Después de la fiesta en casa de aquel compañero, de dejar a Isa en su casa y de llegar a la suya y de tumbarse en la cama, Julián se sentía cansado, pero al mismo tiempo, desvelado y prisionero de una repentina sensación de culpa que no le dejaba pegar un ojo. Sabía cuál era el motivo, pero intentaba negárselo a sí mismo, vanamente. Cuando se percató de mirar la hora, vio que ya eran más de las ocho de la mañana y aún seguía dando vueltas en la cama, sin poder dormir.
Así que, en ese afán por caer rendido ante el sueño, le pareció que sería buena idea embarcarse en la lectura de un par de capítulos del libro que había dejado sobre su mesa de luz. Lo tomó con decisión, aunque, señalado ya casi por el final, tardó poco tiempo en terminar los últimos tres capítulos que le faltaban y, aun después de eso, seguía desvelado.
Cuando volvió a mirar el reloj y notó que ya eran más de las nueve y media de la mañana, comenzó a hurgar en la biblioteca de su casa, pasando los dedos por sobre la tapa de la gran cantidad de libros que ahí había. Algunos ya los había leído y olvidado, a otros los había terminado poco tiempo atrás y a muchos todavía no los había comenzado.
Pero ninguno de los títulos que estaban frente a sus ojos lo entusiasmaba en ese momento. A todos esos, se decía a sí mismo, ya habría tiempo para leerlos. Miró la pantalla bloqueada de su celular y comprobó, nuevamente, la fecha y la hora. Sábado... ya sé, iré a la librería, pensó en voz alta. Así que, rápidamente, regresó a su habitación por un abrigo liviano y, ya saliendo, mientras sus padres se levantaban, sintió que esa extraña energía que lo había invadido durante las últimas horas se multiplicaba y caminó, rumbo al centro de la ciudad, con más apuro que el de costumbre.
Al llegar a destino, encontró el lugar vacío de clientes, lo notó nomás al abrir la puerta y sentir que el único sonido que decoraba el ambiente era el de sus pasos y el eco de la campana de la entrada, que permaneció en el aire un par de segundos luego de que él cerrara la puerta. En el mostrador, junto a la caja registradora, estaba Teresa ordenando papeles. Julián avanzó algunos pasos para saludarla y vio que ella levantó la mirada y luego giró la cabeza a un costado como diciéndole: Mirá, ahí está. Quien estaba en el lugar señalado era Amelia, que ordenaba libros en la sección de autores norteamericanos a un ritmo que adormecía.
Julián se acercó hacia ese sitio y, luego de la típica carraspeada, le preguntó si ella tampoco había podido dormir, aunque era más que obvio. También, agregó que él había hecho el intento de leer para que lo atrapara el sueño, pero que no había funcionado. Ella, que no había detenido su lento quehacer mientras él había hablado, sin soltar el libro que tenía en una de sus manos, giró y lo miró a los ojos. Había volteado de la manera que lo hace alguien que va a decir algo con tono agresivo, pero al encontrarse ambas miradas, los dos quedaron mudos por un instante, congelados de una manera tal que, si alguien detuviera el tiempo en ese instante, a ellos no les molestaría que fuera para siempre. Luego de un profundo silencio, el sonido de la máquina de café a lo lejos, accionada por la madre de Amelia, hizo que ambas miradas cortaran su unión con un pestañeo.
Este libro puede llegar a interesarte, le dijo Amelia, mientras le tendía a Julián una copia del libro de Antony G, El silencio más allá. Él lo miró y la miró a ella casi en un mismo movimiento, para luego decirle que su hermana lo tenía, que la había visto leyéndolo durante todo el verano. De ese mismo autor tenemos algunos más, siguió ella mientras Teresa se acercaba con dos tazas de café. Julián demostró interés por el autor a la vez que tomaba una de las tazas. Y así, motivados por la literatura, comenzaron a charlar de manera desinhibida, café de por medio, como nunca lo habían hecho, como siempre lo habían soñado, en una mañana de sábado en la que no habían planeado hacerlo como sí lo habían calculado tantas veces antes.
Ya casi llegaba el mediodía y ellos, que se habían sentado en uno de los sillones de la librería, conversaban sin parar. Las tazas de café vacías sobre la mesa ratona. Julián, enérgico, haciendo ademanes con sus manos mientras le contaba a Amelia como hacía su amigo Gabi para escaparse por la ventana de su habitación. Ella que reía intentado contener la carcajada ya que, en ese momento, había algunos clientes en el local, lo miraba con suma atención.
Después de un par de horas de charla, ya distendidos y en un aura de confianza y apego, a los dos los comenzó a atrapar el cansancio producto de una noche entera sin dormir. Amelia le dijo que no veía la hora de llegar a su casa y acostarse. Julián, que opinaba lo mismo, le propuso que, si a ella le parecía bien, él podría acompañarla hasta su casa y, desde ahí, seguiría camino a la suya porque también estaba muy cansado.
Salieron cuando el sol de otoño estaba en su máximo esplendor. Por las veredas de la ciudad, las hojas amarillas que habían caído recientemente de los árboles les hacían una alfombra para sus pasos al andar. Durante el trayecto, fue Amelia la que habló sin parar, contándole a Julián acerca de lo mucho que apreciaba a Matilda. Al llegar a la casa de ella, se detuvieron en el portal sin parar de conversar. Luego, Julián insinuó que debía marcharse, pero siguieron hablando unos diez minutos más, hasta que, finalmente, después de varios amagues, llegó el momento de despedirse. Se miraron una vez más a los ojos, mientras acercaban sus rostros para darse un beso en la mejilla en una escena que repetirían miles de veces en su memoria durante el transcurso de ese día.
Ya camino de vuelta a su casa, en soledad, Julián retomó el paso ligero con el que había salido a la mañana, con la diferencia de que, regresando, mantenía en su rostro una sonrisa como pocas veces había visto en el reflejo que le devolvían las ventanas al pasar.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...