40

33 13 17
                                    

Algunas veces, Julián intentaba recordar el momento en el cual se había enamorado completamente de Amelia. Sabía que de eso hacía mucho tiempo, aunque dudaba si había un momento exacto. Y en esas idas y vueltas en el tiempo, sus pensamientos lo llevaban al año en el que, siendo un preadolescente, se quedó sin ir a un viaje de estudios por haber amanecido enfermo justo el día que saldrían rumbo al destino programado.

Mirando el techo de su habitación, recordó cuando abrió los ojos esa mañana y, también, vio la misma imagen de yeso blanco que tenía frente a sus ojos en ese momento, pero volando de fiebre. Su mamá, que lo iba a acompañar para despedirlo al subir al colectivo, le dijo que no le parecía prudente que se levantara de la cama en el estado en el que estaba. Así que le pidió que se quedara descansando mientras ella llamaba al doctor. Julián protestó e, incluso, hizo un amague por salir de la cama, aunque fue sin éxito porque no pudo siquiera sentarse en la cama de tan mal que estaba esa mañana.

Por más expectativas y entusiasmo que tuviera, no podía negarle a su mamá que estaba enfermo. Un tanto desilusionado, volvió a dormirse hasta que lo despertó el doctor, quien, en una breve visita, les aconsejó que lo mejor era que se quedara guardando reposo por lo menos un par de días. Julián volvió a dormirse y su mamá, aprovechando que su marido aún no se había ido al trabajo, salió rumbo a la escuela para avisar que su hijo no iría al viaje.

Mediando la mañana, mientras hacía, inútilmente, zapping con el control remoto del televisor, imaginó el colectivo con todos sus compañeros en viaje, divirtiéndose al mismo tiempo que las profesoras les pedían que permanecieran sentados en sus lugares. Imaginaba a Alex sentado en los asientos de atrás el todo, guardando un lugar vacío en su memoria y a los demás compañeros sentados en un orden similar al del salón de clase.

Fue entonces, mientras repasaba las caras de sus compañeros, cuando su pensamiento se detuvo en el rostro de Amelia, en sus ojos, su sonrisa, el color de sus mejillas. Intentó seguir el orden de cómo estarían sentados en el colectivo, pero no pudo. Una y otra vez, volvía a tener frente a sus ojos el rostro de esa compañera que lo había cautivado mientras se distraía con ese raro pasatiempo.

Así fue durante el resto del día. Y, más que lamentarse por perderse la diversión de conocer un lugar nuevo junto a su inseparable amigo, lo que más le dolía cada vez que recordaba que se había quedado sin el viaje era que no podía pasar esos dos días cerca de Amelia. Para colmo, esa misma noche, ya se sentía muchísimo mejor, y se lamentaba y le reprochaba a su mamá por no haber ido siendo que su malestar había sido muy breve. Luego su mamá le hacía ver que, si él hubiera llegado en el estado en el que estaba a la mañana, las profesoras no lo habrían dejado subir al colectivo de todos modos.


Pero ya habían pasado varios años desde aquel día y Julián, con un poco más de recorrido en sus suelas y mucha más madurez en su pensamiento, se planteaba el interrogante de por qué había detenido su pensamiento en Amelia. Tal vez, ya estuviera enamorado de ella desde mucho tiempo antes y esa oportunidad desvanecida de hacer un viaje cerca de ella le había hecho darse cuenta de lo que sentía. Tampoco es que fuera necesario saber el preciso momento en que su enamoramiento había ocurrido, pero ser consciente de las bases sólidas de tiempo con las que había consolidado su interés por Amelia era lo que, de algún modo, le indicaba que el camino correcto era el de luchar por ese amor, aunque más no fuera, hasta estar seguro de si era correspondido o no.

Cerrando los ojos una vez más, recordó, como broche, el momento en el que se encontró con Alex después de ese viaje, quien, junto con Gabi, le contaron cómo lo habían pasado, todo lo que habían hecho y, además, que habían estado casi todo el tiempo con Olivia y Amelia. Julián sonrió y se dijo a sí mismo que, sin lugar a dudas, fue en ese entonces cuando comprendió lo que sentía por esa compañera, porque su piel se estremeció cuando escuchó su nombre y se sonrojó repentinamente, aunque no pudiera explicar por qué había sido.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora