Faith.
Después de desayunar las galletas que sobraron anoche y beber zumo, decidimos recoger la tienda y las cosas y volvemos a por el coche dando un paseo por el bosque. El día está muy soleado, a pesar de que ya empieza a notarse el otoño. Estamos a mediados de septiembre, así que es normal que ya haga un poco de frío.
-La próxima vez podríamos venir un fin de semana entero – le digo a Can cuando subimos a su coche.
-Podemos venir todas las veces que tú quieras, amor mío – se inclina y me besa los labios -. ¿Te duele la barriga?
Niego con la cabeza.
-Creo que ahora mismo me duele más la boca que los ovarios – contesto. Anoche se me olvidó traerme la funda de los dientes, así que ahora me duele la mandíbula, como siempre que no me la pongo.
-¡Mierda, la funda! – maldice Can y me mira preocupado.
-No te preocupes, Can – le acaricio el brazo -. No es la primera vez que se me olvida ponérmela.
Al ver que no le doy demasiada importancia, se calma y arranca el coche. Mientras conduce de vuelta, canto las canciones que suenan en la radio y cuando empieza a sonar Bad guy de Billie Eilish, subo el volumen y la canto a pleno pulmón mientras Can me observa con una expresión adorable en su rostro.
-Oye, Can, ¿podemos pasarnos por la tienda de mi madre a coger algunas magdalenas de chocolate? – le pido -. Tengo hambre y mi cuerpo sigue perdiendo sangre y pidiendo chocolate a gritos – argumento.
-Claro que sí, mi vida – contesta y sonríe al ver que vuelvo a cantar.
Can coge un desvío para ir a mi barrio y mientras llegamos, cojo la piedra de cuarzo rosa que me regaló anoche y sonrío al recordar el precioso momento que vivimos cuando me la dio. Sus palabras, su mirada, la manera en la que su voz me acariciaba el alma con cada sílaba que pronunciaba... Es el hombre más increíble que existe y no lo cambiaría por nada del mundo. Acaricio el contorno del corazón y vuelvo a dejarlo sobre mi pecho. No pienso quitármelo jamás.
-Hemos llegado – anuncia Can, sacándome de mis románticos pensamientos.
Le acaricio la barba y me bajo del coche, seguida de él. Sam empieza a lloriquear y a saltar en cuanto nos ve y nos agachamos para acariciarlo un poco como saludo. Ya parece acostumbrarse a no verme los fines de semana, pero yo lo sigo echando de menos. Can me ha insistido algunas veces en que me lo lleve a su casa, pero no creo que sea buena idea. Más que nada porque suelta babas como un caracol y pelos para hacer una peluca. Y su casa es enorme, así que saldrían pelos para dos pelucas por lo menos.
-Hola, mami – entro en la tienda con Can.
-¡Hombre, mi hija la chef que está llevando esta tienda a la luna! – mi madre se levanta y me abraza como saludo -. Hola, yerno – le da dos besos a Can en las mejillas.
-Hola, suegra – sonríe él.
Me acerco a las estanterías donde mi madre coloca los dulces que hago y cojo una bolsa de magdalenas de chocolate, otra de magdalenas de arándanos y otra de galletas de coco. Si pudiera cogería una bolsa de cada cosa porque, no es porque las haga yo, pero me quedan de muerte. Abro la bolsa de galletas y me empiezo a comer una.
-¿Queréis té? – pregunta mi madre.
-¡Sí, por favor! – contestamos Can y yo al unísono.
Mi madre se ríe y nos echa dos vasos de té que nos tomamos sentados con ella en la tienda, mientras nos zampamos las magdalenas y las galletas. En el tiempo que pasamos allí, entran al menos veinte o treinta personas para comprar magdalenas y galletas y me dan la enhorabuena por lo rico que está todo. Incluso me preguntan si hago tartas de cumpleaños. Yo contesto que de momento no, pero que no lo descarto. Ahora mismo me va bien haciendo los dulces y cocinando en casa. Espero poder abrir mi restaurante pronto, porque los dulces dan bastantes beneficios, la verdad.
Le doy un último mordisco a la galleta de coco y una punzada de dolor en la mandíbula hace que me toque el lateral de la cara con una pequeña mueca de malestar. Lleva molestándome todo el tiempo, pero me ha dado tal latigazo que mi madre se da cuenta y se levanta como un resorte.
-¡Lo sabía, sabía que no te habías puesto la funda! – exclama enfadada -. Te tengo dicho que tienes que ponértela TODOS los días – me regaña con la cara desencajada.
-¡Sólo ha sido un día, mamá! – me defiendo.
-Ha sido culpa mía, Miriam – interviene Can -. Me la he llevado a pasar la noche fuera y se me olvidó decirle que la cogiera.
Mi madre nos mira a ambos con los ojos entrecerrados y su expresión de enfado cambia drásticamente a tranquilidad.
-Bueno, vale. Pero que no se te vuelva a olvidar más, Faith – me dice mucho más tranquila -. Se te puede partir la muela si no te la pones.
Es increíble cómo Can puede convencer a cualquiera de lo que sea sólo mirándole con esos ojazos y poniendo su carita de niño bueno y responsable.
<<Si es que tengo que quererlo>>, pienso, con ganas de comerle esa cara a besos por librarme de una buena bronca.
Mi madre puede ser bastante... ¿cómo decirlo? Paranoica en temas de salud. Así que se toma la férula anti-descarga que me pongo cada noche en los dientes y las pastillas anticonceptivas (sobre todo ahora que salgo con Can) como si fueran la última súper vacuna contra un virus mortífero.
Can y yo nos vamos cuando nos terminamos el segundo té y mi madre le hace prometer que mañana se quedará a cenar cuando me traiga a casa. Sam lloriquea un poco, pero le doy un mini paseo por el barrio y se queda tranquilito de nuevo con mi madre en la tienda.
Una vez llegamos a la casa de Can, me tiro en el sofá y Can se tumba al otro lado boca abajo, dejando su cara justo encima de la mía.
-¿Cansada? – me pregunta, acariciándome la cara como si fuera una figura de porcelana que puede romperse.
-Un poco – contesto -. ¿Te importa si me doy una ducha? Me está empezando a doler la barriga y el agua caliente me suele relajar. Luego podemos preparar el almuerzo.
-Claro, yo te espero aquí – contesta él.
Le doy un beso en los labios y me levanto del sofá para ir a ducharme. Estoy de la regla y de los dolores menstruales hasta el coño, nunca mejor dicho. Me meto bajo el chorro de agua y dejo que me empape entera.
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Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉ
RomansaFaith es una chica divertida, familiar, ingeniosa y sin filtros, cuyo objetivo es convertirse en una buena chef y abrir su propio restaurante. Se pasa los días entre clases de cocina, turnos en la tienda de ropa en la que trabaja y reuniones con su...