Faith.
La voz de David Bisbal interpretando la letra tan bonita y a la vez tan triste de la canción Se acaba de su primer disco, suena por el altavoz inalámbrico de mi casa y me pregunto en qué momento se me ocurrió la idea de enseñarles este disco a las chicas. Porque por alguna extraña razón, Damla la escucha cada vez que está triste, o tiene mal de amores, como es este caso. Ha discutido con Ömer porque el muy ceporro se ha olvidado de su importante cita, planeada por mi amiga durante dos días con nuestra ayuda. Y para colmo, cuando ella lo ha llamado cabreada para recriminarle su olvido, él le ha contestado que tenía trabajo en la carnicería, que no era para tanto, y que ya se lo compensaría. Y claro, mi amiga se ha enfadado aún más y le ha dicho que no se molestara en compensarla. Ömer al final ha terminado cabreándose también y han acabado discutiendo y diciéndose cosas bastante feas: él que ella es una histérica controladora que siempre tiene que llevar la razón, y ella que él es un novio horrible porque nunca ha tenido un detalle romántico con
ella. Conclusión: que mi amiga le ha dicho que su relación llegó a su fin y luego ha venido a mi casa con las chicas para ahogar sus penas en pastel de chocolate, chocolate caliente a la taza y una tetera de té hasta arriba.
Damla vuelve a poner la canción de David Bisbal de nuevo y a mí ya me pitan los oídos. Me encanta la canción, pero la estoy empezando a aborrecer en estos malditos instantes.
<<A la mierda ya>>.
-Bueno, creo que ya está bien – me levanto y apago la canción -. Llevas más de media hora llorando y te has zampado cuatro vasos de chocolate, cinco tés y dos pasteles de chocolate que te he preparado enteros. ¡Vas a reventar, Damla!
-¡Me da igual! – llora y bebe chocolate -. ¡Es un idiota desconsiderado! ¡Se olvida de nuestra cita y encima se enfada! ¡Tendrá morro! – chilla -. ¡Y pon la canción!
-¡Me van a sangrar los oídos, Damla! ¡A las tres! La has escuchado más de quince veces – me quejo y me siento.
-Estás cabreada, vale – habla Gamze -. Cualquiera de nosotras lo estaría en tu lugar. Pero llorando no arreglas nada, Damla.
-¡Claro, como vosotras estáis felices y subidas en una nube! – exclama, limpiándose las lágrimas.
-Lo que tienes que hacer es dejar que se arrastre – propone Azra -. Mi hermano te adora. ¿Tú crees que va a tardar más de tres horas en llamarte y pedirte perdón? Te digo yo que no.
Asiento, dándole la razón a mi amiga. Si hay algo que deteste, es estar sin ella.
-Cuando te llame, ponte orgullosa, deja que se arrastre un poquito durante unos días – digo -. Verás cómo se lo curra y no se le vuelve a olvidar una cita en la vida – cojo el vaso de su chocolate y me bebo el contenido -. Joder, qué bueno me queda el chocolate.
-¿Tú crees que eso funcionará? – me pregunta, recomponiéndose un poco.
-Claro que sí, Damla. Es Ömer. No puede vivir sin ti.
A Damla al final le parece una buena idea lo que le proponemos y, cuando Ömer la llama, le cuelga y no le contesta ninguna de las cinco veces que la llama. Después de que le recomiende que se tome un protector de estómago cuando llegue a casa (porque con lo que se ha metido para el pellejo le va a doler seguro), decide irse a casa y Azra y Gamze deciden hacer lo mismo. Azra para torturar un pelín a su hermano y Gamze porque ha quedado con Engin para salir.
Yo preparo la cena mientras escucho un poco de música y bailoteo por la cocina con Sam mirándome como si estuviese loca. Mis padres llegan de hacer la compra y una vez lo colocamos todo, nos sentamos a cenar.
-Entonces, ¿tú y Can estáis bien? – me pregunta mi padre.
Lleva haciendo lo mismo desde que empezamos a salir.
-Papá, ¿vas a preguntármelo todos los días?
-Quiero asegurarme de que estás bien, Faith. No lo haría si no fueras más cerrada que un coco para expresar las cosas – me contesta.
-¡Jesús, deja que la niña viva su romance tranquila! – le pide mi madre.
-Gracias, mamá – sigo comiendo la deliciosa lasaña que he preparado -. Además, ¿qué vas a hacer, papá? ¿Partirle las piernas cada vez que discutamos? Pues no, porque todas las parejas discuten – digo y ellos me miran confusos -. A ver, que no hemos discutido ni nada. Lo digo por avisar.
Los dos suspiran aliviados y siguen comiendo.
Cuando terminamos, recogemos todos juntos la mesa y la cocina y subo a mi habitación para darme una ducha. Pongo mi lista de reproducción de Billie Eilish a todo volumen en mi Spotify. Durante el día puedo escuchar cualquier cosa, pero para ducharme, siempre Billie. No hay más.
-All the good girls go to hell
'Cause even God herself
Has enemies
And once the water starts to rise
And heaven's out of sight
She'll want the devil on her team – canto mientras me coloco la toalla alrededor del cuerpo.
Escucho un ruido extraño. Mis padres están viendo la tele en el salón, así que no pueden ser ellos. Apago la música para oír mejor y escucho un sonido similar al de un móvil. Qué raro. Los móviles de mis padres no suenan así.
-¡Mierda, la sesión de Skype con Can! – chillo, acordándome de que le dije en el gimnasio que hablaríamos por Skype.
Corro por el pasillo, aguantándome la toalla para que no se me caiga y me tiro encima de la cama. Acepto la video-llamada lo más rápido que puedo y la preciosa cara de Can aparece en la pantalla. Lleva el pelo suelto, una camiseta blanca y está tan guapo que corta el aliento.
-Hola – saluda -. Pensaba que ya no contestabas. ¿Estás en toalla?
Asiento.
-Me acabo de duchar. ¿Te importa que me cambie en un segundo? – le pregunto.
-¿Puedo verte? – sonríe, arqueando las cejas, sugerente.
-¡Ni hablar, pervertido! – exclamo en broma -. Ahora vuelvo.
Me levanto de la cama y cojo mi pijama, me lo coloco y me pongo encima la sudadera roja burdeos que le robé a Can de su armario el otro día. Ya estamos en septiembre y empieza a hacer fresco. A ver, tampoco se la robé. Más bien es un intercambio. Él se apropió de mi camisa de cuadros favorita y yo le he quitado su sudadera. Es totalmente justo. Básicamente me lo encontré con mi camisa de cuadros rojos y negros atada a la cintura.
-Esa camisa es mía – le dije, señalando la camisa con el dedo y arqueando una ceja.
-Ni confirmo, ni desmiento – usó una frase de nuestro personaje favorito de la serie española, El Pueblo, el Ovejas.
-Devuélvemela – le pedí.
-Ni hablar.
-Can, ¡devuélveme mi camisa! ¡Es mi favorita! – le grité, corriendo tras él.
-Huele a ti. Pienso quedármela para siempre – me dijo rodeando la isla de la cocina, huyendo de mí. -¡Puedes coger otra!
-¡Quiero esta! – insistió.
Entonces me volví a su habitación y empecé a abrir sus armarios hasta que encontré las sudaderas.
-¿Qué haces? – me preguntó desde la puerta de la habitación con una sonrisita.
-Tú me quitas mi camisa, yo te quito una sudadera – contesté, ojeándolas todas -. Esta – cogí la roja burdeos -. Me la quedo.
Me la puse y salí de la habitación escuchando su risa.
Vuelvo al ordenador y Can sonríe al verme.
-Llevas mi sudadera – asiento -. Te queda mejor que a mí.
-Es muy calentita – curvo los labios en una pequeña sonrisa -. Y huele a ti – me lleno la manga a la nariz y aspiro -. Cuando vaya a tu casa tienes que ponértela un rato y tengo que echarle tu perfume de Dior.
Can suelta una risita nasal.
-¿Aún no te has comprado el bote de perfume? – me recuerda mis palabras, sonriendo.
-Mi madre me ha dicho que como me lo compre, lo tirará porque no puedo desperdiciar tanto dinero en un perfume para rociarlo por la habitación – le cuento -. Así que tendré que conformarme con coger tu bote.
-Puedes cogerme todo lo que quieras, mi amor – lo dice en un tono muy sensual que va con segundas.
-Eres un guarro – le suelto, riéndome y llevándome la mano a la frente.
-Sólo cuando se trata de ti. Me gustas demasiado, Faith – se muerde el labio.
-Tú a mí también – respondo del mismo modo.
-Por cierto, ¿qué tal estaba Damla? – me pregunta -. Ömer estaba que se sube por las paredes porque no le cogía el teléfono.
-¿Cómo crees que está? ¡Se ha olvidado de una cita que ella llevaba días recordándole y que se esforzó mucho por preparar! Está enfadada y dolida por todo – unos arañazos en la puerta llaman mi atención -. Espera, creo que Sam quiere acostarse ya.
Me levanto y al abrir la puerta, Sam entra y se tumba en su cama. Bosteza, apoya la cabeza en su pata y cierra los ojos. Ala, grogui.
-Ya se ha dormido – vuelvo al portátil -. Por cierto, ni se te ocurra hacerme lo mismo, porque me llevo una semana sin hablarte.
-Yo nunca me olvidaría de una cita nuestra, cariño – me asegura -. Palabrita – levanta la mano haciendo la promesa.
Me río de la expresión seria de su cara.
-Estás tan guapa cuando sonríes – una sonrisa dulce cubre sus labios y el brillo de sus ojos aumenta -. Te quiero muchísimo, Faith.
-Yo también te quiero, Can – contesto, con el corazón loco de amor por él.
-¡A dormir ya, que es tarde, Faith! – mi madre golpea la puerta -. ¡Dale las buenas noches a Can de mi parte!
-¡Pero si estoy hablando bajito! – me defiendo.
-¡Tu madre ha dicho que a dormir, Faith! – habla mi padre -. ¡Y lo que tu madre dice, se hace!
Repito sin voz sus últimas palabras. Luego miro a Can, entristecida.
-Creo que tengo que colgar. Pero hablamos por WhatsApp – le digo.
-Vale, mi amor – me lanza un beso y cuelga.
Apago el ordenador y me meto en la cama con el móvil encima. Can no tarda ni dos segundos en mandarme un mensaje: "Mira Instagram".
Frunzo el ceño, sin entender a qué se refiere, pero a los pocos segundos me aparece una notificación: '@candoğan te ha etiquetado en una publicación'.
Abro la publicación y me encuentro que ha subido una foto nuestra, abrazados en la playa. Nos la hicimos con su cámara hace un par de semanas cuando fuimos a pasar el día. Él lleva las gafas de sol puestas, el pelo recogido y una camisa blanca abierta. Me está pasando el brazo por los hombros y una preciosa sonrisa llena su boca. Yo llevo la parte superior de mi bikini rosa, el pelo también recogido, mis gafas y estoy sonriendo de oreja a oreja. El corazón se me llena de felicidad con la foto y muero de amor cuando leo lo que ha escrito: 'cada segundo que paso a tu lado me convenzo más de que nací para amarte. Tú y yo siempre. Te amo'.
<<Dios, me lo como>>, pienso, con ganas de llorar. Nunca pensé que encontraría a alguien como él, ni tampoco que se podía llegar a amar tanto a una persona.
Abro la barra de comentarios después de dar 'me gusta' a la foto y escribo: "Gracias por ser el hombre de mi vida. Te quiero".
Luego vuelvo a WhatsApp y le escribo: "nunca podré agradecerte lo suficiente que me quieras tanto".
Instantes después él contesta: "Con tenerte a mi lado durante el resto de mi vida me doy por satisfecho, amor".
Me limpio la pequeña lágrima que me resbala por la mejilla y sonrío, feliz.
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Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉ
RomanceFaith es una chica divertida, familiar, ingeniosa y sin filtros, cuyo objetivo es convertirse en una buena chef y abrir su propio restaurante. Se pasa los días entre clases de cocina, turnos en la tienda de ropa en la que trabaja y reuniones con su...