CAPÍTULO 24

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Faith.

Troceo la carne de pollo y la echo en la olla con el sofrito para que se vaya haciendo a fuego lento. He decidido ir preparando la cena poco a poco para que todo esté listo cuando mis padres lleguen. Mi madre está despachando en la tienda y mi padre está trabajando, así que tengo un buen rato para estar sola (bueno, con Sam) sin tener que aguantar que mis padres me pregunten una y otra vez si estoy bien, si me encuentro triste por algo o si hay alguien que me haya hecho daño y por quien esté deprimida. ¿Y qué hago yo? Pues mentirles, claro. ¿Qué otra cosa voy a hacer?
El timbre de la puerta suena y Sam se levanta del suelo como un resorte para correr hacia la puerta. Yo me lavo las manos en el fregadero y me las seco con el paño de cocina antes de caminar hacia la puerta y abrirla, encontrándome a Damla y a Azra.
-Te hemos traído un batido de mango de la cafetería de la señora Ikbal para que te animes un poquito – Damla levanta el batido, agitándolo con una sonrisa en la cara.
-¿Podemos pasar? – pregunta Azra.
-Sí, claro – me aparto de la puerta -. ¿Gamze sigue en su cita con Engin?
-Síp – contesta Damla, quitándose las botas y calzándose unas zapatillas -. Si están tardando tanto es que están pasándolo bien.
Cierro la puerta cuando las dos entran y vamos a la cocina.
-¿Qué estás cocinando? Huele de maravilla – comenta Azra, destapando la olla.
-Pollo con tomate. Me queda preparar el tomate – contesto, bebiendo del batido que me han traído -. Gracias por el batido.
-No se dan, amiga. Te vendrá bien para subirte el ánimo – dice Damla -. ¿Cómo estás? – el tono de su voz se vuelve dulce.
Me encojo de hombros.
-Bien, supongo. Pembe sólo me ha querido dejar claro que no tengo posibilidades con Can. Podría ser peor – digo, intentando quitarle importancia, aunque en el fondo sienta que me duele el corazón al recordar sus palabras.
Damla coge mi mano entre las suyas y la aprieta en un gesto reconfortante.
-No va a volver con ella, Faith. Estoy segura de ello.
-Y yo – coincide Azra -. Conozco a Can desde que era una cría y puedo asegurarte que no siente nada por Pembe. Es más, apuesto mi mano a que le gustas. Te mira como si fueras un bombón relleno de caramelo.
El corazón me da un vuelco cuando dice esas palabras.
-No digas tonterías, Azra. Si le interesara, ya me habría dicho algo, ¿no creéis? – me levanto de la mesa y saco los tomates del frigorífico para triturarlos con el robot de cocina.
-¿Le has dado la oportunidad de hacerlo? – Damla coge mi batido y le da un sorbo -. Cada vez que ha intentado hablar contigo desde que llegó Pembe le has esquivado, has huido de él y has sido borde. ¿Cómo va a decirte nada si no le dejas? – exclama.
Eso puede ser verdad. Puede que haya sido esquiva y borde con él durante estas semanas. Muy borde, más bien. Puede que en esos momentos quisiera decirme algo importante y yo no le he dejado.
<<Si es que eres tonta del culo, hija mía>>, me regaña mi cerebro.
-No sé, chicas – paso de hacerle caso a mi mente.
-Yo creo que deberías plantarte en su casa y decirle lo que sientes. ¿Qué puedes perder? – sugiere Arza, cogiendo una galleta del bote que se encuentra en el estante superior de la cocina.
-¿¡Cómo voy a hacer eso?! ¡Es una completa locura! – termino de cortar los tomates y los vierto en el robot de cocina para luego encenderlo y dejar que haga su trabajo.
-No, no lo es, Faith – dice Damla, levantándose de la silla y acercándose a mí -. Es lo que deberías hacer. Ve a su casa y declárate.
-¿Y si él no siente lo mismo? ¡Voy a quedar como una completa idiota!
-¿Una idiota, enserio? ¿Dónde está la Faith que se atreve con todo y que no le teme a nada? – arquea las cejas y se coloca la mano en la cadera -. Callarte lo que sientes no te solucionará nada, al contrario. Lo que tienes que hacer es ir a su casa y contárselo todo. Y, si Can no siente lo mismo que tú, pues él se lo pierde. Pero tú habrás sido sincera con él y contigo misma.
Reflexiono las palabras de Damla. Puede que sea una buena idea ir a ver a Can y confesarle mis sentimientos por él. Así al menos me quitaré un peso de encima.
<<Pero te quedarás destrozada si él no te quiere a ti>>, me recuerda mi cerebro. Puede ser, sí. Pero no puedo pasarme la vida callándome lo que siento por miedo al rechazo. Tengo que plantarle cara y enfrentarme a esto. Vamos, que tengo que decirle a Can que estoy perdidamente enamorada de él y cruzar los dedos para que él sienta lo mismo. Y si no, pues... tendré que poner todo mi empeño en olvidar lo que me hace sentir y pasar página.
El robot de cocina pita cuando termina de triturar los tomates y me giro para verter el tomate triturado en un bol, condimentarlo un poco y echarlo en la misma olla en la que se está cocinando el pollo.
-¿Qué vas a hacer, entonces? – me pregunta Damla, después de unos minutos de absoluto silencio.
-Hablar con él – me giro, decidida -. Le diré que le quiero. Necesito decírselo aunque al mismo tiempo me asuste su reacción.
-No tienes de qué preocuparte, porque estoy convencida de que siente lo mismo por ti – Damla me rodea los brazos con las manos -. Ve a cambiarte, ponte guapa y ve a su casa. Azra y yo nos quedamos aquí vigilando la cena.
Tomo aire profundamente.
-¿Seguro que creéis que es lo mejor? Decirle que estoy enamorada de él.
-Lo es. Y tú lo sabes. Eres demasiado inteligente como para no saber que esta es la única solución a todo esto – tiene razón.
Asiento.
Les digo a ambas el tiempo que tienen que esperar antes de apagar los fogones y les pido que les digan a mis padres que he ido a hacer algún recado si preguntan por mí. Luego subo a cambiarme de ropa, porque llevo un chándal y no es el atuendo más adecuado para ir a declararme. Me visto con una falda vaquera negra, una camiseta amarilla mostaza. Hoy hace bastante calor, así que paso de coger chaqueta.
-¡Suerte, amiga! ¡Verás como vienes dando saltitos de alegría cuando vuelvas! – grita Damla cuando me estoy colocando las Converse en la entrada.
-Eso espero – murmuro antes de salir.
Camino hasta la parada de taxis que hay cerca del barrio y cojo uno que se encuentra libre. Durante el trayecto hasta la casa de Can, intento buscar la forma de declararme sin quedarme trabada o en blanco. Sé que en cuanto me mire con esos ojazos oscuros y me sonría se me secará la boca, el corazón se me acelerará y no daré pie con bolo. Así que es mejor que lo lleve todo preparado, por si acaso.
-Puede dejarme por aquí – le pido al taxista cuando estamos a un par de calles de la casa de Can.
Prefiero caminar un rato para calmar mis nervios, que ahora mismo son descomunales.
-Son veinticinco liras, señorita – dice con amabilidad el señor canoso.
Saco el dinero de la cartera, se lo entrego y me despido educadamente de él antes de salir del coche y caminar por la calle. Durante los cinco minutos y medio que tardo en llegar a la calle de Can, repito el discurso que quiero soltarle una y otra vez.
<<Cálmate, Faith. Todo irá bien, ya verás>>, intento convencerme para que no se me salga el corazón por la boca.
Llego a la enorme calle llena de mansiones en la que vive Can y respiro hondo al menos cinco veces mientras la recorro. Sin embargo, cuando estoy a unos metros de la puerta, veo a Can y a Pembe abrazados en la entrada de la casa. Él va vestido con unos pantalones deportivos negros y una camiseta blanca sin mangas, y ella lleva un top negro y unos diminutos shorts de color blanco acompañados de unos tacones. Odio que sea tan perfecta.
Me escondo rápidamente detrás de un coche para que no me vean y asomo la cabeza lo justo para ver lo que hacen sin que ellos me vean a mí. Los observo mientras se abrazan y con cada segundo que pasan en la misma posición, el corazón se me acelera más y más y una presión dolorosa se instala en mi pecho al ver cómo Can le acaricia con dulzura la espalda parcialmente descubierta. Pembe tiene la cabeza escondida en el cuello de Can y le rodea la nuca con los brazos, sujetándose a él. Lo que veo luego es lo que hace que el corazón se me parta del todo. Can le susurra algo a Pembe en voz baja y ella se separa un poco de él para luego inclinarse hacia delante, dejando sus caras a escasísimos centímetros, casi rozando sus bocas.
Me doy la vuelta y salgo corriendo antes de desmayarme por el dolor que siento en el pecho y que me ahoga. Iban a besarse... ¿Han vuelto a estar juntos? ¿Can ha vuelto con ella?
<<Te dije que volvería con ella y que serías tú la que sufriría>>, me recuerda mi puto cerebro una vez más, mientras yo recorro las calles, sintiendo cómo la imagen de ellos abrazados se reproduce una y otra vez en mi mente.
Las lágrimas se forman en mis ojos y caen al cabo de unos segundos, recorriéndome las mejillas. ¿Cómo he podido ser tan tonta y creer que él me querría? ¿Cómo he podido albergar la esperanza de que no volviera con Pembe y me eligiera a mí? Y lo peor es que sabía que pasaría. Sabía que volvería con ella y aún así quería creer que tenía posibilidades.
-Soy imbécil – murmuro entre sollozos cuando llego a la parada de taxis.
Un coche libre se para justo donde me encuentro y me subo, comunicándole al taxista la dirección. Me seco las lágrimas más de diez veces en todo el trayecto mientras intento contener los sollozos que me queman el pecho.
-¿Mal de amores? – pregunta el taxista cuando nos detenemos en un semáforo.
Asiento.
-Sí, mal de amores – sollozo y me quito las gafas para secarme las lágrimas una vez más.
-Sé que no es de mi incumbencia, pero las chicas guapas como usted no deberían llorar así por ningún hombre. Seguro que encuentra a otro que merezca la pena – me dice, intentando calmar mi dolor.
Le dedico una pequeña sonrisa a través del retrovisor y le doy las gracias por sus palabras.
Me deja en la puerta de casa unos diez minutos después y, cuando voy a sacar el dinero de la cartera, el hombre moreno que ha conducido durante todo el trayecto me detiene.
-No es necesario, señorita. Invita la casa – sonríe cordialmente -. Espero que la próxima vez que la vea esté feliz. Tiene mucha vida aún por delante. Encontrará a alguien que la haga feliz y olvidará estos lloros, hágame caso.
-Muchas gracias – sonrío, llorosa -. Que tenga una buena noche.
-Igualmente, niña.
Salgo del taxi después de limpiarme el resto de lágrimas que aún me recorren la cara y me meto en casa sin pensármelo. Sólo quiero meterme en la cama y desaparecer para siempre.
<<Tienes que alejarte de él, olvidarle. No puedes alargar más esto. No seas tonta, él ha vuelto con su ex y tú tienes que seguir adelante>>, me ordena mi subconsciente. Sí, eso es lo que tengo que hacer. Tengo que mantenerme lo más lejos posible de él. Al menos hasta que el amor tan intenso que siento mengüe un poco. Con un poco de suerte Can se cansará pronto de estar aquí en Estambul y se irá a viajar de nuevo. Y así será más fácil poder olvidarme de él.
Unos golpes en la puerta de mi habitación me sobresaltan y me seco las lágrimas lo más rápido que puedo.
-¿Faith? – mi madre abre la puerta y entra en la habitación -. Cariño, ¿qué te pasa? – se acerca corriendo con las chicas detrás.
-Nada – sollozo -. Que soy idiota.
-Las chicas me habían dicho que habías ido a comprar unas cosas. Pero... me da a mí que no has ido a eso, ¿verdad? – niego con la cabeza -. ¿Es por Can, no?
Levanto la cabeza con rapidez y miro a las chicas, entre las que ahora también está Gamze, pidiendo explicaciones con la mirada. ¿Le han dicho que estoy enamorada de Can?
-Ellas no me han dicho nada, Faith. Soy tu madre, ¿recuerdas? Te conozco mejor que nadie, hija – me acaricia la mejilla -. Voy a prepararte un té para que te relajes un poco, ¿de acuerdo?
Asiento. Mi madre sale de la habitación y me quedo a solas con las chicas.
-¿Tal mal ha ido? – me pregunta Gamze, sentándose a mi lado en la cama.
Damla y Azra se sientan en el suelo frente a mí y apoyan las manos en mis rodillas, brindándome apoyo.
-Ha vuelto con ella – lloro con voz rota -. Los he visto. Estaban a punto de besarse, pero me he ido antes de verlo.
Las tres me miran con la sorpresa brillando en sus caras, como si no pudieran creer lo que les estoy contando.
-¿Estás segura de que ha vuelto con ella? – insiste Azra -. Es que no tiene ningún sentido.
-Sé lo que he visto, Azra – medio gruño sin dejar de llorar -. Estaban abrazaditos y él le acariciaba la espalda con cariño. Luego se separaron un poco y ella se acercó para besarle – con cada palabra que pronuncio el dolor de mi pecho aumenta más y más -. Duele... - sollozo -. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? ¡Si estaba clarísimo que volverían juntos! Can y Pembe son el uno para el otro.
Mi madre entra en la habitación con un vaso de té en la mano y se sienta en el hueco libre de mi cama. Me da el vaso y me acaricia el pelo rizado mientras yo bebo.
-No le digas nada a papá, ¿vale? No quiero que vaya a partirle las piernas a Can. Tampoco es culpa suya. La idiota he sido yo por enamorarme de alguien como él – le digo a mi madre.
-De acuerdo. Pero intenta parecer lo más normal posible delante de él, que ya sabes cómo se pone cuando te pasa algo – me aconseja.
Asiento. Si hay algo por lo que se caracterice mi padre es por ser muy protector conmigo y con mi madre. Si se entera de que estoy deprimida por un hombre, no tardaría ni cinco minutos en ir a buscarle y partirle la cara por hacerme llorar.
Las chicas y mi madre intentan consolarme, mientras yo me termino el té. Cuando ya me ven mejor aspecto (o eso quiero aparentar, porque me siento como si me hubieran clavado doscientos puñales en el pecho), las chicas deciden irse a casa y mi madre se queda un rato más conmigo, hasta que llega mi padre. Siempre que llega tarde me quejo porque su empresa le da demasiado trabajo, pero he de admitir que hoy lo agradezco. Cenamos más bien en silencio, aunque intento disimular un poco delante de mi padre para que no sospeche nada.
-Bueno, me voy a la cama, que estoy un poco cansada – sólo quiero irme -. Buenas noches.
Le doy un beso en la mejilla a cada uno y Sam me sigue hasta la habitación. Es tan listo que sabe que estoy hecha trizas sentimentalmente. En cuanto entro en mi habitación me tiro en la cama y vuelvo a llorar. Lo único en lo que puedo pensar mientras lloro desconsoladamente sobre la almohada es en el dolor que siento en el pecho por la imagen que se reproduce en mi mente en bucle de Can y Pembe a punto de besarse delante de mis narices.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora