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Después de algunos giros en motocicleta por las calles semivacías de la ciudad ese lunes, Isa y Greta se detuvieron en la plaza principal para instalarse en uno de los bancos que daban a la librería de Teresa Rauch, la mamá de Amelia. Sentadas, mirando hacia la calle, comenzaron a conversar sobre sus vidas, su pasado, su presente, sus gustos, sus planes a futuro. En medio de la charla, Isa, también, le contó acerca de su romance con Julián, más allá de que fuera muy reciente, se sentía tan bien con él que no veía la hora de contarlo al mundo, aunque ya muchos los hubieran visto juntos. Greta hizo un gesto de extrañeza y le dijo que, para ella, era toda una sorpresa, ya que siempre lo había creído perdidamente enamorado de Amelia Miranda. Isa quiso que le contara más detalles.

Eran los últimos minutos del atardecer, del día sólo quedaban algunos rastros de claridad que se colaban entre los edificios, desde el oeste. Greta sacó un paquete de cigarrillos de la gaveta que había debajo del asiento de su motocicleta. El atado estaba por la mitad y tenía un encendedor celeste adentro. Le ofreció un cigarrillo a Isa y, como ella le contestó que no fumaba, lo volvió a guardar donde estaba, diciendo que ella tampoco, que eran de su hermano.

Luego, volvió a sentarse al lado de su compañera, en ese banco de la plaza, y comenzó a contarle sobre las impresiones que siempre había tenido sobre Julián, quien, para ella, debía ser el chico más romántico y enamorado empedernido en varios kilómetros a la redonda y que, con esa sensibilidad y timidez que poseía, además de lo atractivo que era, siempre había tenido alguna enamorada rondándole. Pero él, según apreciaba Greta con otras amigas, tenía ojos, solamente, para Amelia Miranda, a quien contemplaba con un brillo diferente en la mirada, con el gesto clásico que surge cuando se mezclan la alegría de estar al lado de alguien y el deseo de decirle tantas cosas y que, al final, las enmudece la timidez, impidiendo atreverse a dar el paso siguiente.

Isa, inquieta y expectante ante lo que le contaba Greta, le preguntó si Amelia notaba todos esos sentimientos que rebalsaban de los ojos de Julián y, además, si tenía idea si ella sentía algo parecido por él. Tomándola de la mano, tal vez, intentando tranquilizarla, Greta le dijo que no debía preocuparse por eso, que, a su entender, Amelia era una chica muy resuelta, y para nada tímida, que, si sintiera algo similar por Julián, ya habría actuado. Aunque, de todos modos, según se había enterado, la chica había estado peleando sus propias batallas durante los últimos meses, luchando contra desórdenes alimenticios, así que, lamentablemente, le parecía difícil que, en el estado anímico en el que debería encontrarse, fuera a tener entusiasmo por iniciar una relación amorosa.

Después de una pausa mirando un rato al cielo, Greta le dijo a Isa que, por todos esos motivos, la felicitaba por su flamante relación con Julián, porque, si había logrado acaparar su atención, significaba que había causado algo especial en él y que, conociéndolo como compañero de clase, desde hacía tanto tiempo, suponía que Julián no tenía ninguna intención de hacerla sufrir porque, claro estaba, según ella, que era un chico que siempre apostaba al amor.

Estas últimas palabras de Greta dibujaron una sonrisa en el rostro de Isa, quien, la mayor parte del tiempo que había durado la conversación había estado con un gesto de duda, de incomprensión por no tener del todo claro si la relación que estaba comenzando con Julián tendría alguna chance de futuro a la cual aferrarse o si era una enorme fantasía que se disiparía en un pestañeo. Así que suspiró de la manera en que lo hace alguien que se encuentra con un poco de alivio, sin la presión de sentirse acorralada por el desconcierto, sin poder evitar que se le notara que cada vez estaba más enamorada, silenciosamente más ilusionada.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora