El día que Olivia terminó de leer El silencio más allá, dejó el libro sobre la pequeña mesa que había en su habitación, se recostó sobre el respaldo de la silla, suspiró hondo y, luego de estar un rato mirando la moldura que había en la unión entre el techo y la pared, soltó el aire de a poco. Permaneció en ese estado de letargo durante varios minutos, en los que analizó si, realmente, eran justas las críticas positivas que habían llevado a esa obra a la cima de los rankings de ventas de varios países alrededor del mundo.
Lamentablemente, según se decía a sí misma, su relación con esa novela se había visto afectada por la inoportuna respuesta que su amigo virtual le había dado cuando ella comenzó a leer el libro; la cual, hizo que ese ejemplar, para ella, pasara de ser un punto de encuentro a un motivo de discordia en un abrir y cerrar de ojos. Por lo tanto, el hecho de que, finalmente, hubiera terminado de leerlo se debía, mas que nada, a una obstinación propia por darle fin a los asuntos que a una avidez lectora.
Fuera por el motivo que fuera, había terminado de leer el libro y, una vez pasados esos minutos en los que creyó ser un crítico literario, volvió a la rutina de tener entre sus manos el celular. Pero lo hizo por un motivo que estaba íntegramente relacionado con la obra que había acabado de leer. Una vez desbloqueado su teléfono móvil, ingresó directo a la conversación con ese chico numérico, con la intención de retomar las largas jornadas de mensajeo hasta la madrugada.
Había pasado más de una semana desde aquel raro desentendimiento en el que él había negado su conexión con la obra de Antony G. Ese largo plazo, en el que las noches de Olivia se habían aferrado al hábito de la lectura sin saber cuánto duraría ese loco entusiasmo, había servido para que ella pudiera plantearse si había tenido sentido actuar como una chica inmadura, dejando de lado a esa persona que tan bien la había hecho sentir, que parecía comprenderla como nadie más lo había hecho y que siempre había estado dispuesto a dedicarle tiempo a ella. También, consideró la posibilidad de que él fuera una persona tímida y que, haberle demostrado que había descubierto su gusto por la literatura, sin haber intentado intuir con anterioridad si él estaba dispuesto a compartir esa fijación con ella, podría ser el motivo del confuso desenlace anterior.
Permaneció un largo rato releyendo los últimos intercambios de palabras que habían hecho, quizá, hasta juntar el coraje suficiente para retomar el diálogo con él. La intensidad del brillo de la pantalla le iluminaba el rostro y, un poco más allá, la luz amarillenta del velador en su mesa de noche pintaba su silueta en la pared. Sonrió con el gesto de alguien que recuperó la ilusión.
Pero cuando, finalmente, estaba decidida a escribir o, al menos, a intentar esbozar un inicio de conversación que no tuviera ánimo de disculpa, pero tampoco de reproche, en ese instante, golpearon la puerta de su cuarto y Olivia, entre la ansiedad y el pudor, bloqueó el celular como pudo y lo dejó sobre una de sus piernas. Sintió un poco de alivio al ver que, quien se asomó en la puerta, luego de pedir permiso, era su mamá. Ella no intentaría indagar acerca de lo que estaba haciendo con su teléfono móvil.
El motivo por el cual su madre la había interrumpido era su interés por saber acerca de Amelia. Aunque no era de entrometerse en los asuntos que correspondían a su hija porque opinaba que dejarla hacer su propio camino, con sus errores y sus aciertos, sería lo que le daría el temple necesario para ser autosuficiente, esta vez, al tratarse de un asunto de salud acerca del cual estaba muy preocupada y, además, consideraba que, tanto Amelia como Olivia, eran muy jóvenes como para cargar con el peso de un tema tan delicado, al enterarse de todos los pormenores del asunto, aunque hubiera preferido que fuera ella quien se los contara, decidió mantener un diálogo fluido y constante con su hija, para que pudiera contar con un oído que escuchara sus desahogos y una voz que le diera un consejo cuando fuera necesario. Claro está, ella desconocía que su hija había encontrado, a través de una red social, alguien con quien tener ese tipo de conversaciones.
Pero en esa ocasión, Olivia se mantuvo menos esquiva que otras veces. Dejó su celular sobre el escritorio, le señaló la cama a su mamá, ofreciéndole sentarse, y se dispuso a conversar con ella. Hacía tiempo que ambas no tenían ese tipo de charlas, de las que antes duraban minutos y minutos, pero, con el paso del tiempo, se habían ido reemplazando, sí, por momentos compartidos, pero cada cual en lo suyo, dando por descontado que una podía contar con la otra para lo que fuera.
Pero, más allá del fuerte envión con el que habían comenzado, apenas un rato después, casi al mismo instante en que madre e hija habían empezado a dialogar, el sonido penetrante de una notificación invadió la habitación. Olivia intentó ignorarlo, así como, al parecer, lo había hecho su madre. Pero para ella, ese timbre inconfundible que le marcaba que alguien se había contactado con ella mediante la red social con la que se mensajeaba con su amigo numérico, la distrajo de tal manera que se le imposibilitaba disimular la ansiedad ante la mirada su madre.
Mientras oía a su mamá hablando acerca de los cambios irreversibles que podían ocasionar los desórdenes alimentarios, como al parecer, había estado investigando en internet, no dejaba de sentir una voz dentro suyo que le preguntaba quién sería el que le escribió el mensaje. Vamos, si te mueres de intriga, escuchaba que le decían, mientras su mirada, perdida en algún punto del rostro de su madre, parecía la de alguien que está durmiendo con los ojos abiertos. También, se preguntaba a sí misma que haría si fuera él quien le escribió ese mensaje.
Así que, mientras su madre se explayaba en su monólogo informativo y una voz dentro suyo la presionaba con preguntas, el pensamiento de Olivia se debatía acerca del modo en que le respondería a su amigo virtual en caso de que fuera él el que le envió ese mensaje que acababa de recibir.
Cuando pareció haber terminado con su exposición educativa, la mamá de Olivia se quedó mirándola, esperando alguna palabra de parte de su hija que dijera que ella le había sido de gran ayuda con sus datos. Y así fue, la joven adolescente le dijo que lo que ella acababa de decir le había parecido interesante y enriquecedor, sin saber por qué lo decía, ya que había prestado atención a poco más de la cuarta parte de la alocución. Lo cierto es que diciendo eso logró que el rostro de su mamá se llenara de un gesto de conformidad que les dio un color vívido a sus mejillas y, con la satisfacción de haber logrado su propósito, enseguida se fue a seguir con sus tareas.
Una vez que estuvo sola de nuevo, tomó el celular con la avidez de quien encuentra agua en el desierto. Y sí, tal como lo esperaba y suponía, y para su satisfacción, las mariposas en su vientre renacieron al comprobar que era su amigo quien le había escrito un mensaje breve, escueto, un tanto frío, en el que le preguntaba qué hacía.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...