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Cuando estaban cursando el sexto grado de la primaria, surgió la posibilidad de un viaje de estudios. Instantáneamente, todos los alumnos se entusiasmaron con la idea y empezaron a fantasear con las cosas que harían durante los dos días que duraría la excursión. Entre alborotos, chistes y conversaciones superpuestas, la profesora les dio un comunicado impreso en el que decía que la escuela convocaba a una reunión de padres para organizar dicha salida grupal.

Luego de algunas semanas de organización, de reservas anticipadas, de rifas vendidas, de colaboraciones recibidas y de ajustes de último momento, casi todos los alumnos del curso estaban listos para ese viaje en la madrugada de un día de cielo despejado. Uno de los pocos que faltaron, avisando que resignaba la salida de viaje a último momento, cuando estaban a punto de abordar el colectivo que los llevaría a destino, fue Julián.

Su mamá, que pertenecía a la comisión de madres que habían sido de gran ayuda para la concreción del viaje, se acercó al lugar, minutos antes de la partida del colectivo, para avisar que su hijo había amanecido enfermo y que no sería buena idea que fuera al viaje. Así que, aunque Julián hubiera insistido en querer ir de todos modos, su mamá, por consejo del médico, le había ordenado que se quedara en cama.

Alex, que había acordado con Julián que se sentarían juntos durante el viaje, ocupó un lugar al fondo del colectivo, un tanto cabizbajo, se quedó ahí, con su mochila como acompañante, llenando el vacío que había dejado su amigo. Poco menos de un minuto después, Gabi se paró frente a él y le preguntó si ese lugar, el de al lado suyo, estaba ocupado. Ante la respuesta negativa de Alex, quien, mientras corría su mochila, le decía que no había ningún problema con que se sentara a su lado, Gabi le dijo que le parecía genial, que se iban a divertir juntos.

Poco rato después, mientras los primeros destellos de sol aclaraban los colores, partió el colectivo, con veintitantos preadolescentes, en un viaje que duraría unas cinco horas, quizá algo más. Durante el trayecto de ida, tal vez, por ser aún de madrugada, el ambiente era de una euforia contenida, que no le generaba mayores contratiempos a las tres profesoras que estaban a cargo del contingente de alumnos. Algunos leían revistas de comics que habían llevado, otros algún libro de cuentos, unos pocos jugaban videojuegos con consolas portátiles y otros menos escuchaban música con auriculares en un celular.

Gabi, que estaba ansioso por romper el hielo con Alex, ya que nunca habían sido más que compañeros de clase hasta ese entonces, sacó un maso de cartas y le propuso invitar a las dos compañeras que ocupaban los asientos adelante de ellos para jugar a algo entre los cuatro. No te preocupes, yo les digo, dijo Gabi y le tocó el hombro a una de las chicas. Oli, ¿se suman?, le preguntó a Olivia mostrándole las cartas. Eran Olivia y Amelia. Dale, contestaron las dos a la vez. Así que, primero juraron algunos partidos de cartas y otro rato conversaron y rieron al compás de la extravagancia de Gabi, y, de ese modo, el viaje se les hizo más llevadero, incluso para Alex, que había creído que lo pasaría mal sin su amigo inseparable.

Los cuatro se mantuvieron como un subgrupo cuando llegaron a destino y, también, durante el almuerzo de bienvenida y las excursiones, que comenzaron enseguida. Prestaban atención a los guías, opinaban, preguntaban y no se separaban. Así estuvieron durante el resto del día. Incluso, aprovecharon el rato de libre esparcimiento que tenían antes de la cena, en el que habían salido a pasear a la peatonal de esa ciudad, para ir a tomar un helado juntos.


Más tarde, las profesoras dijeron como sería el orden para las habitaciones, las cuales serían de a cuatro alumnos. En el sector de los varones, a Alex y Gabi les tocó juntos, compartiendo, además, el lugar con otros dos compañeros. En tanto que, a las chicas, Olivia y Amelia, les tocó la habitación que sería sólo para dos, así que estarían ellas solas. De todos modos, una vez que uno de los compañeros avisó que las profesoras estaban durmiendo, se encontraron todos, o por lo menos la mayoría, en una habitación, para charlar y reír hasta entrada la madrugada.

Al día siguiente, continuaron de la misma manera: se volvió a formar ese subgrupo que eran los cuatro. Así todo el día y, también, cuando ya comenzaba a anochecer y debían emprender el viaje de regreso, y por supuesto, en el colectivo, durante la vuelta a casa. Alex, que había compartido todo el tiempo con Gabi durante ese viaje de estudios, sentía que había encontrado en su nuevo amigo a una persona de lo más interesante, dueño de un carisma muy particular. Le va a agradar a Julián en cuanto estemos de nuevo en nuestra ciudad, pensó mientras lo veía hacer una de sus bobadas.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora