Cuando el timbre sonó en lo alto, indicando que la jornada lectiva había terminado, Julián intentó demorar lo más que pudo su estancia adentro del salón de clase. A ritmo lento, fue guardando sus pertenencias como si saboreara con sus manos el contacto con cada uno de los objetos que lo habían acompañado durante el día.
Un lápiz con goma rosa en la punta opuesta a la de la mina, aún sin uso, que despedía olor a madera, grafito y caucho. Una lapicera azul con capuchón blanco. Una regla verde. Un block de hojas que apenas había usado durante las casi dos semanas que iban desde que habían comenzado las clases. De a poco, fue haciendo durar el momento, hasta que no le quedó más remedio que respirar hondo y salir al encuentro con Isa y con la conversación que habían pactado.
El viento que todo lo había copado temprano en la mañana, ese día, ya no soplaba con la misma intensidad que algunas horas atrás. Al ver el rostro de Isa, Julián comprendió que, a pesar de lo que creyera, todo este asunto era más difícil para ella de lo que podría llegar a serlo para él. A fin de cuentas, el motivo por el que habían llegado a esa instancia se debía a que él estaba enamorado de alguien más, pero ella estaba enamorada de él y debía lidiar con la certeza de que ese día sería el final de la relación a la que ella había apostado.
Así que salieron caminando a la par, envueltos en el corral de un silencio incómodo que solamente se cortó, de a ratos, con frases sueltas tan banales que no parecían pertenecerles a ellos y a lo que los había unido en un primer momento. En esa caminata, poco después de que Julián le propusiera ir a la cafetería y que Isa contestara que prefería ir a la plaza para aprovechar las últimas horas de sol de esa tarde imperfecta, la mano izquierda de Julián rosó la mano derecha de Isa y la piel de ambos se estremeció y pudieron sentir, los dos al mismo tiempo, sin decírselo uno al otro, que sus latidos se aceleraron y que sus respiraciones se entrecortaron producto de ese encuentro involuntario entre sus manos. En ese momento, antes de que la tentación le volviera impúdico el ánimo, a Julián le pareció que ya era momento de poner sobre la mesa el asunto que los había convocado a reunirse al salir de clase.
Lo que quería... Me imagino que...Decime vos primero. No, prefiero que me digas de qué querías que hablemos. Los dos al mismo tiempo, un tanto ansiosos y tímidos a la vez, encontraron sus voces. Con tono de culpa la de él y con ánimo de reproche la de ella. Tal como Isa le pidió, Julián comenzó a intentar explicar el motivo por el cual quería hablar con ella. Sin evasivas, intentando ir directamente al asunto, le dijo todo lo que sentía por ella, cuánto le agradaba verla, compartir horas juntos y que formara parte de los suyos, pero que, por más que él había intentado que la relación amorosa entre ellos tuviera futuro, en ese momento estaba enamorado de otra persona y, tanto era lo que la apreciaba a ella, que no quería seguir forzando algo que no tendría futuro y que, cuanto más tiempo pasara intentando continuar la relación, sólo serviría para que el daño fuera más grande.
Entre oración y oración, no paraba de disculparse, de decirle cuánto la apreciaba y cuánto significaba ella para él. Isa, que había dejado que Julián hablara, casi sin interrumpirlo, solamente había asentido con la cabeza varias veces, le dijo, con los ojos llorosos, pero con una sonrisa en los labios, que ya lo imaginaba, que lo había sospechado desde el primer día, que incluso había notado la manera en que él miraba a Amelia desde la primera clase de teatro, y que no hacía falta que lo ocultara, que era obvio que esa otra persona de la cual estaba enamorado era Amelia.
También, al igual que él, le dijo lo mucho que lo apreciaba y lo importante que era para ella tenerlo en su vida y, ya sin poder contener un silencioso sollozo, le dijo que lamentaba que no funcionara una relación amorosa entre ellos, pero que opinaba lo mismo, que quería que fueran amigos y que pudieran confiar uno en el otro y que por ningún motivo se iba a interponer entre él y Amelia, que, si él era feliz así, ella se alegraría por él.
De a poco, el sol se iba alejando hacia el oeste y ellos, que ya se habían dicho lo que querían decirse antes de llegar a la plaza, siguieron caminando rumbo a la casa de Julián, donde los esperaba Gabi, que ese día no tenía que ir a trabajar. Como si siguieran el sol antes de que se perdiera a lo lejos, iban uno al lado del otro, conversando de manera distendida, aliviados de la carga que los había enmudecido al principio, mientras el viento, ya ni siquiera leve, calmaba su última brisa.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...