Julián lo miró de reojo, cuestionándolo en silencio. Es que quiero aprovechar este momento para que podamos conversar, se justificó Hernán Rivero.


La relación padre e hijo siempre había sido muy buena. Pocas veces habían discutido, tenían casi los mismos gustos para todo y siempre estaban abiertos al diálogo. Además, ambos poseían la personalidad reflexiva y comprensiva que los Rivero iban heredando de generación en generación. Y, como Julián no era un chico que fuera a acudir a su padre en busca de un consejo, más bien, era de batallar sus emociones en soledad, de tanto en tanto, su padre aprovechaba alguna excusa para quedar a solas con él y comenzar con su oleada de consejos genéricos, intentando que eso fuera lo suficientemente efectivo como para que Julián se sintiera abrazado y acompañado, y pudiera tener bien en claro que podía contar con él para lo que fuera.


Pero ese domingo, fue diferente. Julián notó el nerviosismo de su padre en el tono de su voz y, atento a ese detalle, y para facilitarle la introducción en tema, le preguntó si quería conversar acerca de algún asunto en particular. Entre dudas y evasivas, su padre dejó entrever que quería saber si lo que le había comentado Gustavo, el padre de Alex, era cierto, que estaba comenzando una relación con la chica nueva. Julián sonrió y negó con la cabeza. Entonces le habré entendido mal, dijo Hernán Rivero, mientras Julián fijaba su vista en el letrero de la heladería a la cual estaban llegando.

El motivo por el que Julián había mentido acerca de algo en lo que su padre estaba en lo cierto, se debía a que aún resonaba en su cabeza la risa de Amelia. Hasta podía ver su rostro al cerrar los ojos. Más allá de que al oír a su padre diciendo "la chica nueva" pensó en Isa y en lo especial que era, en lo bien que le hacía su compañía y en lo lógico que podría ser apostar a esa relación.

Mientras elegía los sabores de helado, intentando recordar los nombrados por su mamá y su hermana, pensaba acerca de las ilusiones que podría haberse hecho su padre cuando su amigo de toda la vida le fue con el rumor de que su hijo estaba saliendo con alguien. Pero algo que Julián siempre había tenido en claro era que él jamás usaría a alguien, mucho menos a Isa, y menos aún para complacer las expectativas de los demás. Menta granizada, chocolate y frutilla. Por ese motivo, había preferido mentirle a su papá, por lo menos hasta que esa incipiente relación estuviera más consolidada o hasta que las cosas se dieran de la manera en la que se tuvieran que dar.

Pagó el helado y volvió al auto, que había quedado en marcha, donde su padre lo esperaba para emprender el regreso a casa. Espero no haberme equivocado con los gustos, dijo Julián mientras reía. Que no nos vaya a pasar como el domingo pasado, añadió su padre. Rieron con complicidad.

El regreso a casa fue más distendido. A Hernán Rivero se le notaba que, una vez que le preguntó aquello a su hijo, se había quitado una carga muy pesada de encima. Mientras retornaban por la calle paralela a la del camino de ida, la sombra intermitente de los árboles les hacía pestañear de golpe cada vez que los rayos de sol se colaban por el parabrisas. En la radio sonaba la que había sido la canción del verano, el volumen estaba un poco más alto.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora