Cuando el timbre sonó, anunciando con su chirrido el final del primer día de clase, todos salieron despavoridos rumbo a la puerta. Todos excepto Julián, que se quedó unos segundos mirando los renglones grises de una hoja en blanco. Desde la primera hora de clase, cuando notó que Amelia le dedicó una mirada y a él le pareció que, sin ninguna duda, algún motivo había, no dejó de preguntarse cuál sería la razón.
Así había pasado las horas, casi sin emitir palabras, sumergido en cada interrogante nuevo que brotaba de su mente inquieta. Hasta que sintió un empujón en los hombros y un chasquido de dedos frente a sus ojos, pudiendo notar que sus amigos, Alex por el hombro y Gabi de frente, lo estaban invitando a ir directamente del Santo Tomás al centro, a aprovechar lo que quedaba de la tarde, siendo que aún no tenían actividades escolares por hacer.
En ese momento, quizá para disculparse por lo ensimismado que había estado durante el día, Julián sintió la necesidad de contarle a sus amigos acerca de lo enamorado que estaba de Amelia Miranda y, como un poeta, comenzar a describir con palabras, que caerían de su boca como hojas en otoño, todo lo que le sucedía cada vez que veía a esa chica, cuánto le gustaba su sonrisa, sus ojos y cada uno de sus rasgos, a los cuales describiría como pintando con acuarelas. Ellos lo mirarían atentos y sonrientes, aunque, de toda esa revelación, lo único que les sorprendería sería que, finalmente, Julián se atreviera a compartir sus sentimientos con ellos, ya que todo lo referente acerca de su enamoramiento lo darían por sabido porque siempre se le había notado en los ojos cada vez que alguien la nombraba.
Pero Julián, nuevamente, guardó esos sentimientos para él, sin atreverse a compartirlos, y se puso de pie, decidido a marcharse, mientras sus amigos hacían lo mismo detrás de él y, unos metros más adelante, apoyada en el marco de la puerta, los esperaba Isa, quien había simpatizado con el estilo distendido de Gabi. De ese modo, los cuatro salieron juntos del salón, caminando por los pasillos del colegio, ya vacíos, como rockstars, rumbo a las calles de la ciudad.
La monotonía de la ciudad no era para nada diferente a la de cualquier otra ciudad de ese tamaño. Esa mezcla de costumbres de pueblo con vicios de ciudad que se produce en un lugar que ha crecido con más rapidez en los últimos veinte años que en los más de cien que tiene de historia, hace que para algunos siga siendo un pueblo que se hizo grande y, para otros, sea una ciudad aún chica. El crecimiento de la actividad industrial, que se generó gracias a la instalación de importantes fábricas a las afueras de la ciudad, ocasionó una oferta laboral excesiva que permitió a nuevas familias optar por ese lugar como el sitio en el cual instalarse y continuar su vida.
Así fue como, en el centro nacieron nuevos comercios que, a paso acelerado, fueron dándole más movimiento de gente a las calles principales. De ese modo, a metros de la librería de Teresa Rauch había una sala de cine. A un par de cuadras, junto a las oficinas de Hernán Rivero, se encontraba una gran galería de tiendas de ropa de las mejores marcas. Frente a la farmacia había un lujoso restaurante. Y los estudiantes, ya sea, para comprar un café al paso o para pasar horas haciendo tareas o charlando y riendo, contaban con la cafetería que estaba frente a la plaza principal.
A unas cinco cuadras del lugar, se encontraba un gran supermercado, perteneciente a una importante cadena, en el que había comenzado a trabajar el padre de Isa Oviedo como encargado de seguridad, siendo ese el motivo que los había traído a la ciudad. Un poco más lejos, en la misma dirección, estaba el Instituto Santo Tomás, desde el cual habían salido caminando los cuatro esa tarde, luego de su primer día de clase.
Al pasar por el supermercado, Isa entró a saludar a su padre y, al salir, regresó sin su mochila y con la propuesta de ir al café del centro a merendar. A los tres colegas les pareció buena idea, así que siguieron su marcha por las veredas de la ciudad. Entre paso y paso, Isa no dejaba de mirar a Julián, quien parecía hundido en sus propios pensamientos, Gabi no paraba de hablar y Alex fumaba y protestaba porque luego debería volver a la escuela a buscar su motocicleta. Pero en lo que todos coincidían, aun sin decirlo, era en la comodidad que les generaba ese grupo que se había formado. Sabían, sin que ninguno lo dijera, que tenían amigos en quienes contar cuando quisieran. Incluso Isa Oviedo, que no llevaba más de unas horas de conocerlos, se sentía cómoda y en confianza con ellos.
Al llegar a la cafetería, pidieron un menú de merienda para cada uno y se sentaron a conversar en un lugar libre. Esa tarde compartida, sirvió para que los tres chicos pudieran descubrir más detalles de su nueva amiga y, a su vez, para que ella, además de conocer más de la vida de ellos, quedara completamente enamorara de Julián, quien con cada una de sus pocas intervenciones en los distintos temas de conversación que iban surgiendo, daba muestras de su marcada inteligencia, su tierna sensibilidad y sus chistes sin sentido.
Ya no sólo le parecía atractivo físicamente, sino que, gracias a estar reunidos esa tarde, había podido descubrirlo por completo con tan sólo prestar atención a cada una de sus palabras y sus gestos. Entonces, Isa se dijo a sí misma que así debía de ser el verdadero amor, ese que llega de repente y se vuelve inevitable, porque sentía que el suelo se movía al tenerlo ahí, frente a ella, y nada le parecía más importante que estar donde estaba en ese momento. A modo de confirmación, mientras lo miraba dando sorbos a la taza de café, se dijo en silencio una corta frase que marcaba el ritmo de lo que le pasaba en ese momento: Estoy enamorada.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...