CAPÍTULO 52

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Faith.

El padre de Can es un amor de hombre y cuando nos propone a Gamze y a mí ver las fotos de nuestros novios, ni siquiera dudamos en aceptar. Me aparto cuando Can intenta quitármelo de las manos y le saco la lengua en burla. Si él vio las mías, yo veo las suyas. Eso es así.
Cuando veo las primeras fotos de un Can de unos dos años, con mofletes, el pelo oscuro y sonriendo, se me cae la baba. Era una monería de pequeño. Y guapo desde que lo parieron. Voy pasando las fotos y mientras más ojeo, más guapo lo veo. Veo fotos de él siendo un niño, creciendo a un adolescente alto y atlético, hasta convertirse en un adulto guapísimo, moreno, musculoso y con un sex appeal que ni Ryan Gosling. Veo fotos de él sin barba, con el pelo más corto, sin tatuajes, con ellos... y todas me encantan.
El timbre de la casa suena y el señor Azad decide levantarse para ver quién es.
-Desde luego, el blanco es tu color, Can – le digo cuando veo la última foto que hay en el álbum, una en la que sale con su padre y su hermano, los tres vestidos de blanco. No es de hace más de un año. Los tres están sonrientes y abrazados. Perfectos.
La verdad es que el señor Azad se parece un poco más a Engin cuando está serio, pero en el momento en que sonríe es clavadito a Can. Tienen la misma sonrisa y la misma forma de achicar los ojos.
El brazo de Can que me rodea los hombros se tensa, y al observarle le veo mirar al frente muy serio. Entonces yo también miro en la misma dirección y la persona que está ante nosotros hace que yo me tensé también. Pembe.
-Hola, chicos – saluda, sonriendo.
Lleva con un vestido rojo ajustado, unos tacones altos de color negro y lleva el pelo rubio recogido en una cola de caballo.
-¿Qué haces aquí, Pembe? – le pregunta Can en un tono serio.
-Me he enterado de que tu padre volvía y quería pasarme a saludarlo - contesta.
Suelta su bolso en el sofá y se sienta en una de las sillas libres, justo en frente de mí, cómo no. Así tiene mejor perspectiva de Can, la muy cabrona. Durante al menos quince minutos habla con el señor Azad sobre lo que ha estado haciendo este tiempo en Nueva York, sobre su trabajo, su vida personal y sobre lo mal que lo pasó cuando Can decidió acabar con su feliz (y una mierda) relación, mientras los demás estamos incómodos (sobre todo yo) con su presencia. Creo que estoy tan tensa que dentro de poco me empezará a doler la espalda.
Con cada palabra que sale de su boca me tenso más y más y la mirada llena de deseo que le dedica a Can me produce náuseas.
<<Sal de aquí antes de que le estampes un plato en la cara>>, me advierte mi cerebro. Sí, va a ser mejor.
-Chicos, voy a ir sacando la tarta del frigorífico para que no esté tan fría cuando nos la comamos – aviso.
Me levanto de la mesa y camino hasta la cocina. Una vez llego, me apoyo en la encimera y respiro hondo un par de veces, controlando mis nervios. No la soporto. No aguanto su actitud de súper mujer ni sus intentos de hacer que me sienta incómoda, cosa que consigue sólo son respirar. Decido sacar la tarta de la nevera y la coloco encima de la isla para que vaya perdiendo el frío.
El sonido de unos tacones llama mi atención y para mi desgracia y tortura, Pembe entra en la cocina a paso lento y se acerca como si fuera un pantera en busca de una gacela en peligro. Intento ignorar su presencia, pero me lo pone demasiado complicado cuando empieza a hablar:
-Parece que os va bien – dice en un tono mordaz.
-¿Necesitas algo, Pembe? – intento ser educada.
-Que me devuelvas a mi novio, maldita zorra – me gruñe, acercándose peligrosamente a mí -. Me lo quitaste, niñata.
-Para tu información, pija, Can te dejó a ti antes de conocernos. Yo no te he quitado nada – le suelto en un tono contenido -. Así que... ¿por qué no te vas a analizar el ADN de las medusas del Pacífico o te compras unas extensiones y dejas de joder la marrana? Ten un poco de dignidad y madura, Pembe.
Ella suelta una risa sarcástica que me pone enferma.
-Siento decirte que yo le conozco desde hace mucho y sé cómo es. Sólo eres un entretenimiento pasajero para él. En cuanto se canse de ti, te dejará y volverá conmigo. Porque yo soy la mujer de su vida, no tú – sigue diciendo.
<<Ignórala, Faith. Intenta provocarte>>, me pide mi subconsciente. Respiro hondo e ignoro sus palabras.
-Y sufrirás, te lo aseguro, querida – continúa al ver que no contesto -. Es difícil encontrar a otro hombre como él. Estoy segura de que ya has comprobado lo bueno que es en la cama, ¿no?
<<No caigas, Faith. Respira, sólo quiere provocarte>>, vuelve a advertirme mi cerebro.
Me muerdo el labio y aprieto los puños con fuerza, conteniéndome las ganas de decirle lo hija de puta que es y de meterle la cabeza en el horno y darle a toda potencia.
-Tiene un movimiento de caderas increíble. Es capaz de hacer que te corras sólo son mirarte con esos ojazos oscuros. Y esa lengua... - suelta un gemido que me pone los pelos de punta de la repulsión – tiene una técnica... Seguro que ya lo has probado, pero siento decirte que yo lo caté primero. Es más, su primera vez fue conmigo.
<< ¡Que alguien la calle de una vez!>>, pido a gritos en mi mente.
-Así que... - suelta una carcajada – te aconsejo que lo disfrutes mientras puedas, porque cuando menos te lo esperes – se acerca y me retira el pelo de la oreja para hablarme más cerca – volverá a ser mío.
La furia fluye en mi interior y creo que ni siquiera soy consciente de que levanto el puño derecho y le propino un puñetazo en la nariz que la hace tambalearse hacia atrás. Lo peor viene cuando se ve la sangre saliendo a borbotones de su nariz y empieza a chillar como si fuera un cerco al que están degollando.
Can y los demás entran en la cocina a toda prisa y, cuando Pembe ve a Can, se acerca a él corriendo con un llanto fingido que me cabrea aún más.
-Pero, ¿qué...? - empieza a decir él cuando le ve la nariz reventada.
-¡Me ha pegado, Can! – llora -. ¡He venido a pedirle un vaso de agua y que fuéramos amigas y me ha pegado!
Su mentira me deja atónita.
-¿Qué? – exclamo -. ¡Está mintiendo! ¡Has empezado tú a provocar! – le suelto.
-¡No es verdad! – llora y se esconde en el pecho de Can, manchándole el jersey blanco con su sangre -. ¡Te juro que no le he dicho nada, Can!
Mi cara debe ser un poema, porque estoy flipando en colores. Está mintiendo descabelladamente. Me ha provocado hasta que le he pegado y ahora llora para llamar la atención de Can. Pero lo que me deja estupefacta del todo es que Can le pasa el brazo por el hombro y me mira como si fuera una loca histérica. Está serio, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
-¿Se puede saber por qué coño le has pegado un puñetazo así porque sí, Faith? – me regaña en un tono severo, enfadado.
-¿¡Perdón?! – exclamo, alucinando por su tono -. Le he pegado porque lleva cinco minutos provocándome. ¡Te está mintiendo, Can!
-¡Te juro que no! ¿Por qué iba a provocarte? ¿Crees que me gusta que me peguen? – chilla ella, acurrucándose más contra el cuerpo de Can.
Engin y Gamze rodean la isla para colocarse a mi espalda, dejando claro al lado de quién se posicionan. El señor Azad decide mantenerse al margen y observa la situación, serio y preocupado.
Aprieto los dientes con tanta fuerza que creo que me los voy a romper y respiro hondo, intentando mantener la compostura y no abalanzarme sobre ella otra vez por mentirosa.
-Can, te juro que te está mintiendo. Ha empezado ella a provocarme – le sigo diciendo a Can, que no deja de mirarme como si fuera una persona irreconocible para él.
-¿Pretendes que me crea que ha venido aquí a decirte no se qué gilipollez para que le des un puñetazo, Faith? – me grita Can, sin creer nada de lo que le digo.
-¡Es la verdad! – me defiendo -. ¡No puedes creerla!
-¡Mentira, me has pegado porque me odias! – sigue chillando ella -. ¡Can, me duele mucho! – se queja, sujetándose la nariz, que no deja de sangrarle.
Can suspira, la mira y le examina un poco la nariz con atención. Luego coge un paño de la cocina y se lo da para que se cubra la nariz sangrante con él.
-Será mejor que te lleve al hospital – le dice él en tono suave -. Vamos.
Me dedica una mirada llena de enfado y niega con la cabeza antes de girarse y darme la espalda.
-Can, te está mintiendo – le digo otra vez cuando sale de la cocina sin ni siquiera mirarme -. ¡Can, espera! ¡Can!
Oímos un fuerte portazo de la puerta principal y entonces sé que se ha ido con ella. No me ha creído y se ha ido con ella, con su ex. Un rayo de furia me recorre el cuerpo y no sé si ahora mismo tengo ganas de llorar, de pegarle a algo más o de cagarme en todo. Me ha dejado aquí y se ha ido con Pembe. La ha creído a ella antes que a mí y se ha ido con ella al hospital.
-¡Esto es acojonante! – grito y lanzo las manos al aire.
Un agudo dolor me recorre los dedos hasta la muñeca y me encojo. Me sujeto la mano contra el pecho y hago una mueca de dolor. Dios, cómo duele. Engin y Gamze se acercan rápidamente y mi amiga coloca sus manos en mis hombros.
-¿Estás bien? – pregunta Gamze con preocupación.
-Mi mano – contesto -. Creo que me he hecho daño. Mierda, duele – me quejo, apretando los ojos con fuerza y suelto un quejido.
-Déjame ver... - Engin me agarra la mano y la examina con sumo cuidado.
Me agarra los dedos con delicadeza y un pinchazo me hace soltar un gemido de dolor. Los dedos anular y meñique se me están poniendo morados y se están hinchando hasta la muñeca. Ni siquiera puedo moverlos.
-Creo que te has roto algo, Faith – me dice.
-Vamos, tenemos que llevarte al hospital y que te miren esa mano. Tiene muy mala pinta – habla Gamze.
-Sí, vamos, ya que el subnormal de mi hermano ha preferido irse con esa arpía – gruñe.
-Creía que te caía bien – se burla Gamze, agarrándome del brazo para que salgamos de la cocina.
-¡Papá, vamos a llevar a Faith al hospital! – le grita a su padre, avisándole de lo que vamos a hacer. Luego vuelve a mirarnos -. Desde que apareció la primera vez a dar por culo, no la soporto, te lo aseguro – dice, refiriéndose de nuevo a Pembe.
-¡De acuerdo, hijo. Avisadme con lo que le digan, por favor! – le grita su padre en respuesta, que ha ido a llamar a Can para saber por qué se ha ido así de esa forma.
<<Pues porque es idiota>>, dice mi cerebro. No te falta razón.
-¿Podríais dejar de hablar de ella, por favor? – gruño al oírles hablar de esa zorra y aprieto los dientes, aguantando otra punzada que me recorre los dedos.
-Tienes razón – concuerda Gamze conmigo -. Id yendo al coche en lo que yo cojo mis cosas y las de Faith.
Mi amiga desaparece en el salón y yo camino con Engin por el pasillo hasta la puerta. Le veo coger las llaves de su BMW rojo y abre la puerta, dejándome salir primero. La noche reina fuera y sólo se oyen los grillos y el sonido de algunos coches cruzando la calle. Lo único en lo que puedo pensar mientras esperamos a Gamze en el coche es en la mirada que Can me ha echado antes de irse con Pembe y en cómo ha podido creerla a ella antes que a mí.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora