Poco antes de cumplir los quince años, Isa Oviedo se volvió loca de amor por un chico un par de años mayor que ella. Fue en su pueblo natal, donde sus amigos de toda la vida le ayudaron a acercarse a él. Impulsada por la llegada de los primeros días de primavera, que, entre una fiesta y otra para recibir esa estación del amor, fue sumando, de a poco, momentos de conversación con ese chico, quien ya sabía que ella estaba enamorada de él.
Cada vez que se cruzaban, se ponían a conversar como dos extraños que quieren conocerse y agradarse. Entre cada oración, la joven Isa, tan enamorada, lo observaba correrse el pelo hacia atrás y se mordía los labios, aguantando el impulso de besarlo, aunque era algo que nunca había hecho antes.
Más allá de que sus amigos le habían dicho que se mostrara esquiva, que se hiciera la difícil, que guardar un poco de misterio para que él se volviera loco por ella, Isa no podía evitar mirarlo con ese brillo en los ojos que tiene alguien enamorado. Así que, varias de las recomendaciones que le hacían, intentando ayudarla en su conquista, quedaban excluidas cada vez que él se acercaba a ella y comenzaba una conversación, con ese tono de encuentro casual que quería darle a cada ocasión el joven casanova.
En la fiesta de la primavera de ese año, la principal, la que organizaba el curso que estaba en el anteúltimo año de secundaria para despedir a los que egresarían al finalizar el año, Isa estaba bailando en medio de la pista con sus amigos, aprovechando las pocas veces que su padre le daba permiso para salir de noche. Ese grupo que formaba con sus amigos, que no eran más que cinco en total, habían quedado en ir, todos juntos, a dormir a la casa de uno de ellos cuando la fiesta terminara. Estaban felices de poder disfrutar así de esa noche en la que, más allá de que comenzara la primavera, el frío afuera hacía notar que el invierno no quería marcharse. A ellos no les importó ni el viento gélido de esa noche ni nada más, estaban tan contentos de poder salir a una fiesta que habían llegado hasta el lugar caminando y riendo, sin percatarse del clima.
Cuando la fiesta ya estaba próxima a terminar, quedaba poca gente en el lugar y la música que sonaba, en ese momento, no era del todo bailable, el chico que tanto le gustaba a Isa se acercó a ella por detrás y la tomó de la mano, la aproximó a él y le sonrió con su cara a pocos centímetros de la de ella. Isa quedó inmóvil, sorprendida por ese arrojo inesperado, mientras sus amigos, que no se habían percatado de la llegada del chico por detrás, salían caminando sin notar que su amiga se había quedado rezagada.
Recién al llegar a la puerta de salida, uno miró hacia donde ella se encontraba y le dijo a los demás. Hasta que una de las chicas dijo que sería mejor dejarla con él y no quedarse mirando de cerca, para no incomodarla, y escribir en el grupo de chat que la esperarían en la casa en la que se quedarían a dormir, que se quedara tranquila con su enamorado, que le pidiera a él que la acompañara hasta el lugar, que no quedaba muy lejos. A todos les pareció buena idea, así que se fueron.
Al tener la boca del chico tan cerca de su rostro, Isa notó que él había bebido de más. Se lo dijo, pero él lo negó y, sin decir mucho más, le apartó el pelo del rostro, acomodándoselo detrás del oído e inclinó su cabeza. Isa, intuyendo que se venía su primer beso, cerró los ojos y entreabrió sus labios. En esa milésima de segundo, su corazón parecía latir con más fuerza y las manos le comenzaron a temblar. Se besaron y en ese encuentro entre sus labios, la plenitud invadió a Isa que, con su nula experiencia en esos asuntos, no hacía más que pensar si lo estaba haciendo bien.
Permanecieron así, besándose donde estaban, hasta que los encargados de seguridad del lugar comenzaron a pedirle a los pocos que quedaban en la fiesta que se retiraran. Así que, como tuvieron que salir de ahí, él le propuso llevarla hasta su casa en su automóvil. Mientras caminaban hacia afuera, Isa leyó los mensajes de sus amigos que decían que la esperaban en la casa donde se quedarían a dormir. Entonces, le dijo que sí, que iría con él, que la llevara hasta la casa en la que la esperaban sus amigos.
Subieron al coche sin decir mucho. Dieron un pequeño paseo por las calles céntricas y, luego, él tomó la avenida que iba para las afueras de la ciudad. Isa lo miró con intención de que él girara la cara y la mirara a los ojos. Una vez que eso sucedió, le preguntó qué era lo que pretendía. Él le contestó que no se preocupara, que irían a un lugar tranquilo para poder conversar a solas.
Más allá de que no estaba del todo convencida, ella aceptó seguir con él porque, entre todas las veces que habían conversado previamente, había descubierto a un chico respetuoso y amable, así que no le pareció que estuviera mal la propuesta que él le había hecho. A fin de cuentas, siempre habían conversado en fiestas, entonces no sería mala idea ir a un lugar más íntimo, aunque ella intuyera que sería más para besarse que para conversar.
Llegaron a una casa quinta, en las afueras de la ciudad. Cuando el coche se detuvo, no se oía nada más allá. Isa miró hacia donde estaba la ciudad y vio que las luces estaban más lejos de lo que le había parecido. También, el sonido de los autos que continuaban paseando por las calles se escuchaba muy lejano. La invitó a pasar y le preguntó si quería tomar algo. Ella negó con la cabeza. Él se quitó la campera y, después de encender la luz de un velador que le daba una iluminación tenue y cálida al lugar, comenzó a besarla con más fogosidad que la de un rato antes, cuando estaban en la fiesta. Se recostaron sobre un sillón que había en el living del lugar y siguieron con lo que ella había sospechado que sucedería.
En una pausa, luego de tantos besos apasionados, Isa quiso comenzar una conversación, pero él siguió con lo que parecía ser lo único que quería en ese encuentro. De a poco, el chico fue recorriendo el cuerpo de ella con sus manos. Comenzó con los hombros y fue bajando, sigilosamente, hasta los pechos. Ella dejó que él se los tocara, ya que era por encima de la ropa. Luego, siguió el recorrido por su cintura, hasta llegar a sus glúteos. En ese momento, Isa le apartó la mano, marcándole el límite hasta el cual lo dejaría actuar.
Así siguieron un rato más, entre una mano queriendo avanzar y otra corriéndola, hasta que ella le pidió que la llevara al encuentro con sus amigos, que se había hecho demasiado tarde. Asomaban los primeros rayos de claridad en el horizonte y él no parecía del todo contento con el resultado de la cita. Resoplando fastidio, la llevó hasta la casa de su amiga sin decir una palabra durante el trayecto.
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Una pausa en el intento
Teen Fiction1 | Julián siempre fantaseó con enfrentar sus miedos y confesarle a Amelia el amor que sentía por ella. Una y otra vez, ideó en su mente el momento y la manera en que lo intentaría. Pero la forma en que se desencadenaron ciertas circunstancias lo c...