CAPÍTULO 60

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Faith.

Cuando entro en mi habitación después de ducharme y me encuentro a Can, de pie, junto a mi cama, casi me da un infarto del susto. Suelto un chillido agudo, acompañado de un brinco, que posiblemente hayan escuchado los vecinos y apago la música de mi móvil con la mano izquierda (la que no tengo reventada, si concretamos más).
     -¡Can, pero… pero ¿qué haces aquí? – me agarro el nudo de la toalla rosa que llevo alrededor del cuerpo -. ¿Cómo has entrado?
     Aprieta los labios en una fina línea y señala la ventana, ahora cerrada, con la mano.
     -Estaba abierta – dice en un tono suave -. Quería verte.
     -Can, ya hemos hablado esta mañana y ya te he dicho todo lo que pensaba… - empiezo a decir.
     -Pues ahora tengo que decírtelo yo – se apresura a contestar -. Y vas a escucharme, Faith – el tono urgente de su voz hace que me tiemble el cuerpo.
     Me agarro con más fuerza la toalla que cubre mi cuerpo desnudo y húmedo,  y suspiro antes de asentir y morderme el labio, dispuesta a escucharle.
     Can traga saliva y comienza a hablar:
     -Me dijiste que tenía que pensar en mis sentimientos, en qué siento – asiento, recordando mis palabras y lo duro que fue pronunciarlas -. Pero es que no necesito pensar en nada. Sé lo que siento y sé de quién estoy enamorado, y es de ti, Faith – me señala con el dedo -. Enamorarme de ti es lo mejor que ha podido pasarme en toda mi vida. Tú me haces ser mejor, me haces sonreír más, haces que todo lo que me rodea merezca la pena, Faith.
     El sentimiento con el que pronuncia cada una de las palabras me hace temblar y la mirada brillante y llena de dolor y amor que me dedica hace que casi me parta en dos.
     Toma aire y sigue hablando:
     -Haces que quiera levantarme cada mañana con una sonrisa en la cara sólo porque sé que voy a verte. Jamás… jamás pensé que nadie pudiera hacerme dejar de viajar o renunciar a lo que hago. Y llegaste tú y lo hiciste. Hiciste que quisiera dejarlo todo sólo para estar contigo, porque prefiero una vida sin volver a viajar que un minuto sin ti. Provocas en mí cosas que nadie más me ha hecho sentir. Faith, yo… yo nunca me he pasado las horas besando a una chica por el simple hecho de que guste hacerlo. Siempre he sido más distante. Y contigo no puedo serlo, porque sólo quiero tenerte entre mis brazos, besarte y hacerte el amor a todas horas, porque lo único que quiero es estar contigo, para siempre. Estoy tan enamorado de ti que no soy capaz de imaginarme un futuro en el que tú no estés conmigo. Eres lo mejor que tengo en esta vida. Eres lo único por lo que vivo y sigo respirando – su voz tiembla un poco y sus ojos se humedecen un poco.
     Las lágrimas empiezan a formarse en mis lagrimales y se agolpan en mis ojos, a punto de caer. Sus palabras son tan intensas y el tono de su voz está tan lleno de su amor por mí, que me cuesta no echarme a llorar y abrazarle.
     -¿Entonces por qué no confiaste en mí? – le pregunto con voz quebrada. ¿Por qué no lo hizo sin tanto me quiere?
     -Porque… sentí que era responsabilidad mía cuidar de ella, por todo el daño que le hice cuando rompimos. Y joder, sé que no es excusa, ¿vale? Sé que la he cagado, que te grité y te dejé sola y me comporté como un completo capullo, y como un novio horrible. Pero no quiero a Pembe. Nunca la he querido, no como a ti. Cuando la dejé y luego te conocí… me di cuenta de que lo que sentía por ella cuando estábamos juntos no era amor. Nunca he estado enamorado de ella. La quería, sí, pero era una relación rara, porque sentía que era una obligación estar con ella. Nuestros padres eran amigos, nos  habíamos criado juntos… y era como si fuera lo correcto. Y luego apareciste tú y me hiciste sentir lo que es enamorarse hasta la médula de alguien y querer dárselo todo, incluso lo que no tienes – dice.
     El corazón me late más y más fuerte con cada sílaba que sale de sus preciosos labios rosados y las ganas de echarme a llorar son cada vez más fuertes. Ahora mismo sólo quiero lanzarme a sus brazos y decirle que le perdono, que confío en cada palabra que dice y que le quiero con toda mi alma, tanto como él a mí. Pero no lo hago. Me mantengo en mi posición, callada y con los ojos anegados en unas lágrimas que tarde o temprano van a caer.
     -Can… - pronuncio con la voz rota.
     -Juguemos a tu juego – dice, al mismo tiempo que avanza lentamente hacia mí -. Mírame a los ojos y dime lo que ves en ellos. Dime si te estoy mintiendo.
     Me fijo en su camisa camiseta verde militar, remangada hasta el codo, en su pelo recogido en ese moño que tanto adoro, en su collar del ojo de tigre y el de plata con el águila que rodean su cuello, en su vaquero oscuro y sus botas negras, en sus manos cubiertas por anillos  (dos en la mano derecha y uno en la izquierda) y pulseras (unas cuantas en cada mano) y en el brillo de su mirada oscura, que me traspasa, diciéndome mil cosas.
     -Mírame y dime lo que ves, Faith – me pide cuando está frente a mí.
     Le miro a los ojos y observo cada pizca de amor que hay en su mirada. Observo toda la adoración que hay en sus ojos, les observo decirme lo mucho que él me ama, lo importante que soy para él.
     Can me agarra la mano izquierda y la coloca sobre el lado izquierdo de su pecho, justo encima de su corazón y de ese tatuaje que tanto adoro, y la rodea con las suyas, brindándome su calidez. Los latidos desbocados de su corazón impactan con fuerza contra la palma de mi mano y su embriagador aroma, mezclado con su perfume, hacen que el cuerpo me hormiguee, que el corazón se me acelere aún más y que la cabeza me dé vueltas.
     -¿Lo notas? – aprieta más mi mano contra su pecho. Asiento -. Sólo late así por ti, Faith.
     Las lágrimas empiezan a caer de mis ojos y los sollozos se abren paso, haciendo que mi cuerpo se sacuda.
     -Mírame, mi vida – Can separa una de sus manos de la mía y me agarra el mentón para que le mire -. Nadie en este mundo ha amado a otra persona como yo te quiero a ti. Y nadie cambiará eso jamás.
     Sin pensármelo dos veces me lanzo sobre él y cubro sus deliciosos labios con los míos. Tan sólo han pasado veinticuatro horas desde la última vez que lo besé y me han parecido un maldito infierno. La incertidumbre de no saber qué pasaría me ha carcomido por dentro desde esta mañana, aunque muy en el fondo tenía la esperanza de que viniera y me dijera que me quiere a mí. Si me hubiera dicho que sigue enamorado de Pembe, pues… no sé qué habría sido de mí. Lo habría aceptado, por él, por su felicidad. Pero me habría destrozado por dentro, porque le quiero demasiado como para perderle. Pero, joder, me quiere a mí. Y sé que puede parecer una gilipollez que dudara de su amor, pero creo que su comportamiento anoche justifica mis dudas.
     Can me acoge con avidez y abre la boca, mezclando su lengua con la mía. Me agarra de la nuca y me abraza la cintura con el brazo libre para apretarme contra él. Nos besamos con el sabor de mis lágrimas en nuestros labios y Can se separa para limpiármelas con los dedos.
     -Te quiero, Can – lloro, apoyándome sobre su pecho.
     -Y yo a ti, mi amor – coge mis mejillas entre sus manos y me sigue limpiando las lágrimas con delicadeza -. Prométeme que nunca más volverás a dudar de mis sentimientos por ti, por favor. Nunca habrá nadie más que tú.
     Asiento.
     -Te lo prometo – sollozo -. Tú también vas a ser siempre el único para mí. Aunque pasen mil años.
     Can me dedica una sonrisa llena de puro amor y vuelve a besarme, acogiendo mi boca con mimo, un mimo que me pone frenética, que me acelera el pulso y que hace que mi entrepierna vibre. Mis dientes tiran con suavidad del labio inferior de Can y él suelta un jadeo que me eriza la piel, aún un poco húmeda por la ducha. Nuestro beso se vuelve más y más salvaje hasta que sólo somos labios, lenguas y dientes, devorándonos el uno al otro.
     Can agarra el nudo de mi toalla y lo deshace con suavidad, al mismo tiempo que desplaza sus labios por mi mejilla y la curva de mi cuello, produciéndome un placer increíble y un cosquilleo delicioso por el roce de su barba. ¡Cómo adoro su barba! Me deja desnuda ante sus ojos y me acaricia los costados con las yemas de los dedos. Un suspiro entrecortado sale de mi boca cuando sus dedos agarran mis pezones, ya erectos y deseosos de su tacto, y los retuerce, haciéndome jadear y besar su boca una vez más.
      -Llevo un día sin tocarte y ha sido una puta tortura – dice entrecortadamente sobre mis labios.
      -No quiero volver a sentirme tan lejos de ti, Can – le pido, tirando de su camiseta verde con la mano buena.
     -No vamos a estar separados nunca más.
     Can lee mis intenciones de quitarle la camiseta y se despoja de ella, al igual que de sus botas y sus pantalones y se queda en ropa interior. Luego se sienta en la cama y me mira con ojos golosos, devorándome.
     -Me encanta verte desnuda – gruñe -. Eres el ser más hermoso que existe en este universo. Ven aquí.
     Me tiende la mano y yo la agarro sin pensarlo. Me acerca a él y me coloca entre sus piernas. Me acaricia la parte trasera de las piernas con los dedos, haciéndome cosquillas y yo suelto una pequeña risita, acompañado de un brinco, que a él le hace sonreír. Le coloco las manos sobre los hombros y le acaricio la piel, disfrutando de su calidez y su suavidad. Tiene una piel tan perfecta y me encantan los lunares que tiene desperdigados por el hombro izquierdo. Son tan monos.
     Las manos de Can siguen acariciando mis piernas y acaban en mis nalgas, las cuales aprieta con un gruñido que me pone a cien.
     -Me encanta este culito – me da una palmadita y yo le doy un golpecito con la escayola.
     Sus labios me besan el estómago y su lengua lame el tatuaje de mi esternón de punta a punta, llevándose las gotas de agua y haciéndome temblar, mientras yo le acaricio el cuello y me retuerzo entre sus brazos. Desvía sus labios hasta mis pechos y juguetea con ellos. Su mano se introduce entre mis piernas y tantea mi ya húmeda entrada con los dedos, mientras me sigue acariciando los muslos con la otra.
      -Me encanta que siempre estés tan preparada – tira de mi pezón y yo gimo -. Me encantan tus gemidos, amor – succiona el otro y le clavo las uñas en el hombro.
     -Can – jadeo -. Necesito tocarte – lloriqueo mientras él sigue acariciando los labios húmedos de mi entrepierna.
     -Shh… ya habrá tiempo para eso, cariño. Tú deja que yo me encargue de todo, ahora no puedes hacer esfuerzos con la mano – introduce el dedo índice en mi vagina y lo mueve dentro y fuera, produciéndome oleadas de placer infinitas.
     Echo el cuello hacia atrás y suelto un gemido que ahogo mordiéndome el labio.
     -¿Te gusta, amor? – me pregunta en un ronroneo profundo. Asiento y vuelvo a gemir cuando introduce otro dedo en mi interior -. Estás tan húmeda y eres tan cálida – jadea.
     -Can, por favor… - gimoteo y meneo las caderas, buscando más contacto.
    El corazón empieza a latirme con más fuerza y un calor sofocante me recorre el cuerpo cuando el pulgar de Can encuentra mi clítoris y lo masajea con movimientos circulares que me hacen perder la razón. Sus dedos siguen entrando y saliendo de mí y me sujeta con fuerza cuando acelera los movimientos de su mano, dispuesta a llevarme a la cima. El placer me recorre el cuerpo de punta a punta y necesito apoyarme sobre él cuando un intenso orgasmo amenaza con partirme en dos. Can aprovecha para coger mi pezón derecho entre sus labios y eso intensifica mis gemidos, que estoy bastante segura que han oído los vecinos.
     -Te pones tan bonita cuando te corres, cariño – gruñe sobre mi piel antes de agarrarme y colocarme a horcajadas sobre su regazo.
     Su erección cubierta por el bóxer impacta contra mi entrepierna húmeda por al orgasmo que acabo de tener y otro gemido sale de mis labios. Mi respiración agitada se mezcla con la suya y mis ojos conectan con su mirada oscura y llena de deseo. Sus labios besan los míos una vez más y mi lengua se mezcla con la suya. Nuestros torsos se pegan el uno al otro y las manos de Can acarician la piel de mi espalda con suavidad antes de tumbarnos en la cama con sumo cuidado para que mi mano escayolada no sufra ningún percance. Can se coloca encima de mí, entre mis piernas y nuestras bocas se devoran la una a la otra, al mismo tiempo que nos acariciamos el uno al otro. Me acaricia los muslos, la cara, los pezones, el cuello y cada rincón de mi piel al que llega; yo le acaricio los mechones de pelo sueltos, la barba, la espalda, sus fuertes y suaves brazos y su musculoso pecho.
     -Dime que tienes condones, por favor – suplica, jadeante.
     Asiento y señalo el cajón de la mesilla de noche con la mano escayolada.
Can alarga el brazo y abre el cajón para sacar uno de la caja y abrirlo con los dientes. Se pone de rodillas en la cama y se baja el bóxer para luego lanzarlo al suelo y colocarse el preservativo en su erecto miembro. Verle ponerse el condón es algo que me encanta. Está tan sexy, tan guapo, tan viril… Desliza el látex por su pene y una vez tiene puesto el condón, me abre las piernas y me besa los muslos, antes de colocarse entre ellos y volver a besarme.
     -¿Probamos una cosa? – me muerde la mandíbula y roza su barba contra mi cuello, haciéndome cosquillas.
     -¿El qué? – le pregunto, riendo.
     -Ponte boca abajo – me pide sobre los labios.
     Lo miro un poco dudosa.
     -Va a gustarte, lo prometo – sonríe -. Y si no te gusta, pues no volveremos a hacerlo. ¿De acuerdo?
     -Vale – accedo.
     Me ayuda a colocarme bocabajo con cuidado de que mi brazo no sufra ningún percance y luego me suelta el pelo, dejando que los rizos caigan a ambos lados de mi cabeza.
     -Me encanta cómo te huele el pelo – murmura aspirando el olor de mis rizos.
     -¿Se supone que vamos a hacerlo así? – lo pincho un poco.
     -Ajá… - me besa el hombro desnudo -. Intenta mover el brazo lo menos posible, ¿vale?
     Asiento y suelto un jadeo cuando me recorre la nuca y la columna con sus labios. Agarro las sábanas con la mano izquierda y siento cómo sus manos acarician mis costados con mimo y bajan por mi piel hasta mis nalgas. Las manosea, las aprieta y las muerde, volviéndome loca. Le siento colocarse a horcajadas sobre mis muslos y me separa las nalgas para tantear mi húmeda entrada con los dedos. Me retuerzo bajo su cuerpo y cuando su pene entra muy despacio en mí me siento desfallecer.
     -Can – gimo y levanto la cabeza para ajustarme las gafas.
     Me apoyo en los codos, con cuidado de no hacerme daño en la mano y giro la cabeza para mirarle. Can me aprieta las nalgas y entra una y otra vez en mí y, cuando ve que lo miro, se inclina hacia delante, apoya las manos en el colchón, por delante de mis hombros, y me besa la comisura de la boca repetidas veces, mientras me embiste.
     -Eres tan deliciosa – jadea -. Podría pasarme las horas así y jamás me saciaría de ti, Faith.
     Suelto un profundo gemido por sus palabras y él aprovecha para agarrar mi pecho y estimular el pezón, produciéndome más placer, si cabe. Su fuerte abdomen roza la parte superior de mis nalgas y sus jadeos entrecortados en mi oído me bastan para acercarme peligrosamente al orgasmo.
     -Sigue, por favor – le pido entre gemidos.
     Me da un cachete en la nalga derecha y el escozor, unido a sus envites hace que casi me corra.
     -Estás a punto, ¿verdad? – me pregunta antes de morderme la oreja.
     Asiento y me muerdo el labio para acallar un nuevo gemido. Tengo la boca seca, el corazón está a punto de estallarme y los músculos de las piernas están empezando a entumecérseme.
Can acelera el ritmo y la intensidad de sus movimientos y me llega tan al fondo que creo que va a romperme. Pero no me importa porque es una sensación increíble. Le pido que siga, que no pare, y él hace lo que le digo. Se entrega tan en cuerpo y alma a hacerme el amor que en menos de dos minutos soltamos un gemido al unísono, llegando al orgasmo.
     -¡Can! – chillo.
     -¡Faith, cariño! – jadea él.
     Dejo caer la cabeza sobre el colchón, agotada y siento cómo sus labios me recorren la espalda húmeda hasta llegar a mi pelo. Lo retira de mi oreja para besarme la piel y luego me susurra:
     -¿Qué tal?
     -Fenomenal – contesto con voz agitada.
     -¿La mano bien? – me besa la mejilla. Asiento -. ¿Te ha gustado tanto como para repetir la postura?
     -Totalmente – respondo.
     Can suelta una pequeña risa y sale de mí con mucho cuidado, para luego ayudarme a darme la vuelta en la cama y dejarme boca arriba. Se coloca a mi lado y sonríe.
     -Tienes un aspecto de recién follada adorable – acaricia mis labios con los dedos y me besa con mimo.
     -Lo mismo digo – hablo sobre sus deliciosos y mulliditos labios.
     -No sabes lo mucho que me gusta – sonríe -. ¿Y el collar? – frunce el ceño al no ver el collar que me regaló alrededor de mi cuello.
     -Está en el baño. Me lo quité para ducharme. Voy a por él.
     Hago el amago de levantarme, pero Can me agarra y vuelve a tumbarme.
     -Ya voy yo, tranquila – vuelve a sonreír -. Así aprovecho y tiro el condón.
     -Vale – le devuelvo la sonrisa.
     Me besa los labios durante unos segundos y luego se levanta de mi cama, totalmente desnudo, y desaparece en el pasillo para ir al baño. Yo me acomodo en el colchón con una sonrisa y espero a que vuelva.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora