CAPÍTULO 28

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Faith.

Me he decidido. Voy a hablar con Can en cuanto le vea aparecer en la pizzería. Necesito decirle que yo también le quiero y que siento haberme ido de esa manera cuando me dijo que estaba enamorado de mí. Me comporté como una cobarde, las cosas como son. Pero, ¿y si ha cambiado de opinión? ¿Y si ya no me quiere?
<<No te adelantes, Faith. Primero habla con él>>, me aconseja mi mente. Es verdad, voy a esperar a que llegue.
Estoy sentada en una mesa con Azra, Damla, Mesut, Cihan y Ömer, mientras esperamos a que lleguen Can, Engin, Murat y Ahmet. Mi pierna se agita con nerviosismo y tengo las manos sudorosas por los nervios.
-Cálmate, Faith. Seguro que Can está deseando verte y hablar contigo – Damla intenta tranquilizarme, acariciándome las manos.
El móvil de Gamze suena, indicando que le ha llegado un mensaje y cuando lo lee me mira más seria de lo normal.
-¿Qué pasa? – empiezo a ponerme nerviosa.
-Engin me ha dicho que están de camino y que Can no viene – dice con cierta pena.
-Lo sabía... - me lamento -. Seguro que ahora no quiere ni verme. Pero ¿sabéis qué? Yo voy a ir a su casa y voy a decirle lo que siento. Necesito soltárselo todo aunque me mande a la mierda – me levanto decidida de la silla.
-Bien dicho – Ömer sonríe -. A por él, tigresa.
-¡Infórmanos de todo! – me grita Azra antes de que salga de la pizzería.
Me cuelgo el bolso en el hombro y empiezo a caminar en dirección a la parada de taxis. Pero por desgracia no hay ningún taxi libre y no pasa ninguno en al menos media hora. Genial, qué oportuno. Bueno, pues tendré que ir andando hasta su casa.
Durante los más de veinte minutos que paso andando, vuelvo a repetirme el mismo discurso que quería decirle a Can el otro día, aunque un poco más matizado por la disculpa que le debo por mi comportamiento de ayer. Mientras más me acerco a su casa, más nerviosa me voy poniendo y cuando llego a la puerta el corazón me late tan fuerte y el cuerpo me tiembla tanto que temo caerme de bruces contra el suelo.
<<Vamos, Faith, tú puedes>>, me digo.
Cierro los ojos, respiro hondo, me recoloco las gafas y afianzo el agarre a la correa de mi bolso. Allá voy.
Abro la puerta de la entrada y recorro los escasos metros que hay hasta la puerta de la casa. Pulso el botón del timbre y trago saliva. Pasan uno, dos, tres... diez, quince segundos... pero no abre nadie. Vuelvo a llamar y esta vez también golpeo la puerta. Pero nada. Igual no está.
<<O igual no quiere abrirte la puerta por niñata inmadura>>, me regaña mi cerebro.
Dios, ¿y si está tan cabreado que ya no quiere estar cerca de mí? ¿Y si ha cambiado de opinión y se ha dado cuenta de que no soy lo que él necesita?
Abro mi bolso y saco una gomilla para recogerme el pelo en un moño desenfadado. Estoy empezando a estresarme y me está entrando un calor descomunal. Saco el móvil en un acto desesperado y marco su número, pero no contesta. Vuelvo a llamar.
-Vamos, Can, contesta – pido, caminando como una posesa de un lado a otro.
Nada, no responde.
<<Será mejor que me vaya. Está claro que no quiere verme>> pienso, girándome, con el ánimo por los suelos.
Sin embargo, cuando doy dos pasos dispuesta a marcharme, Can entra por la puerta y se para en seco cuando me ve. La sorpresa se apodera de su rostro y me mira fijamente como si no pudiera creer que esté aquí. Yo me deleito con su imponente figura. Lleva una camiseta gris de manga corta que se ajusta perfecta y deliciosamente a sus brazos y a su pecho, unos pantalones cortos de deporte, unas deportivas grises con la suela naranja y una muñequera roja con una C mayúscula de color blanco. El pelo lo lleva recogido en su inseparable moño y una fina capa de sudor le cubre la frente. Me fijo en que no lleva anillos, pulseras ni collares, tan sólo el colgante del ojo de tigre.
Can no pronuncia ninguna palabra, sólo me mira. Así que decido hablar primero.
-Hola – mi voz suena entrecortada y nerviosa.
-Hola – contesta con voz suave -. ¿Qué haces aquí?
-Yo..., bueno... - me rasco el cuello con nerviosismo -. Quería hablar contigo – trago saliva.
Camina unos pasos hacia mí.
-¿Quieres pasar? – pregunta, sacando las llaves del bolsillo de su pantalón.
-Sí, claro – accedo.
Can asiente y camina hacia la puerta. Introduce la llave en la cerradura y abre después del 'clic'.
-Pasa – se aparta y hace un ademán para que entre primero.
Entro sin pronunciar palabra y cuando cierra la puerta tras de sí, le sigo hasta la cocina.
-¿Quieres beber algo? – me pregunta sirviéndose un vaso de agua.
Niego.
-No, gracias – me siento en uno de los taburetes de la isla.
Can se bebe todo el contenido del vaso y lo suelta en el fregadero. Luego se sienta en el taburete que se encuentra a mi lado y se gira para quedar cara a cara conmigo.
-Bueno, tú dirás – apoya el antebrazo en la isla.
Entrelazo los dedos y me los retuerzo, nerviosa. Creo que se me va a salir el corazón por la boca.
-La verdad es que no sé por dónde empezar – tartamudeo y me muerdo los labios con cierta angustia.
-Suéltalo sin más – me aconseja mirándome fijamente con esos preciosos ojos oscuros -. A veces es más fácil así.
Cierro los ojos y respiro hondo antes de decirle:
-Te quiero – suelto sin más -. Te quiero muchísimo, Can Doğan – levanto la mirada y al ver la emoción en su mirada sigo hablando -. Sé que igual ya es tarde y que no quieres que esté aquí, pero necesitaba decirte que yo también estoy enamorada de ti, desde hace mucho. Que me haces sentir cosas que nunca he sentido por nadie antes y que no puedo pensar en otra cosa que no seas tú. Y también que siento mucho cómo me comporté ayer. Salí huyendo y te dejé tirado allí en el puerto sin decir nada, y no estuvo bien. Es sólo que... a veces cuando algo me impacta la primera reacción que tengo es huir y... fue lo que hice, en lugar de decirte que yo también estoy enamorada de ti. Sé que a lo mejor es tarde... pero necesitaba que lo supieras.
Pronuncio todas las palabras sin parar. Pero Can no dice nada. Simplemente se acaricia la barba con un gesto que me abduce totalmente y me mira sin apartar sus ojos de los míos.
<<Si no dice nada pronto, voy a sufrir un ictus aquí mismo>>, pienso con el corazón en la boca.
Al final hace una pequeña mueca parecida a una sonrisa.
-¿Por qué has pensado que no quería verte? – pregunta.
Me encojo de hombros.
-No has ido hoy a la pizzería y tampoco me has llamado ni nada. Pensé que te habías enfadado cuando me fui. Lo cierto es que me he pasado toda la noche sin pegar ojo pensando en todo esto. Puede que incluso me merezca que ya no quieras estar conmigo – contesto.
Pasa otra par de segundos en los que no habla y luego me agarra la mano, acariciándome el dorso con el pulgar. Un calambre recorre mi piel.
-Sólo quería darte tu espacio para que pensaras con tranquilidad – mira nuestras manos -. Pero la verdad es que creía que tardarías más en venir. Siempre le das mil vueltas a todo.
Asiento. Eso es tan verdad como que el sol sale por el este.
-Sí, suelo ser así de masoquista a veces – creo que me voy a echar a llorar de un momento a otro.
-Anda, ven aquí – tira de mi mano y me coloca entre sus muslos para abrazarme con fuerza.
Can me acaricia la espalda y agarra con fuerza la tela de mi camiseta de negra de Billie Eilish. Y yo aspiro el aroma de su cuello, embriagándome de él. ¿Cómo puede ser posible que huela tan bien incluso cuando está sudado? Las ganas de llorar hacen acto de presencia y creo que es más que nada por los nervios y la incertidumbre que he pasado creyendo que me mandaría a la mierda.
-¿De verdad creías que iba a dejar de estar enamorado de ti en veinticuatro horas? – se separa de mí y me mira ofendido -. Eso es un insulto, que lo sepas – bromea para luego sonreír -. ¿Por qué lloras? – me pregunta preocupado cuando un par de lágrimas caen de mis ojos.
Niego con la cabeza y me quito las gafas para limpiármelas sin destrozarme el rímel ni el lápiz de ojos.
-Es sólo que estaba muy nerviosa y pensaba que me mandarías a la mierda. Soy una llorona, perdona – suelto una risa avergonzada y me coloco las gafas de nuevo.
-Me encanta que seas tan sentimental – reconoce con una tierna sonrisa -. Por cierto, ¿puedes repetir otra vez que me quieres? Es que ha sonado muy bonito – me pide con los ojos brillantes y cargados de amor.
-Te quiero – repito, sonrojándome un poco.
Una preciosa sonrisa se forma en sus labios y a mí se me aflojan las piernas. Su mano acaricia mi mejilla con suavidad y el pulgar se detiene en mi labio inferior, acariciándolo como si fuera un tesoro. Consigo vislumbrar cómo el deseo crece en su mirada y el corazón se me acelera más y más cuando detengo mis ojos en su boca y veo cómo se muerde el labio inferior y acto seguido lo humedece con la punta de su lengua.
<<Tiene los labios más bonitos que he visto nunca>>, pienso.
En un acto impulsivo y a la vez lleno de deseo, pego mis labios a los suyos y esta vez soy yo la que lo besa a él. Sin embargo, a diferencia del estado catatónico que yo experimenté ayer, Can responde a mi beso en milésimas de segundo. Afianza una de sus manos en mi cintura y con la otra me sujeta de la nuca, mientras nuestros labios se mueven en sincronía. El sabor y la suavidad de su boca hacen estragos en mi cerebro y puedo asegurar sin asomo de duda que podría pasarme el resto de mi vida besándole y no me cansaría jamás. Joder, si llevo queriendo besarle desde que lo conocí.
Un intenso calor asciende por mi vientre, produciéndome sensaciones hasta ahora desconocidas para mí, pero que me encantan. Me apoyo en el pecho de Can y siento el latido desenfrenado de su corazón bajo las palmas de mis manos.
-¿Te apetece quedarte a cenar? – me pregunta cuando nos separamos. Me acaricia la cintura.
Tiene los labios un poco enrojecidos y está tan guapo y sexi que no puedo evitar acercar mi mano a su barba y acariciarla con mimo, mientras a él se le enternece el rostro.
-Me encantaría – sonrío.
-Genial, pues voy a darme una ducha y preparamos algo – agarra mi mano y se la lleva a la boca, depositando un beso en el dorso.
-Puedo cocinar yo mientras tú te duchas, si quieres – sugiero y a Can parece gustarle la idea -. Tú sólo dime qué te apetece cenar.
-Cualquier cosa que preparen estas manitas me vale, señorita chef – vuelve a besarme las manos, haciéndome sonrojar.
-De acuerdo, pues ve a ducharte tranquilo, que yo me ocupo de todo.
Antes de ir a ducharse, Can me recuerda un poco dónde se encuentra cada cosa en la cocina para que prepare la cena con total libertad y luego me da un suave beso, sujetando mi rostro entre sus manos.
Una vez sale de la cocina, empiezo a sacar cosas de los cajones y los muebles. Voy a preparar pasta a la carbonara. La pasta es algo que a los dos no encanta y la salsa carbonara me sale de escándalo. Mientras la pasta se cuece en los fogones, mi móvil suena, indicándome que me ha llegado un mensaje. Sin apartar la vista de la pasta para que no se pase, saco mi móvil del bolso y reviso el mensaje que me acaba de llegar. Es Gamze, preguntándome qué tal está yendo todo con Can.
'De maravilla. Voy a quedarme a cenar con él', contesto.
Me responde con un emoticono de un guiño y otro de un corazón y yo sonrío como una boba antes de bloquear el móvil y guardarlo de nuevo en mi bolso.
Cojo una olla y empiezo a preparar la salsa carbonara para los espaguetis mientras sonrío feliz y completamente enamorada.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora