CAPÍTULO 4

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Faith.

Sam me despierta tirándose encima de mí y me da tal susto que casi me da un infarto.
     -¡Sam! – le grito y él se sienta junto a la cama, mirándome con carita de no haber hecho nada -. ¿¡A ti te parece normal hacer esas cosas?! – él ladea la cabeza, escuchándome -. Voy a responder por ti: ¡No! ¡No es normal!
     Sam se levanta y me lame la cara de punta a punta con su enorme lengua, y se va a la puerta de la habitación, arañando para que le abra. ¡Será posible! Me levanto de la cama y giro la manilla de la puerta, abriéndola. Sam sale como un cohete y lo escucho bajar las escaleras, seguido de uno de los chillidos cariñosos tan característicos de mi padre. Sí, está majara perdido.
     <<Y tú vas por el mismo camino>>, me digo.
     Sí, totalmente cierto. Cada día se me va más la cabeza.
     Me toco el costado derecho, que me molesta un poco por el placaje que me ha hecho Sam. Un poco más y me destroza el bazo.
     Me coloco las gafas (para poder ver algo con nitidez, básicamente) y vuelvo a sentarme en la cama. Cojo el móvil de encima de la mesita de noche después de desconectarlo del cargador. Lo desbloqueo y leo algunos mensajes y veo fotos de anoche que han enviado los chicos por el grupo de WhatsApp que tenemos: Donde caben 2 caben 10. Lo pasamos muy bien. A mi mente viene la imagen de Can y su sonrisa, y el estómago se me encoje. No sé qué me pasa, pero casi no he pegado ojo pensando en él.
     Abro Instagram para entretenerme un poco y dejar de pensar en lo guapo e imponente que es y me doy cuenta de que tengo una nueva notificación: ‘@candoğan ha comenzado a seguirte’.
     -¡Mierda! – chillo, saltando de la cama.
     ¿Me acaba de seguir en Instagram? ¡Dios bendito!
     -¿Faith, qué ha sido ese grito? ¿Estás bien? – me grita mi madre en español desde la planta baja.
     Cuando estamos los tres solos en casa siempre hablamos en español, para no perder la costumbre.
Corro hasta la puerta, asomo la cabeza y grito:
     -¡Sí, mamá! ¡Sólo era un bicho! ¡Enseguida bajo!
     Cierro la puerta de la habitación y me subo encima de la cama, sentándome con las piernas cruzadas. Vuelvo a mirar la pantalla de mi móvil, creyendo que lo que acabo de leer es un espejismo, pero no. Can me acaba de seguir en Instagram. Es real.
     Entro en su perfil después de pensármelo un par de veces. ¿¡Tres millones y medio de seguidores?! Sabía que Can era un fotógrafo importante, pero no tanto.
     -¿Qué hago? ¿Le sigo o no? – me pregunto a mí misma, sin dejar de mirar la pantalla -. Que me haya seguido no significa nada, ¿no? Puede que simplemente le haya caído bien y le haya apetecido seguirme. Si yo le sigo de vuelta, no pasa nada ¿verdad? No significa que esté interesada en él ni nada por el estilo – me digo.
     Con los nervios en el estómago, pulso la pestaña azul de ‘seguir también’ y en seguida sale la palabra ‘siguiendo’. Bueno, no ha sido tan malo como creía. Por pura curiosidad, empiezo a ojear sus publicaciones. Fotos de los lugares que ha visitado y en los que ha trabajado, fotos de animales, campamentos de refugiados… creo que entiendo por qué es tan buen fotógrafo. Una de mis titas es fotógrafa artística en España y es buena, pero estas fotos son… wow. Parecen incluso que puedan hablarte. Sigo viendo las fotos y veo alguna con sus amigos (algunos de los cuales son los míos también) y… un momento, ¿¡Eso es un tatuaje?! Lanzo el teléfono hasta el otro lado de la cama y el corazón me da un vuelco. ¿¡Tiene un tatuaje?!
     -No, no puede ser. Habrá sido mi imaginación -  me digo, intentando convencerme a mí misma de que lo que acabo de ver no es real.
     Me pellizco el labio inferior con nerviosismo y miro el móvil, que sigue en el filo de la cama, encendido con la foto de Can. ¿Debería volver a mirar? Puede que mi mente me haya jugado una mala pasada y no tenga ningún tatuaje.
     Una vez intento controlarme, me acerco a gatas sigilosamente hasta el móvil y lo agarro entre mis manos. Cierro los ojos, pidiendo que el tatuaje no sea real. Sin embargo, cuando los abro ahí está, en su pecho, cubriendo todo su pectoral izquierdo hasta el inicio del pezón.
     <<A la mierda las posibilidades de que no fuera el hombre perfecto>>, maldigo.
     Sigo mirando la foto y hago zoom en el tatuaje, analizando cada uno de sus detalles. Es una especie de brújula con un lobo aullando en el centro. Y le queda precioso. Le da un aspecto más salvaje y varonil. Luego me detengo en admirar su increíble físico: unos pectorales fuertes, formados y trabajados, unos abdominales tan marcados que podría rayarse pan en ellos, unos hombros definidos y unos brazos enormes y fibrosos. Ser tan atractivo no debería ser legal en este mundo.
     -¡Faith, ¿qué haces?! – mi madre entra en mi habitación, interrumpiendo mi empanamiento -. ¡Vas a llegar tarde a la tienda!
     -Estaba hablando con Azra – miento. Espero que no se me note en la cara que casi sufro un colapso nervioso hace unos segundos.
     Mi madre rueda los ojos y me pide que me dé prisa para que mi padre pueda acercarme a la tienda de ropa en la que trabajo antes de irse a la oficina. Trabajo en el centro comercial algunos días a la semana para poder costearme algunos de mis cursos de cocina, porque mis padres no pueden ni tienen por qué pagármelos todos, y también para ahorrar y así poder abrir mi propio restaurante cuanto antes.
     -No tardes, Faith – me pide mi madre.
     Asiento y cuando sale de la habitación corro a abrir el armario y saco lo primero que me encuentro: unos vaqueros rotos por la rodilla, una camiseta de manga corta blanca con la frase ‘blah, blah, blah’ en color negro y unas Vans de color rosa claro.
     Me visto y bajo las escaleras a toda prisa, me tomo un té y un par de galletas que hice ayer por la mañana y me subo en el coche con mi padre para ir a trabajar. Trabajo en Guess martes y jueves por la tarde y sábados por la mañana hasta la hora del almuerzo.
     -Ten un buen día, cielo – me dice mi padre, deteniendo el coche en la puerta del centro comercial donde se encuentra la tienda.
     Mi padre es un hombretón de metro ochenta, pelo oscuro, ojos marrones, sonrisa bonita y un piquito de oro que embauca a cualquiera. Al principio puede parecer muy serio e intimidante, pero cuando le conoces es un trocito de pan y el ser más divertido y gracioso que se pueda conocer.
     -Gracias, papá. Igualmente – le doy un beso en la mejilla y me bajo del coche a toda prisa para no llegar tarde.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora