CAPÍTULO 74

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Faith.

Saco el atún con salsa de quesos del horno y les aparto un poco a Engin y Gamze para que lo prueben. Ya que soy la encargada de preparar el menú de su boda, he tenido que dejar un poco a un lado los dulces de la tienda de mi madre y ponerme como una loca a cocinar y probar nuevas recetas para encontrar los platos perfectos. Mi mejor amiga se casa y tengo que asegurarme de que todo salga como debe. Menos mal que hoy estamos en casa de Can y Engin y la cocina es más grande y puedo tener cuatro cosas a la vez, porque si no me volvería loca.
     Can. Esta mañana ha ido a hacer unas fotos para un libro de cocina que va a sacar el chef más importante de toda Estambul, Serdar Dinçer, alguien a quien admiro mucho. Y, cómo no, quería al mejor fotógrafo. Me he pedido que lo acompañara, porque ese chef ha creado muchas de las recetas que suelo cocinar, trucos para el chocolate y mil cosas más que muy poca gente es capaz de hacer. Me habría encantado ir con él y conocer al señor Serdar, pero la boda de Gamze es algo muy importante para mí. Además, hoy Engin ha podido adelantar un par de reuniones para llegar antes y probar el menú. Es algo que tienen que decidir los dos.
     -¡Esto es delicioso, Faith! – gimotea Gamze, cerrando los ojos y apreciando el sabor del atún con el queso.
     -Esto hay que ponerlo en la boda – habla Engin, masticando.
     Suspiro y me llevo las manos a la cabeza.
     -Chicos… ¡habéis dicho lo mismo de todos los platos! ¡Tenéis que decidiros de una vez! ¡Tendré que cocinar para doscientos invitados! – chillo, agobiada.
     Llevamos desde las once y media de la mañana (y ya son las cuatro menos diez) con esto y han dicho que todos los platos les gustan, que todos hay que ponerlos en el menú… La cuestión es que no se deciden ni descartan ninguno de ellos y yo voy a empezar a convulsionar de un momento a otro.
     -¡Es que están todos riquísimos, Faith! – lloriquea mi amiga.
     -Faith tiene razón, cariño – le dice Engin.
     -Gracias, cuñado – le lanzo un beso.
     -¿Tú qué pondrías? – me pregunta a mí.
     -Es vuestra boda, no la mía – argumento -. Tenemos gustos culinarios diferentes. Y también depende de si queréis que sea más bien tradicional, más internacional, o un poco de todo – les explico.
     Ambos se miran.
     -Yo diría que un poco de todo, ¿no, amor? – le pregunta Gamze a Engin.
     Él asiente y luego empieza a hablar:
     -Yo diría que el plato de atún con la salsa de quesos, el sorbete de mango, la Kisir, Mydie dolma y el pastel ese tan rico que has hecho antes de marisco con nueces – señala cada cosa -. Y la tarta que hagas, claro.
     -La tarta la dejamos a tu elección – Gamze gira la cabeza hacia mí y sonríe morstrando su preciosa y blanca dentadura.
     -Vale. ¿Lo que ha dicho Engin te parece bien para el menú? ¿O prefieres otra cosa?
     -No, me parece bien. Mientras cocines tú, me vale cualquier cosa – se levanta y me abraza con fuerza -. Gracias por esto, Faith.
     Rodeo su cuerpo con los brazos y la aprieto.
     -Eres mi mejor amiga, Gamze. Es lo menos que puedo hacer – sonrío -. Oye, ¿tú no tenías hoy otra prueba para el vestido?
     Gamze se separa de mí, frunce el ceño y me agarra la muñeca para mirar la hora que es en mi reloj de muñeca.
     -¡Oh, mierda! – abre los ojos como platos -. ¡Llegamos tarde! ¡Corre, vamos, Faith!
     Gamze me agarra de la mano y tira de mí para salir de la cocina.
     -¡Espera! – chillo, quitándome el delantal como puedo. Se lo lanzo a Engin y él lo coge al vuelo -. ¡Adiós!
     Engin se despide con la mano y una sonrisa. Gamze tira de mí hasta fuera de la casa y nos subimos a su coche. Mientras arranca, les escribo a Damla y Azra por el grupo que tenemos las cuatro que en diez minutos estaremos en el barrio para recogerlas e ir a la prueba del vestido.
     Una vez llegamos a la tienda, las dependientas nos reciben con una sonrisa y sacan el vestido de Gamze. Ella se mete en el probador y una de ellas la ayuda a subirse la cremallera del vestido palabra de honor que se ha comprado. Cuando sale con el vestido, los zapatos y el velo puestos, Damla, Azra y yo nos emocionamos, al igual que las tres veces que se lo ha probado. Es que está preciosa. La parte superior del vestido blanco se ajusta perfectamente a su busto, la parte inferior es de vuelo con un precioso encaje (lo justo, nada demasiado excesivo) y la cola se extiende hacia atrás lo necesario para que sea bonita, pero que no muy larga ni exagerada. Los tacones blancos y finos le quedan preciosos y la hacen mucho más esbelta, y el velo, del mismo encaje que el vestido, llega hasta el final de la cola.
     -Cada vez que te lo pones me emociono más – solloza Damla, limpiándose las lágrimas con cuidado de no estropearse el rímel.
     -Cuando Engin te vea con él se va a caer de culo – digo, sonriendo, emocionada y con las lágrimas saltadas.
     El móvil me vibra en la mano y me encuentro un mensaje de Can. Le mandé uno hace un rato, preguntándole cómo iba con las fotos y acaba de contestarme:
     “Acabo de llegar a casa
     “Engin me ha dicho que has ido con Gamze a otra prueba del vestido. Venía con ganas de estar contigo, pero no estás”.
     Después del último mensaje añade un emoticono de carita triste y eso me enternece y me hace sentir un poco mal. Es verdad que últimamente no estamos pasando tanto tiempo juntos por los preparativos de la boda de Gamze y Engin. Además, él también está ayudando a Engin con el tema del traje y hará las fotos de la boda. Así que también tiene mucho que preparar.
     Abro el teclado y empiezo a escribir: “Yo también te echo de menos, Can. En cuanto terminemos aquí seré toda tuya, prometido”.
     Le doy a enviar y segundos después él contesta:
     “Más te vale. Te quiero mucho, mi vida
     Añade el emoticono de un corazón rojo y yo le contesto con un “yo más” y otro corazón.
     -¿Hablas con Can? – me pregunta Azra cuando Gamze vuelve a meterse en el probador para cambiarse.
     -Sí. Ya ha llegado de hacer las fotos – me guardo el móvil en el bolsillo del chaquetón verde militar que llevo.
     -¿Estáis bien? Últimamente ha vuelto a estar como tenso – menciona.
     -Pues yo creo que sí, porque siempre me niega que le pase algo – contesto -. Y a veces llega a preocuparme.
     Es algo muy extraño. Se pone tenso, pero tenso de que incluso yo percibo la tensión que irradia su cuerpo. Y luego se queda un rato ido, como pensando en algo que le preocupa o que no le gusta. Sin embargo, cuando le pregunto qué ocurre, si está bien o si hay algo que le preocupe, siempre dice que no le pasa nada, que sólo está un poco cansado por el trabajo, los preparativos de la boda y demás, y vuelve a estar normal.
     Pero no me trago que no ocurra nada. Y él lo sabe. ¡Hasta pasa más tiempo en el gimnasio! Incluso el día de su cumpleaños estuvo tenso por momentos.
     -¡Es Can, Faith! – interviene Damla -. Ya sabes que a veces le dan esos cambios de humor.
     -Ya, Damla. Pero una cosa es que tenga cambios de humor y otra muy distinta es que lleve más de dos semanas así – aclaro -. No es propio de él. Le pasa algo.
     -Pues habla con él – Gamze sale del probador con su ropa puesta de nuevo -. Insiste hasta que te diga lo que le pasa. ¿Os apetece ir a tomar algo?
     -Yo le he prometido a Can que iría a su casa cuando termináramos aquí. Así que me voy ya – les doy un abrazo a cada una -. Pasadlo bien.
     -¿No quieres que te llevemos? – me pregunta Gamze cuando me estoy acercando a la salida de la tienda.
     -No, gracias. Cogeré un taxi. Nos vemos.
     Salgo de la tienda y camino por la acera con las manos metidas en los bolsillos del chaquetón. Ya casi nos estamos acercando a diciembre y empieza a hacer un frío que pela. De camino a la parada de taxis me paso por una tienda y compro una tableta de chocolate negro marca Godiva, el favorito de Can. La última que tenía se terminó hace un par de días. También compro algunas galletas y una botella de agua. Una vez lo pago todo vuelvo a la calle y minutos después me subo a un taxi. Le doy la dirección de la casa de Can al taxista y observo la ciudad mientras llegamos.
     Una vez llego, le pago al taxista y me bajo del coche. Cruzo la entrada de la casa y toco el timbre un par de veces. Un minuto después, la puerta se abre y aparece Engin vestido con un pantalón de deporte gris y una sudadera roja.
     -Hola, cuñada – saluda y me hace pasar -. Mi hermano está en su habitación liado con las fotos que ha hecho hoy.
     Engin cierra la puerta cuando paso y camina detrás de mí hasta la cocina, donde está el señor Azad comiendo lo que he estado preparando.
     -Hola, señor Azad – le saludo con una sonrisa.
     -¡Faith, criaturita! – exclama -. Nos ha dado pena tirar tanta comida y la hemos calentado.
     -Me parece una idea estupenda – digo -. Voy a ver a Can.
     -A ver si lo animas, porque ha llegado un poco serio – me dice.
     -Pero ¿está bien?
     -Espero que sí. Pero lleva unas semanas un poco raro. ¿Tú no lo has notado? – me pregunta. Asiento, preocupada -. Aunque seguro que no es nada. En cuanto te vea se le pasará.
     <<Ojalá fuera así…>>, pienso.
     -Voy a verle. Que os aproveche.
     -Gracias – responden ambos, pinchando un trozo de pastel de marisco con nueces.
     Camino por el pasillo hasta la puerta oscura de la habitación de Can. La abro y me quito el chaquetón, el cual dejo encima del sillón que está justo al lado de los armarios, y avanzo con la tableta de chocolate y las galletas en las manos hasta el quicio de la pared.
     Can está sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. Lleva una sudadera blanca, unos pantalones negros de deportes y unos calcetines del mismo color. Lleva el pelo recogido en una media cola y el collar del ojo de tigre y el que le regalé reposan sobre la sudadera blanca. Tiene el portátil encima y mira la pantalla concentrado mientras cliclea en la pantalla para arreglar las fotos que ha hecho hoy.
     <<Qué guapo está>>, pienso, mirándole embobada.
     -¿Se puede?
     Al escuchar mi voz, Can levanta la cabeza y deja de mirar el ordenador, dirigiendo sus ojos a mí. Una preciosa sonrisa le ilumina la cara y cierra el portátil para colocarlo sobre la mesita de noche.
     -Tú siempre puedes, mi amor – me dice -. Ven aquí.
     Me tiende la mano adornada por la pulsera que le regalé y un par de anillos de plata en los dedos corazón y anular, y yo ni siquiera me lo pienso cuando avanzo hacia él, me quito las botas color camel y me subo a la cama. Me coloco a horcajadas sobre su regazo y le abrazo. Sus fuertes brazos rodean mi cuerpo y aspiro su olor mientras lo abrazo con fuerza. Le he echado mucho de menos.
     -Hola, amor – me susurra, acariciándome el pelo rizado.
     -Hola, cielo – contesto yo.
     Me separo de él y le doy un beso en los labios, que Can alarga agarrándome de la nuca. Su lengua acaricia mi labio inferior y yo le doy paso para que su lengua se mezcle con la mía. Nuestros labios se acarician los unos a los otros con movimientos lentos y tentadores y cuando nos separamos me siento sofocada, la sudadera ya me empieza a estorbar y el corazón me late con fuerza. Can me mira con deseo y se muerde el labio inferior.
     -Te he traido una cosa – hablo con la respiración agitada.
     Alargo el brazo hasta la tableta de chocolate negro y se la muestro a Can, que sonríe y la coge de entre mis dedos para luego darme un beso en la punta de la nariz que me hace sonreír.
     -Gracias, amor – abre la caja -. ¿Quieres? – me ofrece.
     -Sí, por favor – cojo un trozo y me lo llevo a la boca -. La verdad es que es el mejor chocolate que he probado nunca.
     -Sí, ¿verdad? – Can coge otro trozo y se lo mete en la boca.
     Lo miro mientras coge otro trozo de chocolate y pienso en qué me responderá si le pregunto qué le ocurre desde hace unas semanas, por qué hay ratos en los que está tan tenso, tan raro.
     <<Si no se lo preguntas, no lo sabrás nunca>>, me dice mi mente. Pues allá voy.
     -Oye, Can – le llamo.
     -Dime – muerde un trozo y me mira a los ojos, esperando a que hable.
     -¿Estás bien? – pregunto.
     Can frunce el ceño, traga y asiente con la cabeza.
     -¡Claro que estoy bien, cariño! ¿Por qué lo preguntas? – entrecierra los ojos, confuso.
     Me encojo de hombros.
     -Llevas unas semanas raro. Te pones tenso a veces, estás de mal humor… ¿qué pasa? Sé que a lo mejor con lo de la boda de Gamze y tu hermano estoy más tiempo con ella y las chicas que contigo, pero…
     Can me interrumpe:
     -Faith, para – me agarra las manos -. No me pasa nada, ¿vale? Estoy bien, de verdad. Tan sólo estoy un poco estresado con el trabajo, pensar en cómo hacer las fotos de Engin y Gamze, ayudarle a preparar cosas… No es nada, enserio. No te preocupes – intenta tranquilizarme.
     Pero hay algo en sus ojos que me dice que no está siendo del todo sincero.
     -Si te pasara algo, me lo dirías, ¿verdad? – insisto.
     -Claro que sí, Faith. ¿Te he mentido yo alguna vez?
     <<Lo estás haciendo ahora>>, pienso, con el corazón en un puño.
     Nos miramos a los ojos durante unos minutos y ninguno vuelve a decir nada. Entonces me abrazo a él y le beso el lateral del cuello con cariño, mientras él me aprieta contra su cuerpo.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora