CAPÍTULO 10

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Faith.

Meto otra magdalena en la bolsa de plástico y se la paso a Gamze para que haga el nudo con las cintas de colores. Llevamos casi una hora metiendo las magdalenas en bolsas para luego llevarlas a la tienda de mi madre. Yo meto las magdalenas en las bolsas, Gamze las cierra y Azra y Damla hacen lo mismo con las galletas.
     -Así que Can te ha invitado a comer hoy, ¿eh? – dice Gamze, arqueando las cejas simultáneamente.
     -¿Por qué usas ese tonito y mueves las cejas así? – entrecierro los ojos -. No hay nada entre Can y yo. Sólo somos amigos.
     -Ya, amigos – Damla suelta una risita y me mira con una expresión pícara.
     -Se sentía culpable por la broma que él y Ömer me gastaron, me ha invitado a comer, hemos comido y luego me ha traído a casa. Nada más.
     Hago otro paquete de cuatro magdalenas y se lo doy a Gamze.
     -¿Cuándo vas a admitir que te gusta? – interviene Azra, lanzándome una galleta de forma broma.
     -¡Oye, mis galletas no se tiran! – le riño -. Y no tengo que admitir nada, porque no me gusta, Can. Admito que es guapísimo lo mires por donde lo mires, pero no hay nada más que amistad entre nosotros.
     <<Te gustaría que fuera a más y lo sabes>>, habla mi mente.
     Abofeteo a Pepito Grillo mentalmente, y me centro en mi conversación con las chicas, que siguen erre que erre con que Can me gusta, que yo le gusto a él y que acabaremos saliendo juntos.
     Seamos realistas, ¿a qué ser humano con dos ojos no le resultaría Can atractivo? A ninguno. Cualquier persona del planeta Tierra se daría cuenta de que es guapísimo, tiene un cuerpazo increíble y una personalidad carismática y arrolladora. No tengo por qué sentirme culpable ni comerme la cabeza por sentirme atraída por él. Le pasaría a cualquiera.
     -Como volváis a mencionar el puñetero tema, no volveréis a probar una magdalena. Vosotras veréis – las amenazo. Sé que mis magdalenas son una de sus debilidades.
     Sus caras indignadas me resultan de lo más graciosas. Me levanto de la silla y cojo otra bandeja de magdalenas. Nos quedan tres bandejas de magdalenas y cuatro de galletas. Me he llevado casi toda la tarde preparándolas.
     Una vez terminamos de empaquetarlo todo, llevamos las bolsas hasta la tienda de mi madre, que se encuentra a unos metros de distancia. Las colocamos y mi madre cierra la tienda hasta mañana por la mañana. Yo subo con las chicas a mi habitación y nos sentamos en la alfombra del suelo, mientras comemos pipas.
     Hablamos un rato sobre la barbacoa de mañana, si hay que llevar bikini y si vamos a ir todas juntas, a lo que yo les contesto que mañana trabajo y que seguramente llegaré un poco más tarde. Un rato después deciden volverse a casa y me dan un abrazo antes de irse. Las acompaño a la puerta, se cambian los zapatos y se van.
     Yo subo a darme una ducha y cuando cojo el móvil me encuentro algunos mensajes en el grupo, que ahora se llama "Donde caben 2 caben 11", por la agregación de Can, quien ha mandado el primer mensaje, por cierto.
     Can: "mañana sobre las once y media aquí. Ömer no te olvides de traer la carne".
     Ömer: "Tranquilo, lo tengo todo controlado, hermano".
     Azra: "¡¡Faith, no te olvides de la guitarra!!"
     Abro el teclado y escribo: "Oído, cocina".

Cuando salgo de la tienda, mi padre me recoge y me lleva a casa para que me cambie de ropa y coja lo necesario para ir a la barbacoa. Me pongo el bikini debajo de la ropa (sólo la parte de arriba porque esta mañana me ha visitado mi amiga la regla) y cojo la fiambrera de galletas que guardé anoche para hoy.
     -¿Te llevo, cariño? – me pregunta mi padre.
     -Me harías un favor, papi. Porque tengo que llevarme también la guitarra – contesto.
     -Pues vamos.
     Bajamos las escaleras y antes de irnos, cojo la guitarra de mi cuarto musical y la guardo en la funda.
     -Lista.
     Mi padre y yo nos subimos a su coche y le indico el camino. En estos tres años, por increíble que parezca, nunca he estado en la casa de los hermanos Doğan. Le doy a mi padre la dirección que Azra me ha mandado y en quince minutos mi padre me deja en la puerta y me dice que lo avise si necesito que me recoja o lo que sea. Yo le digo que lo más seguro es que me vuelva con Azra y me despido de él con un beso en la mejilla.
     Abro la puerta de la entrada de la casa y camino por el pasillo de piedra hasta llegar a la puerta. Pulso el timbre y espero unos segundos hasta que la puerta se abre. Engin se encuentra tras la puerta y me da un abrazo cuando me ve.
     -Hola, Faith.
     -Hola, Engin – entro en la casa -. Siento llegar tan tarde.
     -No te preocupes. Hemos querido esperar a que llegaras para preparar la carne.
     Engin cierra la puerta y caminamos hasta el jardín, mientras yo me quedo alucinada con las dimensiones de la casa. Es enorme. El suelo es de baldosas gris oscuro, las paredes están pintadas de un color tostado muy relajante y están adornadas con cuadros y fotos de familia y todas las puertas son de madera oscura. Y creo que cuento dos salones, un comedor gigante y la cocina de mis sueños. Dios, quiero una cocina como esta. Es enorme, preciosa y tiene todo lo que cualquier amante de la cocina desearía.
     -Deja tus cosas donde te parezca y ve al jardín. Todos están allí. Yo voy al baño.
     Lo veo desaparecer tras una de las puertas y yo dejo la guitarra en el salón y suelto las galletas en la cocina, antes de salir al jardín. Lo primero que veo es a Can, sin camiseta y en bañador, con unas gafas de sol que le quedan de muerte, el pelo recogido en uno de sus monos que estoy empezando a adorar y su preciosa barba. Y con ese perfecto tatuaje en el pectoral izquierdo. Desde que vi la foto en su cuenta de Instagram nunca lo he visto sin camiseta, y casi se me había olvidado el tatuaje. Pero está ahí, en su pecho.
     Analizo toda su anatomía de la cabeza a los pies. Su sonrisa provocainfartos, la forma que tiene de tocarse la barba y subirse las gafas, sus fuertes hombros, su pecho y la fina capa de vello que lo cubre, sus abdominales, los oblicuos bien marcados, sus manos…
     <<Dios mío, ¿cómo puede ser tan perfecto?>>, pienso.
     La foto de Instagram no es nada comparado con su imponente físico en persona. Creo que voy a necesitar meterme en la piscina antes de tierno, porque ha empezado a hacer muchísimo calor.
     Can se encuentra charlando con Murat y Ahmet de pie junto a la barbacoa y, no sé si percibe mi mirada o si simplemente mueve la cabeza por casualidad, pero me ve. Y su sonrisa se ensancha. Levanta la mano para saludarme y es entonces cuando veo otro tatuaje en su costado.
     -¿Tienes dos? ¡Venga ya! – susurro para mí misma.
     No alcanzo a ver mucho, pero parecer ser una cámara de fotos rodeada por unas enredaderas y flores. Es increíble, y a él le queda de maravilla.
     Creo que me he quedado paralizada, porque al final es él quien se acerca.
     -Hola, ¿estás bien? Te has quedado como pillada – dice cuando llega a mi posición.
     -Sí, estoy genial – hablo rápido, intentando asimilar que está sin camiseta a unos centímetros de mí -. ¿Y tú?
     -Mejor ahora que tú estás aquí – abro un poco los ojos y ladeo la cabeza, confundida por sus palabras, mientras el corazón me palpita con fuerza -. Quiero decir… - carraspea – que ya que has llegado podemos comer.
     El alma se me cae a los pies. Habla de comida, claro.
     << ¿Qué esperabas, idiota? Sólo te ve como una amiga. Mantente en tus cinco sentidos. ¡Nada de pillarte por él!>>, me regaño.
     -Sí, yo también tengo un poco de hambre – murmuro -. Voy a saludar a los chicos.
     Dejo a Can con la palabra en la boca y me acerco a la piscina, donde están casi todos. Me siento en el césped junto a Damla y Ömer, que hablan muy entretenidamente.
     -Hola, chicos – saludo, intentando parecer totalmente alegre, tranquila y normal.
     -Por fin llegas. ¿Has venido sola? – me pregunta Damla con preocupación.
     -No, me ha traído mi padre en el coche.
     -Bien – dice Ömer -. Una cosa, si has perdonado a Can, me perdonas a mí, ¿no?
     -Claro – sonrío a medias -. Dame un abrazo, anda.
     Ömer me rodea con sus brazos y me abraza contra su cuerpo. Si es que es como mi hermano. No puedo enfadarme con él.
     Azra, que se encuentra casi en la otra punta de la piscina hablando con Cihan muy cariñosamente, me ve y nada hasta mí. Apoya los brazos en el bordillo de la piscina y sonríe.
     -Hola, amiga – saluda -. Estábamos esperando ansiosos tu aparición. Nadie anima una fiesta como tú. ¿Te has traído la guitarra?
     Asiento.
     -La he dejado en el salón.
     -Genial. Van a flipar cuando te escuchen tocar y cantar. Sobre todo Can.
     Oír su nombre hace que gire la cabeza y lo busque. Ahora está hablando con Murat, Ahmet y su hermano Engin junto a la barbacoa, encendiéndola. Parece un poco más serio que hace unos minutos, e incluso parece un poco tenso.
     -Pero antes tenemos que mover el esqueleto un poco, ¿no os parece? – interviene Gamze, sentándose a mi lado y abrazandome -. Le has visto los tatuajes, ¿verdad? – susurra, captando una de las razones de mi comportamiento medio ausente.
     -Sí, los dos – confirmo -. Y creo que voy a tardar en superarlos.
     -Pon música de la que tú sabes, Faith – me pide Cihan -. A ver si Mesut deja de dar la lata de una vez.
     Como respuesta, mi amigo le lanza agua en la cara y los dos se declaran la guerra y empiezan a lanzarse agua el uno al otro.
     -Voy a poner la música. Con un poco de suerte Gamze enamora a Engin con sus movimientos pélvicos – bromeo.
     -¡Capulla! – me lanza agua, pero soy más rápida y la esquivo.
     -Me amas.
     Para mi sorpresa, ya tienen una mesa con un ordenador y unos altavoces, lista para que la use. Engin me dice que ponga lo que quiera y yo abro mi sesión de Spotify para reproducir mis listas.
     -¡Pon latinas, que son de las mejores para bailar! – grita Damla.
     Levanto el pulgar, en señal de afirmación y voy agregando canciones simultáneamente. Le doy al play y la música empieza a salir por los altavoces. La primera canción que suena es Lola Bunny de Lola Indigo (una cantante española) y Don Patricio (un cantante, también español).
     Damla, Gamze y Azra la cantan a pleno pulmón antes de salirse de la piscina y empezar a bailar. Esa es la gracia del asunto. No tienen ni idea de hablar español, pero se saben todas las canciones que les he enseñado casi mejor que yo.
     -Yo soy Lola Bunny, be my Bugs, Bugs Bunny
A ti te gusta el party, tú Clyde y yo Bonnie
Yo soy Lola Bunny, be my Bugs, Bugs Bunny
A ti te gusta el party, tú Clyde – las tres cantan el estribillo, mientras yo las grabo y los chicos las miran embobados.
     Engin mira a Gamze casi babeando, Ömer se come a Damla con los ojos y a Cihan sólo le falta desmayarse por los movimientos de Azra. ¡Vaya tres!
     Yo tarareo partes de la canción y añado algunas más a la lista para que haya un poco de todo y giro la cabeza para comprobar si las babas de los tres mosqueteros riegan el césped, pero en vez de eso me los encuentro bailando junto a las chicas. Bueno, pues parece que vamos avanzando. 
     Suenan un par más de canciones y me uno a los chicos cuando empieza R.I.P de Sofía Reyes, Rita Ora y Anitta. Es una de mis canciones favoritas. Me quito la camiseta tras la incesante insistencia de las chicas y bailamos y cantamos a plenos pulmón.
     Busco a Can con la mirada y me lo encuentro de espaldas a nosotros, preparando la carne en la parrilla, balanceándose al ritmo de la música. Me quedo embobada en su fuerte espalda y en su pelo recogido. Es tan atractivo que duele hasta mirarlo.
     <<Igual debería ir a ver si necesita ayuda con la carne. Soy cocinera. Debería echarle una mano, ¿no?>>, pienso <<Sí, iré a ver si necesita ayuda>>.
     -Chicos, voy a ver si Can necesita ayuda con la carne – anuncio.
     Todos asienten. Azra me dedica una expresión pícara y yo le contesto con un corte de mangas.
     Me giro y camino hasta la posición de Can. El olor a carne a la parrilla me da de lleno y se me hace la boca agua. Qué hambre me ha entrado de repente.
     -Hola – saludo, colocándome al lado de Can.
     Su fuerte y grande mano agarra las pinzas con maestría y le da la vuelta a las chuletas, los choricillos y el resto de cosas que están sobre la parrilla. Me mira cuando le  hablo y sonríe, mostrando su preciosa sonrisa. Joder, esa sonrisa debería estar valorada en millones.
     -Hola. Bailas muy bien, ¿te lo han dicho alguna vez? – menciona.
     -No muchas – reconozco -. ¿Necesitas ayuda?
     Vuelve a darle la vuelta a la carne y le da un sorbo a su vaso de licor. La forma en la que sus labios rodean el vaso es demasiado sexi.
     -No, tranquila. Lo tengo todo controlado – dice -. Soy el mejor parrillero de la ciudad. Toma, prueba – coge un trozo de chuleta con la pinza y la acerca a mi boca -. Cuidado, que quema.
     Acerco los labios a la carne y doy un mordisco. Quema un poco, pero es soportable. Mastico y el sabor es exquisito. Pues si va a ser verdad que es el mejor parrillero de Estambul. Levanto el dedo pulgar, indicándole que la carne está estupenda y él sonríe. Luego le da otro mordisco al trozo de carne que me ha dado. Me quedo tan absorta en sus movimientos y en su forma de masticar que ni siquiera sé cómo, pero mi brazo se apoya en uno de los hierros de la barbacoa y el dolor y la quemazón que me recorren el brazo me hacen chillar y dar un salto hacia atrás.
     -¡Ay! – exclamo con la cara compungida por el dolor, mientras agito el brazo.
     -¡Faith, ¿estás bien?! – Can se acerca muy preocupado.
     Se quita las gafas de sol y coge mi brazo entre sus dedos.
     -Creo que me he quemado – murmuro.
     Sus dedos acarician con suma delicadeza mi piel enrojecida y el escalofrío que me recorre llega a ser incluso más intenso que el dolor que estoy sintiendo.
     -¿¡Qué ha pasado?! ¿¡Estás bien?! – chilla Azra, acercándose seguida de Damla y Gamze.
     -Sí, sólo me he quemado. He apoyado el brazo en la barbacoa sin darme cuenta – digo.
     -Ven, voy a curártelo – me dice Can con voz suave -. ¡Ömer, ¿puedes echarle un vistazo a la carne?!
     -¡Claro, tío! – contesta -. ¿Estás bien, Faith?
     Asiento, a pesar de que duele bastante.
     -Ven conmigo.
     Can me agarra de la mano y tira de mí hasta el interior de la cocina. Me coloca delante del fregadero y abre el grifo.
     -Coloca el brazo debajo unos minutos. Vuelvo enseguida, ¿de acuerdo? Tranquila – parece bastante preocupado y un poco nervioso.
     -Can, no es necesario, de verdad – digo.
     Saca un pequeño recipiente de uno de los armarios y coge un cuchillo de uno de los cajones. ¿Qué va a hacer?
     -Se te puede infectar, Faith – dice -. Pon el brazo bajo el agua, por favor – sus ojos preocupados y el tono medio entrecortado de su voz me hacen colocar el brazo bajo el agua al instante -. Gracias. Ahora vuelvo.
     Desaparece de la cocina y yo mantengo el brazo bajo el chorro de agua fría. Arde, arde mucho. No es la primera vez que me quemo, pero creo que es la peor quemadura que me he hecho. La piel está muy enrojecida y veo que está un poco levantada. ¡Joder, cómo duele! ¿A quién coño se le ocurre dejar caer el brazo en la parrilla? Sólo a mí.
     <<Si no te quedaras siempre tan embobada en Can, no te habrías quemado>>, me regaña mi Pepito Grillo particular.
     -¡Oh, cállate de una vez! – grito.
     -¿Quién tiene que callarse? – Can vuelve a entrar en la cocina con el recipiente lleno de una sustancia trasparente y viscosa, y una venda.
     -Nadie. ¿Qué es eso?
     Le veo sacar un bote de miel de uno de los cajones y echa un par de cucharadas en el recipiente y luego lo remueve todo.
     -Es aloe vera. Te ayudará a que se cure más rápido.
     -¿Técnicas de supervivencia?
     -Algo así – suelta una risa nasal -. Dame el brazo.
     Cierra el grifo y coge un par de servilletas. Saco el brazo del fregadero y Can lo sujeta con delicadeza.
     -Voy a secártelo antes de echarte el mejunje. Si te hago daño, dímelo, ¿de acuerdo?
     Asiento.
     Can coloca las servilletas sobre mi piel lastimada y comienza a dar suaves toques, retirando los restos de agua. Frunzo el ceño y los labios ante los pinchazos que siento con cada roce, aunque intento no producir ningún sonido que me delate.
     -¿Duele? – me pregunta Can con expresión preocupada.
     -Un poco – reconozco -. Lo siento, a veces soy algo patosa.
     -No tienes que disculparte por nada. Yo también me he quemado muchas veces – me cuenta -. Va a escocerte un poco, pero luego se aliviará – dice cuando retira las servilletas y se echa un poco del mejunje en la mano.
     -De acuerdo.
     El primer contacto de la mezcla de aloe vera y miel con mi piel es bastante desagradable pero, como me ha dicho Can, el escozor desaparece a los segundos y se convierte en una sensación mucho más agradable. Observo cada uno de los movimientos de Can mientras esparce la crema improvisada por mi brazo. Hoy no lleva anillos ni ningún otro accesorio, supongo que para que no le queden marcas por el sol.
     La piel me hormiguea cada vez que sus dedos me rozan y el aroma que desprende su anatomía es tan intenso y embriagador que creo que voy a acabar desmayándome.
     -Listo – dice Can cuando termina de vendarme el antebrazo.
     -Gracias, de verdad que no hacía falta.
     -No me costaba nada. Intenta no mojártelo mucho.
     Asiento. No pienso mencionarle que estoy con la regla ni loca.
     -¡Chicos, ¿tardáis mucho?! ¡La carne se enfría! – nos gritan desde el jardín.
     -¡Ya vamos! – contesto.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora