CAPÍTULO 26

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Faith.

Me meto la cuchara embadurnada de Nutella en la boca, mientras mantengo los ojos fijos en la televisión. La escena de la cocina de High School Musical 2 pasa delante de mis ojos y esta vez ni siquiera me apetece bailar y cantar Work this out, que encima es una de mis canciones favoritas de las tres películas. Por si os lo estáis preguntando, ver películas Disney (High School Musical es una de ellas, aunque también la veo cuando estoy sentimentalmente bien, todo hay que decirlo) y comer Nutella a cucharadas es una de las cosas que hago cuando estoy deprimida por algo, en este caso, por alguien; y para concretar más, por un hombre de veintiocho años, alto, moreno, con barba, guapo como él solo, con un cuerpo escultural, pelo largo y una sonrisa de infarto. Sí, Can Doğan.
-¿Seguro que no quieres venirte a cenar con tu padre y conmigo, Faith? – me pregunta mi madre por quinta vez -. Te vendrá bien salir un rato.
Niego con la cabeza sin apartar la mirada de la tele.
-No me apetece, mamá – murmuro, metiendo la cuchara en el bote de Nutella y sacándola llena otra vez -. Iros tranquilos, estaré bien.
-De acuerdo – suspira.
Sale del salón y se mete en su habitación para terminar de arreglarse antes de que llegue mi padre para irse. Hoy es viernes y van a aprovechar que mi padre saldrá antes del trabajo para ir juntos a cenar, cosa que me parece estupenda. Así podré llorar tranquila sin que nadie me vea.
<<Seguro que ahora mismo Can y Pembe están abrazaditos y dándose besitos el uno al otro, o igual están haciéndolo en su cama...>> pienso, asqueada << ¡Deja de torturarte, idiota!>>, me regaño.
El timbre con sonido de canario hace acto de presencia durante la canción I don't dance y me veo obligada a levantarme para abrir la puerta. Cuando llego abajo Sam ya está esperando y no me sorprende encontrarme a las chicas cuando abro.
-Hola, amiga – saluda Gamze con dulzura, dándome un abrazo -. ¿Podemos pasar?
Asiento y me aparto de la puerta para que puedan entrar. Cierro y subimos las escaleras cuando se cambian los zapatos.
-¿Qué haces? – me pregunta Damla -. Uy, ¿Nutella y películas Disney?
-Así ahogo yo mis penas. La mejor terapia – me siento en el sofá y cojo el bote de Nutella de nuevo -. ¿Qué hacéis aquí? ¿No íbais a ir a cenar todos a casa de Murat?
Azra se sienta a mi lado y asiente.
-Mi hermano está sacando el coche. Queríamos ver qué tal estabas y si habías cambiado de opinión sobre lo de no venir – dice.
-No voy a ir, chicas – como más Nutella -. ¿Para qué? ¿Para verles acaramelados y dándose besos y que me entren ganas de tirarme por la ventana? No, gracias. Ya tengo bastante.
Gamze suspira.
-¿Y qué hacemos si Can pregunta por ti? – se muerde los labios cubiertos por un pintalabios color cereza.
-No lo hará – aseguro.
-Si lo hiciera – insiste.
-Pues inventaos alguna excusa o yo que sé. Ya lo mismo da – miro de nuevo la pantalla, intentando concentrarme en la película y no en las inmensas ganas de llorar que tengo otra vez.
El móvil de Azra suena.
-Es mi hermano, que ya está abajo esperando – avisa, leyendo el mensaje -. Mesut y Cihan preguntan si estás bien.
-Diles que sí, que si no se ponen muy pesados.
Adoro a Cihan y a Mesut, pero se ponen muy cansinos cuando me pasa algo. Se pasan todo el tiempo encima de mí, preguntando cómo estoy cada dos minutos. Y ahora mismo eso no es lo que me apetece, la verdad. Quiero soledad.
-Nos vamos ya. Y tú anímate un poco, ¿vale? – dice Azra, guardándose el móvil en el bolso.
-Luego nos pasamos cuando lleguemos para ver qué tal estás – me informa Damla.
-Estoy deprimida, no enferma, chicas – digo con voz monótona.
-Mejor vámonos ya, que cuando está baja de ánimos parece una metralleta disparando zascas sin compasión – dice Gamze -. Y vamos a venir te guste o no.
No contesto. Gamze, Damla y Azra me dan un abrazo y se despiden de mi madre y de Sam antes de bajar las escaleras e irse. Sam las sigue y sube cuando las tres cierran la puerta de la entrada. Se tumba a mi lado en el sofá y suspira antes de apoyar su cabecita sobre sus patas y mirar la tele. Siempre se queda embobado en los colores llamativos que salen en las películas o en cualquier serie o anuncio.
Mi padre llega a casa media hora después y se da una ducha rápida para cambiarse de ropa antes de que mi madre y él se vayan a cenar. Antes de irse, mi padre me pregunta unas tres veces si estoy bien y mi madre lo convence (con su tan atractivo poder de persuasión) de que estoy bien y que no tiene nada de lo que preocuparse. Luego me dan un beso y se despiden de Sam, a quien le piden que me cuide mucho y muy bien. Cuando se van lanzo el bote de Nutella medio vacío al otro lado del sofá y me echo a llorar. Supongo que he aguantado demasiado las ganas de hacerlo mientras he estado en presencia de mis padres y mis amigas.
Me digo una y otra vez que debo dejar de llorar, que no merece la pena. Pero no puedo parar. Las lágrimas caen y caen de mis ojos y ni siquiera me da tiempo a limpiármelas cuando caen las siguientes.
Sam se levanta del suelo y se sienta a mi lado para apoyar su cabeza sobre mi regazo. Yo le acaricio y le doy un beso lloroso.
-No te enamores nunca, Sam. Porque la perrita por la que pierdas la cabeza te acabará rompiendo tu bonito y pequeño corazoncito – sollozo.
Sam suspira y me lame la mano con cariño, en un gesto reconfortante.
Cuando se va a su cama y se queda dormido, pienso en ponerme a cocinar un rato para despejar mi mente. Y lo hago, me meto en la cocina y troceo algunos tomates y otras hortalizas para improvisar algo, pero no me funciona. Incluso creo que empiezo a ahogarme en mis pensamientos.
<<Creo que será mejor que me vaya un rato al puerto>>, pienso. Sí, mirar un rato el mar y que me dé la brisa marina me vendrá bien.
Así que me visto con lo primero que encuentro en el armario, cojo mis llaves y mi móvil, me coloco los zapatos y salgo de casa después de decirle a Sam que no tardaré mucho. Y en cuanto llego a las rocas y me siento sobre ellas, vuelvo a romperme por completo y dejo que todo el dolor que siento salga en forma de llanto.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora