CAPÍTULO 12

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Faith.

Después de pasar una semana de perros con la puñetera regla, el viernes llega con la consiguiente preparación del equipaje para ir mañana a la casa de campo de Murat a las afueras de la ciudad. Con Can. En su coche. A ver, no es la primera vez que voy a ir con él en el coche, pero sí la primera vez que vamos a pasar más de cinco o diez minutos de trayecto.
     Saco una de mis bolsas de viaje del armario y empiezo a meter cosas: ropa, zapatos, un bikini y un bañador, protección solar (una leve y otra de mayor protección para la quemadura del brazo), ropa interior, las pastillas anticonceptivas que empecé a tomar hace cuatro días (según el ginecólogo me ayudarán con los dolores menstruales y harán que no sangre tanto) y poco más. Entro en el baño y cojo un cepillo de dientes nuevo y un tubo de pasta y agarro la funda amarilla fluorescente de la férula anti descarga  que debo ponerme todas las noches. El lunes fui a una revisión al dentista y me dijo que aprieto los dientes mientras duermo y que si no la uso, se me acabarán rompiendo. Anteayer fui a recogerla y he de decir que, aunque alivia el dolor de la boca, es un poco bastante incómoda.
     -¡MAMÁ! – llamo a mi madre desde el baño.
     -¿Qué? – contesta apareciendo por la puerta, con un montón de ropa recién doblada entre los brazos.
     -¿Tengo que llevarme esto? – le enseño la caja.
     -Sí. Mañana por la mañana la metes en la bolsa y te la pones. Como me entere de que no te la has puesto, te precinto la cocina durante una semana y no tocas ni una olla – me amenaza.
     -Me la llevo, me la llevo – desaparece por el pasillo -. Joder, qué carácter.
     Apunto que debo coger la funda en un post it y lo pego en la puerta del armario para que no se me olvide mañana por la mañana. Bueno, creo que ya está todo.
     El timbre suena y corro escaleras abajo para abrir la puerta. Seguro que son los chicos; me dijeron que se pasarían antes de irse. Abro la puerta y me encuentro a Azra, Damla y Gamze vestidas con ropa cómoda y fresquita, las gafas de sol en la parte superior de la cabeza y unas sonrisas alegres y a la vez tristes plasmadas en la cara.
     -¿Ya os vais? – les pregunto.
     -Sí – contesta Azra, frunciendo los labios en un puchero -. Ojalá vinieras con nosotros.
     -Nos vamos a ver mañana, no en dos meses, Azra – digo, abrazándola -. Mañana a la hora de comer estaré allí.
     -Más te vale – me amenaza Damla en broma, señalándome con el dedo -. ¿Has preparado ya la maleta?
     Asiento.
     -Acabo de terminar. Sólo me quedan algunas cosas que tengo que meter por la mañana.
     -¿Estás preparada para pasar casi una hora en el mismo coche que Can Doğan? – se burla Gamze.
     -¿Y tú llevas el babero para cuando vuelvas a ver a Engin en bañador? – contraataco.
     -Mala – entrecierra los ojos y tira de mí para abrazarme.
     Azra y Damla se unen al abrazo. Cuando nos separamos veo a Cihan y Mesut acercarse y también les doy un abrazo.
     -Hacedme el favor de portaos como seres humanos normales y corrientes. No quiero llegar mañana y encontrarme que uno de los dos se ha ahogado en el lago – les digo.
     Los dos me prometen que no se pelearán como dos críos de tres años y vuelven a abrazarme. Luego llegan Ömer y Engin, quienes van a conducir y me despido de ellos con otro abrazo. Al parecer, Murat y Ahmet ya han salido para ir abriendo la casa y preparar algunas cosas
     -¡Nos vemos mañana, Faith! – grita Azra subiéndose al coche de su hermano.
     Ömer choca el puño conmigo y, a continuación, acelera el motor del coche y sale del barrio, seguido del coche de Engin.

Durante toda la mañana estoy con los nervios a flor de piel. Incluso en ocasiones no atino a abrir la caja registradora para cobrarles a los clientes que compran en la tienda. Y cuando salgo y me lo encuentro apoyado en el coche, esperándome, casi me desmayo. Va vestido con una camiseta gris clara con algunos agujeros en la parte del pecho, un vaquero oscuro con una bandana clara atada al tobillo izquierdo, unas botas de color verde militar, el pelo recogido en un inseparable moño con un mechón suelto que le cae por el lateral de la frente, unas gafas de sol, sus pulseras (hoy lleva una de cuero en cada mano), anillos (lleva dos en los dedos anular y meñique de la mano izquierda y uno en el dedo corazón de la derecha) y collares (uno de bolitas de madera con una llave y el que siempre lleva con forma de águila). Está cabizbajo, mirando algo en su móvil, guapísimo como él solo.
     << ¡Relájate de una vez, sólo es Can!>>, me digo.
     Sí, sólo es Can… un hombre guapísimo, súper simpático, tierno, que está como un tren, que huele a gloria bendita, que tiene una cara que parece esculpida por el mismísimo Miguel Ángel, una barba perfecta y un pelo que hasta yo envidio. Sí, sólo es Can.
     En cuanto me ve, se quita las gafas y sonríe, robándome el aliento y haciendo que me tiemble todo. ¿Por qué coño me pasa esto cada vez que le veo?
     -Hola – saluda, acercándose para darme un pequeño abrazo.
     Su fuerte brazo me rodea la cintura y yo le paso uno de los míos por el cuello. Su embriagador olor penetra en mi interior y me obligo a separarme antes de lanzarme a su cuello.
     -Hola – lo saludo con el corazón a dos mil latidos por minuto y el estómago lleno de dinosaurios. Pero lo disimulo todo con una sonrisa.
     -Tenemos que pasar por tu casa primero, ¿no? – pregunta.
     Asiento.
     -Sí, y tengo que coger un par de cosas de la tienda de mi madre. No tardaremos, lo prometo.
     -No te preocupes, tómate tu tiempo – dice y sonríe -. Sube – me pide, abriendo la puerta del asiento del copiloto.
     Me monto en el coche y Can cierra la puerta antes de rodear su Mercedes por la parte delantera y subirse en el asiento del conductor. Luego arranca el coche.
     Tiro del cinturón de seguridad, pero se atasca. Tiro y tiro, incluso intento volver a colocarlo en su sitio, pero nada.
     -Se ha atascado – me quejo, mientras tiro -. ¡Qué oportuno, hombre!
     -Espera, deja que te ayude – habla Can a mi espalda.
     Su moreno y musculoso brazo hace acto de presencia pasando por mi lado y agarra el cinturón, posando su mano sobre la mía. Una corriente eléctrica me recorre todo el cuerpo y un hormigueo se extiende por mi mano. Giro la cabeza y me encuentro con su cara a dos centímetros de la mía. Sus oscuros ojos se encuentran con los míos y nos miramos el uno al otro durante unos minutos. Luego su mirada baja hasta mi boca y se me acelera la respiración, al mismo tiempo que mis ojos van a parar a sus preciosos y rosados labios, los cuales se humedece con la lengua.
     Nuestras manos siguen en contacto y ninguno de los dos se mueve un mísero centímetro. Sin embargo, segundos después, comienza a acercarse muy lentamente, rozando nuestras narices de una forma muy sensual y provocativa.
     <<Dios mío… ¿va a besarme?>>.
     Can sigue acercando su cara a la mía, casi rozando nuestros labios; pero cuando están a punto de tocarse, el manos-libre del coche suena y nos sobresalta a ambos. Can se separa de golpe y su mano deja libre la mía. Yo corro a tirar del cinturón y cuando consigo desatascarlo, me lo abrocho y me froto la frente con los dedos. El corazón me late desbocado, me sudan las manos y el cerebro está a punto de explotarme. Necesito aire desesperadamente. Pulso el botón que abre la ventanilla y me abanico con la mano para que el aire fresco me dé con más fuerza. Esto es demasiado.
     Por su parte, él contesta a la llamada que, por lo que logro ver, es de su hermano Engin.
     -Dime, hermanito – contesta.
     -¿Ya estáis de camino, Can? – la voz de Engin sale por los altavoces del interior del coche.
     -Ehh… sí. Vamos a coger las cosas de Faith y vamos para allá – contesta, colocándose las gafas de nuevo.
     -Vale. Por cierto, dile a Faith que no se le olvide la guitarra.
     -Se lo diré. Ahora nos vemos. Adiós.
     Can cuelga la llamada y me mira unos segundos antes de arrancar el coche y acelerar, mientras se coloca el cinturón. Yo no pronuncio palabra en todo el camino a casa. Sólo pienso en lo que acaba de pasar: Hemos estado a punto de besarnos.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora